miércoles, 30 de enero de 2008

ideología, escuela, reproducción de las relaciones de producción

Un fragmento de "Ideología y Aparatos ideológicos de Estado", de Louis Althusser.





Para hacer progresar la teoría del Estado es indispensable tener en cuenta no sólo la distinción entre poder de Estado y aparato de Estado, sino también otra realidad que se manifiesta junto al aparato (represivo) de Estado, pero que no se confunde con él. Llamaremos a esa realidad por su concepto; los aparatos ideológicos de Estado.

¿Qué son los aparatos ideológicos de Estado (AIE)?

No se confunden con el aparato (represivo) de Estado. Recordemos que en la teoría marxista el aparto de Estado (AE) comprende: el gobierno, la administración, el ejército, la policía, los tribunales, las prisiones, etc., que constituyen lo que llamaremos desde ahora el aparato represivo de Estado. Represivo significa que el aparato de Estado en cuestión “funciona mediante la violencia”, por lo menos en situaciones límite (pues la represión administrativa, por ejemplo, puede revestir formas no físicas).

Designamos con el nombre de aparatos ideológicos de Estado cierto número de realidades que se presentan al observador inmediato bajo la forma de instituciones distintas y especializadas. Proponemos una lista empírica de ellas, que exigirá naturalmente que sea examinada en detalle, puesta a prueba, rectificada y reordenada. Con todas las reservas que implica esta exigencia podemos por el momento considerar como aparatos ideológicos de Estado las instituciones siguientes (el orden en el cual los enumeramos no tiene significación especial):

AIE religiosos (el sistema de las distintas Iglesias),
AIE escolar (el sistema de las distintas “Escuelas”, públicas y privadas),
AIE familiar,
AIE jurídico,
AIE político (el sistema político del cual forman parte los distintos partidos),
AIE sindical,
AIE de información (prensa, radio, T.V., etc.),
AIE cultural (literatura, artes, deportes, etc.).

Decimos que los AIE no se confunden con el aparato (represivo) de Estado. ¿En qué consiste su diferencia?

En un primer momento podemos observar que si existe un aparato (represivo) de Estado, existe una pluralidad de aparatos ideológicos de Estado. Suponiendo que ella exista, la unidad que constituye esta pluralidad de AIE en un cuerpo no es visible inmediatamente.

En un segundo momento, podemos comprobar que mientras que el aparato (represivo) de Estado (unificado) pertenece enteramente al dominio público, la mayor parte de los aparatos ideológicos de Estado (en su aparente dispersión) provienen en cambio del dominio privado. Son privadas las Iglesias, los partidos, los sindicatos, las familias, algunas escuelas, la mayoría de los diarios, las familias, las instituciones culturales, etc., etc.

Dejemos de lado por ahora nuestra primera observación. Pero será necesario tomar en cuenta la segunda y preguntarnos con qué derecho podemos considerar como aparatos ideológicos de Estado instituciones que en su mayoría no poseen carácter público sino que son simplemente privadas. Gramsci, marxista consciente, ya había previsto esta objeción. La distinción entre lo público y lo privado es una distinción interna del derecho burgués, válida en los dominios (subordinados) donde el derecho burgués ejerce sus “poderes”. No alcanza al dominio del Estado, pues éste está “más allá del Derecho”: el Estado, que es el Estado de la clase dominante, no es ni público ni privado; por el contrario, es la condición de toda distinción entre público y privado. Digamos lo mismo partiendo esta vez de nuestros aparatos ideológicos de Estado. Poco importa si las instituciones que los materializan son “públicas” o “privadas”; lo que importa es su funcionamiento. Las instituciones privadas pueden “funcionar” perfectamente como aparatos ideológicos de Estado. Para demostrarlo bastaría analizar un poco más cualquiera de los AIE.

Pero vayamos a lo esencial. Hay una diferencia fundamental entre los AIE y el aparato (represivo) de Estado: el aparato represivo de Estado “funciona mediante la violencia”, en tanto que los AIE funcionan mediante la ideología.

Rectificando esta distinción, podemos ser más precisos y decir que todo aparato de Estado, sea represivo o ideológico, “funciona” a la vez mediante la violencia y la ideología, pero con una diferencia muy importante que impide confundir los aparatos ideológicos de Estado con el aparato (represivo) de Estado. Consiste en que el aparato (represivo) de Estado, por su cuenta, funciona masivamente con la represión (incluso física), como forma predominante, y sólo secundariamente con la ideología. (No existen aparatos puramente represivos.) Ejemplos: el ejército y la policía utilizan también la ideología, tanto para asegurar su propia cohesión y reproducción, como por los “valores” que ambos proponen hacia afuera.

De la misma manera, pero a la inversa, se debe decir que, por su propia cuenta, los aparatos ideológicos de Estado funcionan masivamente con la ideología como forma predominante pero utilizan secundariamente, y en situaciones límite, una represión muy atenuada, disimulada, es decir simbólica. (No existe aparato puramente ideológico.) Así la escuela y las iglesias “adiestran” con métodos apropiados (sanciones, exclusiones, selección, etc.) no sólo a sus oficiantes sino a su grey. También la familia... También el aparato ideológico de Estado cultural (la censura, por mencionar sólo una forma), etcétera.

¿Sería útil mencionar que esta determinación del doble “funcionamiento” (de modo predominante, de modo secundario) con la represión y la ideología, según se trate del aparato (represivo) de Estado o de los aparatos ideológicos de Estado, permite comprender que se tejan constantemente sutiles combinaciones explícitas o tácitas entre la acción del aparato (represivo) de Estado y la de los aparatos ideológicos del Estado? La vida diaria ofrece innumerables ejemplos que habrá que estudiar en detalle para superar esta simple observación.

Ella, sin embargo, nos encamina hacia la comprensión de lo que constituye la unidad del cuerpo, aparentemente dispar, de los AIE. Si los AIE “funcionan” masivamente con la ideología como forma predominante, lo que unifica su diversidad es ese mismo funcionamiento, en la medida en que la ideología con la que funcionan, en realidad está siempre unificada, a pesar de su diversidad y sus contradicciones, bajo la ideología dominante, que es la de “la clase dominante”. Si aceptamos que, en principio, “la clase dominante” tiene el poder del Estado (en forma total o, lo más común, por medio de alianzas de clases o de fracciones de clases) y dispone por lo tanto del aparato (represivo) de Estado, podremos admitir que la misma clase dominante sea parte activa de los aparatos ideológicos de Estado, en la medida en que, en definitiva, es la ideología dominante la que se realiza, a través de sus contradicciones, en los aparatos ideológicos de Estado. Por supuesto que es muy distinto actuar por medio de leyes y decretos en el aparato (represivo) de Estado y “actuar” por intermedio de la ideología dominante en los aparatos ideológicos de Estado. Sería necesario detallar esa diferencia que, sin embargo, no puede enmascarar la realidad de una profunda identidad. Por lo que sabemos, ninguna clase puede tener en sus manos el poder de Estado en forma duradera sin ejercer al mismo tiempo su hegemonía sobre y en los aparatos ideológicos de Estado. Ofrezco al respecto una sola prueba y ejemplo: la preocupación aguda de Lenin por revolucionar el aparato ideológico de Estado en la enseñanza (entre otros) para permitir al proletariado soviético, que se había adueñado del poder de Estado, asegurar el futuro de la dictadura del proletariado y el camino al socialismo.

Esta última observación nos pone en condiciones de comprender que los aparatos ideológicos de Estado pueden no sólo ser objeto sino también lugar de la lucha de clases, y a menudo de formas encarnizadas de lucha de clases. la clase (o la alianza de clases) en el poder no puede imponer su ley en los aparatos ideológicos de Estado tan fácilmente como en el aparato ideológicos de Estado tan fácilmente como en el aparato (represivo) de Estado, no sólo porque las antiguas clases dominantes pueden conservar en ellos posiciones fuertes durante mucho tiempo, sino además porque la resistencia de las clases explotadas puede encontrar el medio y la ocasión de expresarse en ellos, ya sea utilizando las contradicciones existentes, ya sea conquistando allí posiciones de combate mediante la lucha.

Puntualicemos nuestras observaciones:
Si la tesis que hemos propuesto es válida, debemos retomar, determinándola en un punto, la teoría marxista clásica del Estado. Diremos que es necesario distinguir el poder de Estado (y su posesión por...) por un lado, y el aparato de Estado por el otro. Pero agregaremos que el aparato de Estado comprende dos cuerpos: el de las instituciones que representan el aparato represivo de Estado por una parte, y el de las instituciones que representan el cuerpo de los aparatos ideológicos de Estado por la otra.

Pero, si esto es así, no puede dejar de plantearse, aun en el estado muy somero de nuestras indicaciones, la siguiente cuestión: ¿cuál es exactamente la medida del rol de los aparatos ideológicos de Estado? ¿Cuál puede ser el fundamento de su importancia? En otras palabras: ¿a qué corresponde la “función” de esos aparatos ideológicos de Estado, que no funcionan con la represión sino con la ideología?
Sobre la reproducción de las relaciones de producción
Podemos responder ahora a nuestra cuestión central, que hemos dejado en suspenso muchas páginas atrás: ¿cómo se asegura la reproducción de las relaciones de producción?

En lenguaje tópico (infraestructura, superestructura) diremos: está asegurada en gran parte por la superestructura jurídico-política e ideológica.

Pero dado que hemos considerado indispensable superar ese lenguaje todavía descriptivo, diremos: está asegurada, en gran parte, por el ejercicio del poder de Estado en los aparatos de Estado, por u n lado el aparato (represivo) de Estado, y por el otro los aparatos ideológicos de Estado.

Se deberá tener muy en cuenta lo dicho precedentemente y que reunimos ahora bajo las tres características siguientes:
1) Todos los aparatos de Estado funcionan a la vez mediante la represión y la ideología, con la diferencia de que el aparato (represivo) de Estado funciona masivamente con la represión como forma predominante, en tanto que los aparatos ideológicos de Estado funcionan masivamente con la ideología como forma predominante.
2) En tanto que el aparato (represivo) de Estado constituye un todo organizado cuyos diferentes miembros están centralizados bajo una unidad de mando —la de la política de lucha de clases aplicada por los representantes políticos de las clases dominantes que tienen el poder de Estado— los aparatos ideológicos de Estado son múltiples, distintos, “relativamente autónomos” y susceptibles de ofrecer un campo objetivo a contradicciones que, bajo formas unas veces limitadas, otras extremas, expresan los efectos de los choques entre la lucha de clases capitalista y la lucha de clases proletaria, así como sus formas subordinadas.
3) En tanto que la unidad del aparato (represivo) de Estado está asegurada por su organización centralizada y unificada bajo la dirección de representantes de las clases en el poder, que ejecutan la política de lucha de clases en el poder, la unidad entre los diferentes aparatos ideológicos de Estado está asegurada, muy a menudo en formas contradictorias, por la ideología dominante, la de la clase dominante.

Si se tienen en cuenta estas características, se puede entonces representar la reproducción de las relaciones de producción, de acuerdo con una especie de “división del trabajo”, de la manera siguiente.

El rol del aparato represivo de Estado consiste esencialmente en tanto aparato represivo, en asegurar por la fuerza (sea o no física) las condiciones políticas de reproducción de las relaciones de producción que son, en última instancia, relaciones de explotación. El aparato de Estado no solamente contribuye en gran medida a su propia reproducción (existen en el Estado capitalista dinastías de hombres políticos, dinastías de militares, etc.) sino también, y sobre todo, asegura mediante la represión (desde la fuerza física más brutal hasta las más simples ordenanzas y prohibiciones administrativas, la censura abierta o tácita, etc.) las condiciones políticas de la actuación de los aparatos ideológicos de Estado.
Ellos, en efecto, aseguran en gran parte, tras el “escudo” del aparato represivo de Estado, la reproducción misma de las relaciones de producción. Es aquí donde interviene masivamente el rol de la ideología dominante, la de la clase dominante se asegura la “armonía” (a veces estridente) entre el aparato represivo de Estado y los aparatos ideológicos de Estado y entre los diferentes aparatos ideológicos de Estado.


...
Por eso creemos tener buenas razones para pensar que detrás del funcionamiento de su aparato ideológico de Estado político, que ocupaba el primer plano, lo que la burguesía pone en marcha como aparato ideológico de Estado número uno, y por lo tanto dominante, es el aparato escolar que reemplazó en sus funciones al antiguo aparato ideológico de Estado dominante, es decir, la Iglesia. Se podría agregar: la pareja Escuela-Familia ha reemplazado a la pareja Iglesia-Familia.
¿Por qué el aparato escolar es realmente el aparato ideológico de Estado dominante en las formaciones sociales capitalistas y cómo funciona?
Por ahora nos limitaremos a decir que:
1) Todos los aparatos ideológicos de Estado, sean cuales fueren, concurren al mismo resultado: la reproducción de las relaciones de producción, es decir, las relaciones capitalistas de explotación.
2) Cada uno de ellos concurre a ese resultado único de la manera que le es propia: el aparato político sometiendo a los individuos a la ideología política de Estado, la ideología “democrática”, “indirecta” (parlamentaria) o “directa” (plebiscitaria o fascista); el aparato de información atiborrando a todos los “ciudadanos” mediante la prensa, la radio, la televisión, con dosis diarias de nacionalismo, chauvinismo, liberalismo, moralismo, etcétera. Lo mismo sucede con el aparato cultural (el rol de los deportes es de primer orden en el chauvinismo), etcétera; el aparato religioso recordando en los sermones y en otras grandes ceremonias de nacimiento, casamiento o muerte que el hombre sólo es polvo, salvo que sepa amar a sus hermanos hasta el punto de ofrecer su otra mejilla a quien le abofeteó la primera. El aparato familiar..., no insistimos más.
3) Este concierto está dominado por una partitura única, ocasionalmente perturbada por contradicciones, las de restos de las antiguas clases dominantes, las de proletarios y sus organizaciones: la partitura de la ideología de la clase actualmente dominante que integra en su música los grandes temas del humanismo de los ilustres antepasados que, antes del cristianismo, hicieron el milagro griego y después la grandeza de Roma, la ciudad eterna, y los temas del interés, particular y general, etc., nacionalismo, moralismo y economismo.
4) No obstante, un aparato ideológico de Estado cumple muy bien el rol dominante de ese concierto, aunque no se presten oídos a su música: ¡tan silenciosa es! Se trata de la Escuela.
Toma a su cargo a los niños de todas las clases sociales desde el jardín de infantes, y desde el jardín de infantes les inculca —con nuevos y viejos métodos, durante muchos años, precisamente aquellos en los que el niño, atrapado entre el aparato de Estado-familia y el aparato de Estado-escuela, es más vulnerable— “habilidades” recubiertas por la ideología dominante (el idioma, el cálculo, la historia natural, las ciencias, la literatura) o, más directamente, la ideología dominante en estado puro (moral, instrucción cívica, filosofía).
Hacia el sexto año, una gran masa de niños cae “en la producción”: son los obreros o los pequeños campesinos. Otra parte de la juventud escolarizable continúa: bien que mal se encamina y termina por cubrir puestos de pequeños y medianos cuadros, empleados, funcionarios pequeños y medianos, pequeño-burgueses de todo tipo.
Una última parte llega a la meta, ya sea para caer en la semidesocupación intelectual, ya para proporcionar, además de los “intelectuales del trabajador colectivo”, los agentes de la explotación (capitalistas, empresarios), los agentes de la represión (militares, policías, políticos, administradores, etc.) y los profesionales de la ideología (sacerdotes de todo tipo, la mayoría de los cuales son “laicos” convencidos).
Cada grupo está prácticamente provisto de la ideología que conviene al rol que debe cumplir en la sociedad de clases: rol de explotado (con “conciencia profesional”, “moral”, “cívica”, “nacional” y apolítica altamente “desarrollada”); rol de agente de la explotación (saber mandar y hablar a los obreros: las “relaciones humanas”); de agentes de la represión (saber mandar y hacerse obedecer “sin discutir” o saber manejar la demagogia de la retórica de los dirigentes políticos), o de profesionales de la ideología que saben tratar a las conciencias con el respeto, es decir el desprecio, el chantaje, la demagogia convenientes adaptados a los acentos de la Moral, la Virtud, la “Trascendencia”, la Nación, el rol de Francia en el Mundo, etcétera.
Por supuesto, muchas de esas virtudes contrastadas (modestia, resignación, sumisión por una parte, y por otra cinismo, desprecio, altivez, seguridad, grandeza, incluso bien decir y habilidad) se enseñan también en la familia, la iglesia, el ejército, en los buenos libros, en los filmes, y hasta en los estadios. Pero ningún aparato ideológico de Estado dispone durante tantos años de la audiencia obligatoria (y, por si fuera poco, gratuita...), 5 a 6 días sobre 7 a razón de 8 horas diarias, de formación social capitalista.
Ahora bien, con el aprendizaje de algunas habilidades recubiertas en la inculcación masiva de la ideología de la clase dominante, se reproduce gran parte de las relaciones de producción de una formación social capitalista, es decir, las relaciones de explotados a explotadores y de explotadores a explotados. Naturalmente, los mecanismos que producen este resultado vital para el régimen capitalista están recubiertos y disimulados por una ideología de la escuela universalmente reinante, pues ésta es una de las formas esenciales de la ideología burguesa dominante: una ideología que representa a la escuela como un medio neutro, desprovisto de ideología (puesto que es... laico), en el que maestros respetuosos de la “conciencia” y la “libertad” de los niños que les son confiados (con toda confianza) por sus “padres” (que también son libres, es decir, propietarios de sus hijos), los encaminan hacia la libertad, la moralidad y la responsabilidad de adultos mediante su propio ejemplo, los conocimientos, la literatura y sus virtudes “liberadoras”.
Pido perdón por esto a los maestros que, en condiciones espantosas, intentan volver contra la ideología, contra el sistema y contra las prácticas de que son prisioneros, las pocas armas que puedan hallar en la historia y el saber que ellos “enseñan”. Son una especie de héroes. Pero no abundan, y muchos (la mayoría) no tienen siquiera la más remota sospecha del “trabajo” que el sistema (que los rebasa y aplasta) les obliga a realizar y, peor aún, ponen todo su empeño e ingenio para cumplir con la última directiva (¡los famosos métodos nuevos!). Están tan lejos de imaginárselo que contribuyen con su devoción a mantener y alimentar, esta representación ideológica de la escuela, que la hace tan “natural” e indispensable, y hasta bienhechora, a los ojos de nuestros contemporáneos como la iglesia era “natural”, indispensable y generosa para nuestros antepasados hace algunos siglos.
En realidad, la iglesia es reemplazada hoy por la escuela en su rol de aparato ideológico de Estado dominante. Está combinada con la familia, como antes lo estuvo la iglesia. Se puede afirmar entonces que la crisis, de una profundidad sin precedentes, que en el mundo sacude el sistema escolar en tantos Estados, a menudo paralela a la crisis que conmueve al sistema familiar (ya anunciada en el Manifiesto ), tiene un sentido político si se considera que la escuela (y la pareja escuela-familia constituye el aparato ideológico de Estado dominante, aparato que desempeña un rol determinante en la reproducción de las relaciones de producción de un modo de producción amenazado en su existencia por la lucha de clases mundial.

miércoles, 23 de enero de 2008

Los niños y la ideología dominante




...De manera muy similar a lo que ocurre con los niños, tenemos que en relación a un hecho natural, biológico -que consiste en tal caso en el nacimiento y existencia de niños pequeños, y en este otro, en la entrada en la pubertad-, se construyen representaciones que en tanto son construidas social y culturalmente, presentan variaciones significativas en el tiempo y de una comunidad a otra.

Estas representaciones sobre la infancia y sobre la adolescencia constituyen en rigor ideologías (1) y en tanto tales, su existencia no se limita exclusivamente al plano superestructural más etéreo, sino que tienen un rol muy importante y directo en la estructuración de formas específicas de socialización y control de niños y adolescentes, que contribuyen de manera decisiva a la reproducción de las relaciones sociales capitalistas. Se trata, por cierto, de ideologías que tienen una muy concreta dimensión material (aquella dimensión que es destacada, por ejemplo, por Reich al referirse a la ideología como “poder material” en su brillante análisis de la “psicología de masas del fascismo” (2) ) y que se manifiestan de maneras que pueden ser consideradas dentro de la noción althusseriana de “aparatos ideológicos de Estado” (3).

Al interior de la ideología dominante sobre la infancia (4), que ha surgido lentamente desde fines de la Edad Media y se ha consolidado a partir del siglo XVIII, motivando la estructuración de mecanismos específicos de control para los niños sobre todo a partir de finales del siglo XIX, existen una serie de “subideologías” o variedades de la ideología dominante que se suceden, entran en conflicto y se reemplazan, teniendo eso sí todas ellas como denominador común el surgir –acríticamente- desde la posición del mundo adulto. Estas ideologías son todas adultocéntricas, aunque entre ellas se oscile desde posiciones que ven a los niños de una manera abiertamente despectiva, a otras que los idealizan fuertemente en lo que parece ser una especie de compensación simbólica por la posición subordinada y falta de poder en que la sociedad moderna los deja. Pues, como ha señalado Eagleton, “las ideologías, si bien se esfuerzan por homogeneizar, rara vez son homogéneas; suelen ser formaciones internamente complejas y diferenciadas, con conflictos entre sus diversos elementos que tienen que renegociarse y resolverse continuamente”. Además, la ideología dominante “tiene que negociar continuamente con las ideologías de sus subordinados” y por ello, si lo que la hace poderosa es su “capacidad de intervenir en la conciencia de aquellos a los que somete, apropiándose y remodelando su experiencia”, esa misma capacidad “tiende a volverla internamente heterogénea e incongruente” (Eagleton, 1997, p. 71).

En el caso de la adolescencia, el rasgo distintivo de la representación dominante en la modernidad y hasta nuestros días es su asociación a la idea de crisis, de peligro, de descontrol, y por ende, lo que se justifica desde tal postura es por sobre todo la necesidad de disciplinar a los adolescentes, alejándolos del peligro que ellos representan para la sociedad y para sí mismos. En este sentido, pareciera que la ambivalencia característica de nuestras ideologías de infancia (que alternan continuamente entre la concepción de los niños como “buenos salvajes” a la imagen negativa del niño como amenaza permanente del “estado de naturaleza”, entre el “dejarlos ser niños” y el corregirlos para que lleguen a ser buenos adultos), llegada la pubertad se inclina definitivamente hacia el polo negativo. En el caso de la categoría “juventud”, con la cual la adolescencia tiende a coincidir -aunque no del todo-, la ideología dominante mezcla también las connotaciones negativas que la asocian a indisciplina y peligro, con una idealización de todo lo “juvenil” que no deja ser adultocéntrica, y que incluso sirve para desactivar cualquier riesgo serio de subversión, puesto que, tal como para muchos la infancia es la “edad de la felicidad”, la adolescencia o juventud sería la fase vital en que es normal e incluso deseable ser idealista y políticamente radical, a condición de “madurar” y abandonar dichas posturas al entrar en la adultez.

Recientemente Bustelo se ha referido a las dos concepciones que considera hegemónicas en el campo de la infancia, complementarias entre sí: el enfoque de la “compasión” y el de la “inversión”. El primero es el más tradicional: se construye a los niños como “seres indefensos e inocentes que son objetivados a través de la práctica compasiva”, y los medios de comunicación se encargan de mostrar “situaciones y casos límite de abuso, trata y explotación”, a la vez que promueven “situaciones de ayuda social ‘meritoria’ y personas supuestamente ejemplares con avisos y campañas publicitarias”. Se apela preferentemente a la imagen del niño pobre, pero “lo fascinante es cómo se evade el problema de la redistribución de los ingresos y la riqueza”, pues “se plantea ingenuamente que lo que les sobra a unos es exactamente lo que necesitan otros y que, por lo tanto, sería sólo suficiente poner en contacto al donante y al necesitado” (Bustelo, 2007, p. 39). El segundo enfoque dominante es “el de la infancia y la adolescencia como inversión económica que produce una determinada rentabilidad”. La idea misma de “inversión” se explica para Bustelo como una “colonización conceptual del lenguaje expansivo de la economía profusamente propagado por los bancos internacionales”. Se trata de “la lógica del capital, que ahora se hace ‘humana’”. Tanto la educación de los niños como los derechos se ven desplazados, o más bien, subsumidos por la lógica de la rentabilidad, y así se justifica “invertir” en la infancia sólo si es que ello redunda en una conveniente tasa de retorno. De paso, este proceso de mercantilización de la infancia sirve para que empresas y bancos “mejoren su imagen institucional” (Ídem, p. 45).

Lo interesante es que, de acuerdo a Bustelo, ambos enfoques dominantes y complementarios se agotan o revierten cuando los niños pasan a ser adolescentes y cometen delitos. En el primer caso, se convierte “la compasión en feroz represión”, se devela el poder despótico que está tras este discurso, “pues el ‘niño-amenaza’ debe ser sometido y, a estos efectos, considerado adulto”. El niño pasa “de ‘protegido’… a ser responsable”. , y se materializa a su respecto “el derecho a ser penalizado” (Ídem, p.44). En el enfoque de la inversión, ante la presencia de este mismo problema “los niños se salen del guión y, entonces, el enfoque los convierte en ‘costos’”. Por ello en dicha visión se articula la inversión y la seguridad de manera que “la supuesta inversión educativa significaría, en realidad, el pago por la seguridad de no ser agredidos por los niños y adolescentes en un futuro próximo (Ídem, p. 47).

Creo que nada podría resultar más ilustrativo de este enfoque que una publicidad aparecida hace algunos años en la prensa, donde la Fundación Paternitas llamaba a hacerse socio de la organización. Bajo la foto de dos morenos niños pequeños abrazados entre sí (una gráfica ligada más bien al enfoque “compasivo”) aparece la leyenda: “QUEREMOS ROMPER EL CIRCULO DE LA DELINCUENCIA. Fundación Paternitas se preocupa de ayudar a los niños cuyo padre o madre están en la cárcel. De usted depende que esos niños inocentes no se transformen en agresores de la sociedad” (El subrayado es mío). Más difícil de clasificar resulta la publicidad televisiva de la Fundación Regazo durante el año 2005, donde se mostraban secuencias de niños tratando de protegerse de sus agresores, y una voz en off decía mensajes del tipo: “¡Llame ahora a Fundación Regazo y salve un niño hoy!”. Aquí la compasión tradicional da paso a una modernización y frivolización en que aparece maquillada con la estética de los llamados “infomerciales”. Además del premio que mereció el spot por su creatividad, la campaña fue exitosa en cuanto a los objetivos de consecución de socios. La directora de comunicaciones de dicha Fundación declaró a terra.cl: “Hay algunas personas que no han tenido una buena recepción del comercial, pero era lo esperable, porque era una campaña muy llamativa, impactante. Lo que queríamos generar era que la gente reaccionara y eso es lo que necesitábamos y lo estamos logrando. No podemos decir cuál es la cantidad de socios pero ha tenido una muy buena recepción (…) Se juega con la ironía y el sarcasmo. Es un comercial de contrastes, pues precisamente queremos expresar que éste es un problema grave del cual hay que hacerse cargo. Usted que está viendo televisión y que es capaz de comprar un producto, mejor preocúpese de algo que sí es grave y requiere su atención. Si usted no nos ayuda, no podremos salvar a nuestros niños". (“Insólitos resultados obtiene campaña “llame ya” sobre abusos de menores: invitan al público a ser socio y evitar una violación”, en http://www.terra.cl). El spot puede ser visto en Youtube.

Julio Cortés M.


(1) Para Lefebvre, las representaciones incluyen a las ideologías, pero constituyen un continente más vasto: “oscilan entre la manera en que está hecha esa sociedad y la manera en que se ve, la manera en que se dirige y su manera de librarse de la presión política, su manera de justificarse para protegerse y su manera de soñarse. Oscilan pues, entre la imaginería por un lado y la ideología por otro” (Lefebvre, 1983, p.101).
(2) Para muchos se trata del mejor momento de Reich, y de su aporte más decisivo al pensamiento crítico del siglo XX. En efecto, se trata de una de las primeras aplicaciones “sociológicas” del instrumental psicoanalítico, a la vez que una notable superación de muchas de las asunciones típicas del “marxismo vulgar”. A partir de Marx, Reich sostiene aquí que “para que ‘una ideología pueda actuar en reacción sobre el proceso económico’, es preciso que antes se haya convertido en un poder material. Si se convierte en poder material desde el momento en que se apodera del hombre, se plantea de inmediato otra cuestión: ¿Por qué camino se produce esto? ¿Cómo es posible que un estado de hecho ideológico, por ejemplo, una teoría, pueda originar efectos materiales, conmocionar la historia?”. Como la ideología modifica la estructura psíquica de las personas, “toma en la forma de ese hombre concretamente modificado y contradictorio el carácter de una fuerza activa, de un poder material”. De ahí que el análisis de las estructuras caracterológicas pasa a complementar y enriquecer, en esta perspectiva, el materialismo histórico y permite a Reich dar una explicación de la “psicología reaccionaria de masas” manifestada en el ascenso del fascismo que es mucho más satisfactoria que las pobres explicaciones que en su momento brindaba el marxismo vulgar (Reich, 1973, p. 12/13).
(3) En su clásico texto “Ideología y Aparatos Ideológicos de Estado” Althusser desarrolla dos tesis: 1.-“la ideología representa la relación imaginaria de los individuos con sus condiciones reales de existencia”, y 2.- “la ideología tiene una existencia material”. Distingue el “aparato represivo de Estado” de los “aparatos ideológicos de Estado” (AIE). Estos últimos son “cierto número de realidades que se presentan al observador inmediato bajo la forma de instituciones distintas y especializadas”. Althusser señala una “lista empírica” que incluye AIE religiosos, AIE escolar, AIE familiar, AIE jurídico, AIE político, AIE sindical, AIE de información, AIE cultural. Mientras el aparato represivo del Estado es uno solo, y es público, existe una pluralidad de AIE, y la mayor parte de ellos proviene del dominio privado. La diferencia esencial consiste en que “el aparato represivo de Estado ‘funciona mediante la violencia’, en tanto que los AIE funcionan mediante la ideología” (Althusser, 2003). Para Althusser, la educación es uno de los principales y más silenciosos Aparatos Ideológicos de Estado: “toma a su cargo a los niños de todas las clases sociales desde el jardín de infantes, y desde el jardín de infantes les inculca –con nuevos y viejos métodos, durante muchos años, precisamente aquellos en los que el niño, atrapado entre el AIE-familia y el AIE-escuela, es más vulnerable- ‘habilidades’ recubiertas por la ideología dominante (el idioma, el cálculo, la historia natural, las ciencias, la literatura) o, más directamente, la ideología dominante en estado puro (moral, instrucción cívica, filosofía)”. La diferenciación se produce hacia el sexto años, cuando “una gran masa de niños cae ‘en la producción’: son los obreros o los pequeños campesinos”, otra parte continúa escolarizada por un tiempo (y “termina por cubrir puestos de pequeños y medianos cuadros, empleados, funcionarios pequeños y medianos…”), y parte de ellos llega a la meta (sea para “caer en la semidesocupación intelectual”, para proporcionar agentes de la explotación (capitalistas, empresarios), agentes de la represión (militares, policías), y “profesionales de la ideología”…(Althusser, 2003, p. 134)
(4) Entendida aquí sobre todo en su dimensión de “ideología en sí”, que Zizek define sumariamente como “la noción inmanente de la ideología como una doctrina, un conjunto de ideas, creencias, conceptos y demás, destinado a convencernos de su ‘verdad’, y sin embargo al servicio de algún interés de poder inconfeso”. La crítica de la ideología en este terreno recurre preferentemente a la “lectura de síntomas”: “descubrir la tendencia no confesada del texto oficial a través de sus rupturas, sus espacios en blanco y sus deslices” (Zizek, 2003, p. 17).

Kidzania, o las nuevas relaciones directas entre el Capital y los niños



Para empezar, una razonable columna de "el asesor de imagen" Angel Carcavilla en La Nación del domingo pasado, sobre una "ciudad de los niños" creada por la industria cultural y que estaría pronta a llegar a Chile:


Kidzania: un juego monstruoso

Kidzania es el nombre de un proyecto empresarial cuyo monstruoso objetivo es que los niños jueguen a ser adultos, sí, tal como suena. La idea la están importando desde México un grupo de empresarios chilenos para instalar la franquicia en Chile, Perú y Argentina. Cuando leí esta noticia en "El Mercurio" quedé tieso ¿Qué placer puede encontrar un niño en jugar a ser adulto? Si alguna vez todos jugamos al papá y la mamá o al doctor, fue básicamente para que los adultos no reprimieran nuestras primeras curiosidades sexuales, pero nunca lo hicimos para cargarnos de todo el estrés de la paternidad.

Pero en Kidzania, la ciudad de 20 millones de dólares, los niños no juegan al papá y a la mamá; en Kidzania los niños juegan a ir al hospital, al supermercado, al banco, al taller mecánico, a la oficina y todas las cosas que los adultos detestamos. ¿Qué placer puede encontrar un niño, por ejemplo, en un banco hecho a su medida, "jugando" a pedir préstamos, "jugando" a pagar deudas; en fin, "jugando" a resolver problemas de grande?

Los empresarios involucrados explicaron que los niños que visiten Kidzania contarán con la ayuda de monitores para que los guíen en su incursión con las profesiones y oficios de la vida real y puedan desenvolverse sin problemas en el mundo adulto. El negocio es redondo, la idea es que los niños aprendan y repitan en el futuro lo que ensayen en Kidzania; mal que mal, en la iniciativa participarán empresas de verdad, con marcas de verdad, que asaltarán a los niños con sus mercancías de verdad.

No entiendo la necesidad de que exista algo como Kidzania, estoy seguro de que los niños son felices jugando porque precisamente es en esos momentos cuando se olvidan de todo y no saben nada de sí mismos. Cualquier cosa que deje absorto a un niño sirve para jugar: un palo, una nube, una piedra, y Kidzania es precisamente todo lo contrario, ya que para "jugar" ahí hay que enfrentarse a todo lo que mata las fantasías del mundo infantil. Por qué no mejor, entonces, los inversionistas chilenos de Kidzania dejan a los chicos en paz e inventan un mundo de niños para que jueguen los adultos. Sin duda sería mucho más útil, y también un mejor negocio.

----

Más información:


La nueva oferta de ocio para niños, proveniente de Japón y originaria de México, es Kidzania. Un parque temático donde los niños interactúan con diversos oficios.

Por 30 dólares al día los niños pueden "trabajar" en uno de las 70 profesiones de Kidzania.

Los pequeños candidatos a trabajadores son vestidos con cascos y uniformes, y son pertrechados con todo lo que necesitan para desarrollar su labor, de forma que pueden trabajar en una planta de embotellado de Coca Cola, en un restaurante-hamburguesería de Mo´s Gourmet, en un hospital de Johnson & Johnson, o en un concesionario de Mitsubishi.

La idea de este parque temático de Tokyo ha tenido tanto éxito que las entradas están vendidas desde hace meses y los directores de marketing de las mejores marcas comerciales hacen cola para su empresa esté presente en Kidzania.


Básicamente, según Martin Linsdstrom, guru del nuevo marketing, en este nuevo parque temático se establecen relaciones tempranas entre la marca y los futuros consumidores.


Además, se crean una nueva función de "Edu-entretenimiento" para la marca que puede desempeñar un papel crucial para entender en un futuro la relación marca-consumidor.


Finalmente se crea una plataforma para introducir a los adultos hacia nuevas perspectivas de las marcas gracias a sus hijos.


Andoni


Fuente: Advertising Age

martes, 22 de enero de 2008

"El armario normando", por Georges Bataille.


En el prólogo a la "Historia del Ojo" escrito en 1978 por un escritor innombrable que pasó de ser marxista-leninista a candidato presidencial de derecha en el Perú, se afirma lo siguiente: "Para una primera mirada, rápida y superficial, Historia del ojo es un juego de niños irreflexivos, vehementes y caprichosos (como suelen ser los niños). El anónimo narrador nos dice, al principio, que tiene dieciséis años y, poco después, en el episodio del armario normando, insiste en que ninguno de los ocho jóvenes que asisten a la fiesta ha cumplido aún los diecisiete. ¿No estará exagerando y -a los niños les encanta jugar a ser grandes- aumentando la edad a sus compañeros? La hipótesis no se puede descartar. El narrador es un redomado mentiroso -un niño, al fin y al cabo- y a cada paso detectamos, en el curso del relato, que superlativiza lo que cuenta en función de sus deseos".

Poco más adelante, este conservador de izquierdas luego volcado a conservador de derechas, concluye que "las personas mayores del libro no son más que obstáculos o trampolines para la satisfacción de los caprichos de los jóvenes. Hasta en este extraordinario egoísmo se advierte que Historia del ojo es, en esencia, un mundo de naturaleza y sensibilidad infantil".

A continuación, el susodicho capítulo de la Historia del ojo, de Georges Bataille, que primero la publicó con el seudónimo de Lord Auch. la imagen corresponde a una de las aguafuertes de Hans Bellmer que acompañaron una edición de la obra en 1944.


El armario normando

Georges Bataille

A partir de entonces, Simone adquirió la manía de romper huevos con el culo. Para ello, se colocaba con la cabeza sobre el asiento de un sillón, la espalda pegada al respaldo y las piernas dobladas hacia mí, mientras yo me la meneaba para rociar de leche su rostro. Colocaba entonces el huevo encima del agujero; ella experimentaba placer agitándolo en la profunda hendidura. Cuando brotaba leche, sus nalgas rompían el huevo, ella gozaba y, sumergiendo mi rostro en su culo, yo me inundaba de esa abundante inmundicia.

Su madre nos sorprendió, pero aquella mujer extremadamente dulce, aunque llevara una vida ejemplar, se contentó la primera vez con asistir al juego sin decir palabra, y sin que nosotros notáramos su presencia: imagino que no pudo abrir la boca de terror. Cuando terminamos (ordenándolo todo aprisa), la descubrimos de pie en el umbral de la puerta.

-Haz como si no la hubieras visto –dijo Simone, mientras seguía secándose el culo.

Salimos sin prisa.

Pocos días después, mientras hacía gimnasia conmigo en las vigas de un garaje, Simone orinó sobre aquella mujer que se había detenido debajo de ella sin verla. La anciana se apartó, mirándonos con ojos tristes y una actitud de tal desamparo que provocó nuestros juegos. Simona, a cuatro patas, estalló de risa, exhibiendo ante mí su culo; yo levanté su vestido y me le meneé, ebrio de verla desnuda ante su madre.

Hacía una semana que no veíamos a Marcelle cuando la encontramos en la calle. Aquella joven rubia, tímida e ingenuamente piadosa, se sonrojo de tal manera que Simone la beso con desacostumbrada ternura.

-Te pido perdón -le dijo en voz baja-. Lo que ocurrió el otro día esta mal. Pero eso no impide que seamos amigos ahora. Te lo prometo: ya no intentaremos tocarte.

Marcelle, que carecía de toda voluntad, acepto seguirnos a ir a merendar a casa de Simone con algunos amigos. Pero, en lugar de té, bebimos champán en abundancia.

La visión de Marcelle sonrojada nos había turbado; Simone y yo nos habíamos ya comprendido, seguro de que ya nada nos haría retroceder. Además de Marcelle habían tres hermosas jóvenes y dos muchachos; el mayor de los ocho no tenía diecisiete años. La bebida produjo un efecto violento, pero, con excepción de Simone y de mi, nadie se había alterado según nuestro deseo. Un fonógrafo vino en nuestra ayuda. Bailando sola un rag-time, endiablado, Simone enseño sus piernas hasta el culo. Las demás jóvenes, invitadas a seguirla, estaban demasiado alegres para negarse. Y llevaban sin duda bragas, pero no ocultaban gran cosa. Solo Marcelle, ebria y silenciosa, no quiso salir a bailar.

Simone, que simulaba estar completamente borracha, estrujo una servilleta, y elevándola, propuso una apuesta:

-Apuesto -dijo-, a que hago pipi en la servilleta delante de todo el mundo.

Era en principio una reunión de jovencitos ridículos y parlanchines. Uno de los muchachos la desafió. La apuesta fue fijada a discreción. Simone no vacilo un segundo y empapo la servilleta. Pero su audacia la desgarro hasta la medula. Tanto que los jóvenes, enloquecidos, empezaban a delirar.

-Ya que es a discreción -dijo Simone al perdedor, con voz ronca-, te quitare los pantalones delante de todo el mundo.

Cosa que se hizo sin dificultad. Fuera el pantalón, Simone le quito la camisa (para evitarle hacer el ridículo). De momento, nada grave había ocurrido: Simone apenas había acariciado levemente con una mano la cola de si amigo. Pero ella no pensaba más que en Marcelle, quien me suplicaba que la dejara partir.

-Hemos prometido no tocarte, Marcelle ¿por que tienes que marcharte?

-Porque sí -respondió obstinadamente. (Una cólera pánica se apoderaba de ella.)

De pronto, Simone cayo a tierra con gran terror para los demás. La agitaba una confusión siempre mas demente, la ropa en desorden, el culo al aire, como presa de epilepsia, y, rodando a los pies del muchacho a quien había quitado los pantalones, balbuceaba palabras sin sentido.

-Méame encima... Méame en el culo... -Repetía con una especie de sed.

Marcelle miraba fijamente: se sonrojo hasta la sangre. Sin verme, me dijo que quería quitarse la ropa. Se la quite y después la libere de sus prendas interiores; conservo el liguero y las medias. Dejándose apenas masturbar y besar en la boca por mi, atravesó la habitación como una sonámbula y llego hasta un armario normando, donde se encerró. (Había murmurado unas palabras al oído de Simone.)

Quería masturbarse en aquel armario y suplicaba que la dejásemos sola.

Es preciso decir que estábamos todos borrachos y trastornados los unos por la audacia de los otros. Una joven se la chupaba al muchacho desnudo. De pie y con las faldas levantadas, Simone frotaba sus nalgas contra el armario donde oíamos a Marcelle masturbarse con un violento jadeo.

De repente, ocurrió algo demencial: un ruido de agua seguido de la aparición de un hilillo de líquido que se escapaba de la ranura inferior de la puerta del mueble. La desdichada Marcelle se meaba en su armario al gozar. El estallido de risa ebria que siguió degeneró en una orgía de cuerpos caídos, piernas y culos al aire, faldas mojadas y leche. Las risas se producían como hipos involuntarios, retrasando apenas la carrera hacia los culos y las colas. No obstante, oímos muy pronto sollozar sola, siempre mas fuerte, a la triste Marcelle en ese urinario improvisado que le servia ahora de prisión.



Media hora después, algo menos ebrio, me vino la idea de ayudar a Marcelle a salir del armario. La infortunada joven estaba desesperada, temblando y tiritando de fiebre. Al verme, manifestó un horror enfermizo. Yo estaba pálido, manchado de sangre, vestido de cualquier manera. Cuerpos sucios y desnudos yacían detrás de mí en un delirante desorden. Trozos de cristal habían cortado y hecho sangrar a dos de nosotros; una joven vomitaba; se habían apoderado de nosotros ataques de risa tan violentos que unos habían mojado sus ropas y otros su sillón o el suelo; se desprendía un olor a sangre, a esperma, a orina y a vómito que hacía retroceder de horror, pero el grito que se desgarró en la garganta de Marcelle me aterró aún más. Debo decir que Simone yacía con el vientre al aire, la mano en su toisón, el rostro sereno.

Precipitándose entre traspiés e informes gruñidos, al contemplarme por segunda vez, Marcelle retrocedió como ante la muerte; se derrumbó y dejó escapar una letanía de gritos inhumanos.

Para mi sorpresa, aquellos gritos me dieron ánimos. Acudiría alguien, era inevitable. Pero no tenía intención alguna de huir, de disminuir el escándalo. Fui, por el contrario, a abrir la puerta: ¡espectáculo y goce inauditos! Poco cuesta imaginar las exclamaciones, los gritos, las desproporcionadas amenazas de los padres al entrar en el cuarto: los tribunales, el presidio, el patíbulo eran evocados a gritos incendiarios e imprecaciones espasmódicas. Incluso nuestros propios amigos se habían puesto a gritar, hasta el punto de producir un delirante estallido de gritos y lágrimas: era como si se acabara de encenderlos como antorchas.

¡Pero qué atrocidad! Me pareció que nada podría poner fin al delirio tragicómico de esos locos. Marcelle, que permanecía desnuda, seguía traduciendo en gestos y gritos un sufrimiento y un terror imposibles; la vimos morder a su madre en el rostro y en los brazos, que trataban en vano de dominarla.

Aquella irrupción de los padres destruyó lo que le quedaba de razón. Fue preciso recurrir a la policía. Todo el barrio fue testigo del inaudito escándalo.

viernes, 18 de enero de 2008

3 instantáneas infantiles, por Walter Benjamin




No se ha insistido lo suficiente en que Walter Benjamin fue uno de los más interesantes, entusiastas y apasionados "niñólogos" del siglo XX. A continuación, tres "instantáneas" que aparecen en su "Calle de dirección única".


Niño que llega tarde.

El reloj del patio del colegio parecía estar herido por mi culpa. Daba las “demasiado tarde”. Y hasta el pasillo llegaba el murmullo de deliberaciones secretas procedentes de las puertas de las aulas que pasé rozando. Detrás de ellas profesores y alumnos eran amigos. O bien todo estaba en silencio, como si esperasen a alguien. Imperceptiblemente toqué el picaporte. El sol bañaba el lugar donde me encontraba. Así profané el joven día y entré. Nadie parecía conocerme. Como el diablo se quedó con la sombra de Peter Schlemihl, el profesor se había quedado con mi nombre al comienzo de la clase. Ya no me tocaba el turno. Colaboraba en silencio hasta que dieron la hora. Pero todo fue en vano.

Niño que golosinea.

A través de la puerta entreabierta de la despensa, su mano avanza como un enamorado por la noche. Una vez que se ha orientado en la oscuridad, tantea el azúcar o las almendras, las pasas de uva o la jalea. Así como el amante abraza a su chica antes de besarla, el sentido del tacto tiene una cita con las golosinas antes que la boca saboree su dulzura. ¡Cómo se adaptan suavemente a la mano la miel, los puñados de pasas y hasta el arroz! ¡Qué apasionado el encuentro de dos que, por fin, se han liberado de la cuchara! Agradecida y salvaje, como la muchacha que uno ha raptado de la casa paterna, se entrega al gusto la mermelada de frutilla, sin pan y en libertad, y hasta la manteca responde con ternura a la audacia de un pretendiente que penetró en su aposento de niña. La mano, juvenil Don Juan, ha entrado pronta en todas las celdas y aposentos, dejando atrás capas que se escurren y masas que fluyen: virginidad que se renueva sin lamento.

Niño escondido.

Ya conoce todos los escondrijos de la casa, y vuelve a ellos como a un hogar donde uno está seguro de encontrarlo todo como antes. Le palpita el corazón; retiene la respiración. Aquí se halla encerrado en el mundo material. Se le hace inmensamente preciso, se le acerca de una manera inefable. Sólo el reo, en el momento de la ejecución, se da cuenta de lo que son la soga y la madera. El niño oculto detrás del cortinado se convierte, él mismo, en una cosa blanca movida por el viento, en fantasma. La mesa del comedor, debajo de la cual se acuclilló, lo transforma en ídolo de madera de un templo en el cual las patas talladas son cuatro columnas. Y detrás de una puerta, él mismo es puerta, la lleva cual máscara pesada, y como sacerdote hechicero embrujará a todos lo que entren sin sospechar nada. Por nada del mundo debe dejarse encontrar. Le dicen que si hace muecas, es suficiente que el reloj dé la hora para que su cara quede deformada. En su escondite sabe qué hay de verdad en tal cosa. Quien lo descubra hará que se petrifique como ídolo debajo de la mesa, que quede entretejido para siempre como fantasma con la cortina, que permanezca confinado para toda la vida en el interior de la pesada puerta. Por eso, cuando lo toca quien lo busca, deja escapar con un estridente grito al demonio que así lo transfiguró para que no fuese hallado; más aun, no espera ese momento, lo anticipa con un grito de autoliberación. Por eso la lucha con el demonio no lo cansa. Y el hogar es arsenal de máscaras. Pero una vez por año hay regalos en los lugares secretos, en las cuencas vacías de sus ojos, en su rígida boca. La experiencia mágica se convierte en ciencia. Como un ingeniero, el niño desencanta el sombrío hogar paterno y busca huevos de pascua.

la ciudad y los niños





Estas líneas son un fragmento de Sociedades movedizas (Pasos hacia una antropología de las calles), del antropólogo español Manuel Delgado, que por estos días distribuye Anagrama en Buenos Aires.

No es nada casual que algunos de los movimientos más beligerantes en la reconsideración en clave creativa de las formas de apropiarse de la ciudad —de los simbolistas del XIX al grupo Stalker, pasando por las primeras vanguardias o los situacionistas— pusieran ese énfasis en la necesidad urgente de reinfantilizar los contextos de la vida cotidiana. Reinfantilizar como restaurar una experiencia infantil de lo urbano: el amor por las esquinas, los portales, los descampados, los escondites, los encuentros fortuitos, la dislocación de las funciones, el juego. No en el sentido de volverlos más estúpidos de lo que los han vuelto los centros comerciales y las iniciativas oficiales de monitorización, sino en el de volver a hacer con ellos lo que hicimos —sin permiso— de niños. Hacer que las calles vuelvan a significar un universo de atrevimientos, que las plazas y los solares se vuelvan a convertir en grandiosas salas de juegos y que la aventura vuelva a esperarnos a la salida, a cualquier salida. Recuperar el derecho a huir y esconderse. Espacios tan perdidos como nuestra propia niñez, a los que la sensibilidad de algunos creadores cinematográficos no ha podido ser ajena: François Truffaut, Jacques Tati, Víctor Erice y, sobre todo, Yasujiro Ozu, cuya mirada estuvo siempre a la altura de la de los niños.

Como el de los amantes, los poetas y los conspiradores en general —sus parientes cercanos—, el espacio del niño está todo él hecho de fluidos, ondas, migraciones, vibraciones, gradientes, umbrales, conexiones, correspondencias, distribuciones, pasos, intensidades, conjugaciones... El trabajo que sobre el espacio cotidiano operan las prácticas infantiles funciona como una fabulosa máquina de desestabilización y desmiente cualquier cosa que pudiera parecerse a una estructuración sólida de los sitios y las conexiones entre sitios. Los lugares pasan a servir para y a significar otras cosas y de un espacio de posiciones se transita a otro todo él hecho de situaciones. Si tuviéramos que plantearlo en los términos que Henri Lefebvre nos proponía, el espacio infantil sería ante todo espacio para la práctica y la representación, es decir espacio consagrado por un lado a la interacción generalizada y, por el otro, al ejercicio intensivo de la imaginación, mientras que la expresión extrema del espacio “adulto” —aunque más bien cabría decir adulterado— sería ese otro espacio que no es sino pura representación y que es el espacio del planificador y el urbanista. Al espacio vivido y percibido del niño —y del transeúnte que sin darse cuenta le imita— se le opone el espacio concebido del diseñador de ciudades, del político y del promotor inmobiliario. El primero es un espacio productor y producido; el segundo es o quisiera ser un espacio productivo.

Salir a la calle es salir de nuevo a la infancia. Vivir el espacio es jugar en él, con él, a él. También nosotros desobedecemos a veces, como los niños siempre, las instrucciones que nos obligan a distinguir entre nuestro cuerpo y el entorno en que se ubica y que genera. Es cierto que hay adultos que ya han dejado definitivamente de jugar. También los hay que nunca han enloquecido, que nunca se han sentido o sabido poseídos, que no han bailado, que no se han dejado enajenar por nada ni por nadie. Los hay también que no tienen nunca sueño y no sueñan. Todos ellos tendrían razones para descubrirse a sí mismos como lo que son: el cadáver de un niño. Ninguno de ellos sabe lo que saben los niños y se nos vuelve a revelar algunas veces de mayores, cuando, caminando por cualquier calle de cualquier ciudad, nos descubrimos atravesando paisajes secretos, entendiendo de pronto que los cuerpos y las cosas se pasan el tiempo tocándose y que nada, nada, está nunca a lo lejos.

sobre la revuelta "juvenil" en Francia



A continuación, algunas partes seleccionadas del texto "Los malos tiempos arderán", redactado por el Grupo Surrealista de Madrid, La Felguera y otros colectivos que funcionan en territorio español (el texto íntegro se puede leer en la página del GSM). La foto es de las revueltas "estudiantiles" del año pasado en nuestro bonito país, para ser exactos, del último "día del joven combatiente"

Como era de esperar en una sociedad que adula a la juventud por su “rebeldía” siempre que la consuma virtualmente y no pretenda experimentarla en la realidad, el origen juvenil y adolescente de los protagonistas de la revuelta también está siendo utilizado para desacreditarla. Se insiste así en su infantilismo, expresado no sólo en el absurdo aparente de la destrucción indiscriminada, sino también en el carácter de juego inconsciente y emulación compulsiva que demuestra. A continuación se habla de los juegos de ordenador, de la realidad virtual, de la “generación game-boy”, de los “pobres chavales” autistas que reflejan en su violencia ciega los mecanismos de deshumanización y competitividad que han aprendido de la misma sociedad que les aniquila, porque todo lo explica y a plena satisfacción la playstation maldita, como si sólo los cabecitas negras del arrabal jugaran con esos chismes, o fueran los únicos afectados por su radiación venenosa. Se utilizan de paso las propias palabras de los jóvenes suburbiales, que se quieren entender única y exclusivamente en el sentido que más conviene, cerrando el paso a cualquier otra interpretación que matice o corrija la versión interesada. Pues si es cierto que en estos comportamientos puede haber mucho de la herencia maldita del vacío encarnado en la irresponsabilidad de mercado y en la adicción enfermiza a la ultraviolencia, igual que pueden dar pie a su recuperación bajo la forma mediática y comercializable de nuevos y excitantes deportes de riesgo, no lo es menos que se deben también a otras instancias, y que entroncan con otros árboles genealógicos. En efecto, los desafíos entre las bandas rebeldes para ver quien ofrece los fuegos artificiales más fastuosos a sus vecinos, quemando los trofeos de la riqueza y del poder, pueden venir tanto de la contaminación mediática como ser la gozosa reactualización de la institución del potlach, y, si salvajes son, que se les conceda al menos el derecho de regresión a las viejas y buenas costumbres de los pueblos primitivos, sin ponerles bajo la perpetua sospecha de cretinismo multimedia. Pero fue Fourier quien mejor explicó las virtudes de la sana emulación entre los grupos revolucionarios que se retan en el juego de la subversión, y por una vez que no ha sido la economía quien ha recuperado sus teorías (y poco importa si a Fourier se le lee o no en el gueto: las buenas ideas, si los son, siempre acaban encontrando a quien las confirma en la práctica), no vamos a escandalizarnos…De la misma manera, los expertos aprovechan un comentario de los revoltosos acerca de que prefieren quemar coches en vez de contenedores “porque hacen mucho más ruido”, para reírse de esos jovenzuelos que confunden la realidad prosaica con los efectos especiales de la consola, cuando el principio básico de toda guerrilla que se precie es hacer el mayor daño posible, llamar la máxima atención, con el menor coste en los medios utilizados. En todo caso, y como se ha sugerido ya, no es tan malo que ciertas quimeras del inconsciente colectivo, que a veces se cuelan por la pantalla aparentemente más banal en la forma del rap o de la mitología degradada de Matrix, empiecen a materializarse en la calle, especialmente si se trata de los fantasmas de la subversión. ¿Acaso lo imaginario no era lo que tendía a ser real?

…Como en la Intifada palestina de los años 80 o el levantamiento antirracista del Soweto de 1976, la revuelta lo ha sido tanto contra los padres como contra el Estado, el racismo y la economía, en cuanto que los adolescentes rabiosos han hecho lo que las generaciones anteriores, en su gran mayoría, no se atrevieron o no pudieron hacer…Hay aquí un desgarro generacional que no puede satisfacernos, puesto que su mantenimiento y exacerbación conviene, sobre todo, al sistema que lo ha hecho nacer; pero es un desgarro del que en último término estos adolescentes no tienen la culpa, más bien son su producto y, tal vez, su solución, a poco que tal brecha se colme y la ira con ella. Por otro lado, sería verdaderamente sorprendente que los medios de comunicación dieran voz a los vecinos que sí puedan estar de acuerdo, en mayor o menor grado, con la revuelta de sus hijos; al contrario, siempre enfocarán al que se queja y no comprende tanta furia desatada. Sin embargo, como en todas las revueltas de este tipo, esas complicidades existen, y no hay mejor ejemplo que la ridícula concentración “por el fin de la violencia y la discriminación” convocada el día 11 de octubre por Banlieues Respects, “un colectivo de 165 asociaciones sociales de los barrios de las periferias de las grandes ciudades francesas”. Como un periódico tuvo que admitir con desgana, tal demostración de fuerza de la mayoría silenciosa, adulta y reformista de las banlieu atrajo a…”no más de 300 personas, de los cuales una buena parte eran miembros de los medios de comunicación, y pocos los que habían viajado desde las zonas que han sufrido la violencia de estas dos últimas semanas”. La anunciada Marcha de la Paz que debía seguir a esta concentración “fue anulada”. Sobran los comentarios.

Podríamos decir algo parecido respecto a los que rebuznan que esta revuelta sólo es la expresión de las tribus negras y árabes, sin relación posible con los proletarios franceses de pura cepa y sus “luchas”, y que por lo tanto está aislada y no puede tener trascendencia alguna. En realidad, como en la rebelión de Los Ángeles de 1992, o en los disturbios de Brixton de 1981, los jóvenes blancos perdedores se han sumado a la rebelión con tanto ímpetu como sus hermanos de otro color, mal que les pese a Le Pen, a los islamistas y al Estado, que medran por igual de las separaciones étnicas artificiales y sólo temen que puedan disolverse primero para disolver después el chantaje económico. Y así a veces, las buenas noticias son tan buenas que ni el espectáculo puede ocultarlas por completo. “El perfil sociológico de los detenidos corresponde a la población de los suburbios: abundan los jóvenes hijos de emigrantes, pero también los apellidos estrictamente franceses, los cabellos rubios y los ojos claros”, reconocía con no menos desgana el mismo periódico. No es otra cosa la que se escucha en los arrabales. “Los alborotadores son magrebíes y subsaharianos, pero también franceses de toda la vida que, hartos de tanta injusticia, salen a la calle; en este barrio todos sufrimos la injusticia”, se dice en la banlieu de Toulouse, como se podría decir en cualquier otra parte donde reine la miseria pero todavía no la resignación. Lo mismo valdría para la tan cacareada inspiración islamista de los disturbios: ninguna prueba lo confirma, y los insurrectos se han cansado de desmentirlo con sus palabras (“nadie nos controla, ni los caids de la droga ni los imanes islamistas”) y con sus actos (no haciendo ningún caso de los llamamientos a la calma de las mezquitas y sus fatuas adormecedoras al mejor estilo de los estalinistas de antaño). Pero lo que importa es negar la evidencia y, mejor aún, suprimir las palabras del suburbio y su sentido: éstos que son invisibles, que no importan, tampoco tienen por qué hablar y mucho menos ser oídos. Ni entendidos.

Lo que dice esta gente tampoco resulta desconocido. “No queremos dialogar con el gobierno; nuestros padres, nuestras familias ya han recibido demasiados abusos tras sus discursos. El diálogo se ha roto definitivamente, no penséis en adormecernos. No podréis manipularnos, a pesar de la utilización de imanes y portavoces que empujáis a que hagan llamamientos a la calma (...) La sociedad nos ha creado, lo que prueba que esta civilización corre a su pérdida. No tenemos nada que perder, preferimos morir rodeados de sangre que de mierda”, aclaraba un panfleto firmado por unos “Combatientes de la revuelta del 93”, y esas palabras se han pronunciado en otras bocas y en otros tiempos y lugares: por ejemplo y para no ser reiterativos, este mismo año en Nueva Orleáns, donde otra “canalla”, por razones distintas pero no tanto, también saqueó. No vamos a caer en la adulación y en la tentación de afirmar que estas palabras y estos actos constituyan el único programa revolucionario posible. Todo lo contrario: quizás sea el que más se equivoca, precisamente por ser el más radical. Pero es que la guerra social hoy es así: fea, vulgar, equívoca, tan convulsiva como episódica, lastrada por mil adulteraciones del abyecto espíritu de la época, y seguramente condenada al fracaso, una y otra vez. Sin embargo, más allá de cualquier aprobación o condena teórica, práctica, moral, estética o pret-a-porter, es la guerra social que nos ha tocado vivir en el peor de los mundos posibles, porque es el que menos opciones da y dará para su hipotética superación. Negar una revuelta que pasará a la historia como la primera gran toma de conciencia en Europa por parte de sus nuevos explotados, que ha obligado al Estado a tomar medidas de excepción que no se adoptaron ni en el mayo 68 (decisión que, no lo dudemos, nunca agrada al poder en cuanto que permite atisbar que no está tan seguro de sí mismo y que le castañean los dientes al primer atisbo de enfrentamiento serio), que se ha contagiado a otros países, que no va a desaparecer tan fácilmente de la memoria de los insurrectos por mucho que se empeñe el espectáculo, y que ni siquiera ha terminado sino que se ha transformado en una revuelta de baja intensidad, negar su cualidad radical porque hay platos rotos, o porque falta programa, programa, programa, o porque no se aprecian sus frutos inmediatos, o porque tenga efectos “contraproducentes” cuando lo verdaderamente contraproducente es que se extinga la idea misma y la práctica real de la revuelta, es falsificar el problema en vez de ayudar a su resolución.

La revuelta ha llegado, y lo ha hecho para quedarse. Los inmigrantes, y con ellos todos los proletarios que a base de sangre, sudor y lágrimas reaprenden que lo son, han pasado de dar las gracias a exigir su derecho a vivir. Por todos los medios necesarios. El dilema es bien sencillo y ya se planteó en 1977: ¿Te haces con la situación o acatas órdenes? ¿Vas hacia atrás o vas hacia delante?

jueves, 17 de enero de 2008

"La familia autoritaria como aparato de educación", por el doctor Wilhelm Reich


(extracto de "La sexualidad en el combate cultural", 1936).


La familia coercitiva es el primer lugar donde se gesta la atmósfera conservadora. Su prototipo es el triángulo padre-madre-hijo. Dado que la familia es la base o núcleo de la sociedad humana, estudiar sus transformaciones a lo largo de la historia y su función social nos permite comprobar que es el resultado de estructuras económicas determinadas. Nosotros no la consideramos como la piedra angular o la base de la sociedad, sino más bien como un resultado de ciertas condiciones económicas: familia matriarcal, patriarcal, zadruga, patriarcado polígamo o monógamo... Cuando la sexología, la moral y el derecho señalan a la familia como la base del Estado y de la sociedad no se equivocan: la familia autoritaria coercitiva es de modo indisoluble parte integrante y condición sine qua non del Estado y la sociedad autoritarias.

Su cometido de primer orden, aquel por el cual la familia es defendida a ultranza por la ciencia y el derecho conservadores, es el de servir como fábrica de ideologías autoritarias y de estructuras mentales conservadoras. Es el aparato de educación por el que ha de pasar, casi sin excepciones, todo miembro de nuestra sociedad desde el primer hálito de vida. Inculca en el niño la ideología reaccionaria, no únicamente por ser una institución de carácter autoritario, sino como vamos a ver enseguida, por su propia estructura. La familia es el enlace entre la estructura económica de la sociedad conservadora y su superestructura ideológica; su atmósfera reaccionaria se incrusta inexorablemente en cada uno de sus miembros. Por su propia forma y por influencia directa transmite las ideas y actitudes conservadoras al orden social; además, por la estructura sexual de la que nace y que a su vez reproduce, la familia ejerce un influjo conservador directo sobre la sexualidad de los niños. No es un azar que la juventud más reaccionaria sea también la más adicta a la familia, mientras que la juventud revolucionaria es por principio hostil a ella.

Todo esto está en íntima correspondencia con la atmósfera y estructura antisexuales de la familia, así como con las relaciones que tienen sus miembros entre sí.

Por tanto, si consideramos la labor educativa de la familia, debemos examinar dos hechos distintos: primero, la influencia de las ideologías sociales concretas sobre la juventud por medio de la familia; segundo, la influencia inmediata que tiene su estructura triangular por sí misma.

La influencia de la ideología social

Las familias de la alta y de la baja burguesía se diferencian entre sí, y estas a su vez de las de los obreros industriales. Pero en todas ellas predomina la misma atmósfera sexual moralizante. Este moralismo sexual no excluye la moral peculiar de cada clase social; en este punto viven y crecen en compañía. Por ello tomaremos como referencia el tipo predominante de familia: la de clase media baja.

La base de la familia de clase media es la relación al estilo patriarcal del padre con la esposa y con los hijos. El padre es, por así decirlo, el portavoz y representante de autoridad estatal en la familia. Es una especie de sargento, subordinado en el proceso de producción y jefe en su función familiar. Mira desde abajo a sus superiores, se impregna de la ideología dominante, a la que imita, y es todopoderoso con sus inferiores. No se limita a transmitir las ideas de la jerarquía y de la sociedad, sino que las impone.

En cuanto a la ideología sexual, no hay diferencia entre la concepto de matrimonio que tienen las clases medias y la idea básica de familia predominante: el del matrimonio monógamo de por vida. Por miserable y desesperada, por dolorosa e insoportable que sea la situación conyugal y la convivencia familiar, sus miembros están obligados ideológicamente a justificarla tanto hacia dentro como hacia fuera. Por necesidad social se coloca una máscara en el rostro de la miseria y, para idealizar la familia y el matrimonio, se saca de la manga el sentimentalismo familiar omnipresente con sus marbetes de hogar feliz y protector, de puerto tranquilo que, según dicen, es la familia para los niños. Y por el hecho de que en nuestra propia sociedad la situación es aún peor, ya que la sexualidad carece por completo de apoyo material, legal o ideológico, se concluye a la ligera que la familia es una institución natural biológica. El juego de engañarse a sí mismo, así como las proclamas sentimentales, de capital importancia para la creación de esta atmósfera ideológica, son psicológicamente indispensables, ya que contribuyen a que el psiquismo sobrelleve la intolerable situación familiar. Así se explica que el tratamiento de la neurosis, al barrer las ilusiones y poner la cruda verdad ante los ojos, pueda romper los lazos conyugales y familiares.

El fin primordial de la educación desde sus pasos iniciales es preparar a los niños para el matrimonio y para la familia. La formación profesional viene mucho más adelante. La educación negadora de la sexualidad no es un solo un dictado de la atmósfera social; es también la consecuencia necesaria de la represión sexual de los adultos. Sin un alto grado de resignación sexual, la existencia en el ambiente de la familia coercitiva sería imposible.

En la familia conservadora típica, la sexualidad se reviste de una forma específica que moldea la mentalidad del individuo para el matrimonio y la familia. En realidad, el niño queda fijado a sus fases eróticas pregenitales porque la actividad sexual es drásticamente inhibida, al quedar prohibida la masturbación, y desviada hacia las funciones alimenticias y excretoras. La fijación pregenital y la inhibición genital son las causas de un desplazamiento del interés sexual en la dirección del sadismo. Además, se reprime activamente la curiosidad sexual infantil, lo cual entra en abierta contradicción con las condiciones de la vivienda, donde se desarrolla la conducta sexual de los padres y hay un ambiente cargado de sexualidad. Desde luego, los niños se dan cuenta de la situación, aunque la desfiguren e interpreten a su manera.

La inhibición ideológica y educativa de la sexualidad, combinada con la observación de los actos íntimos de los adultos, van enseñando al niño los fundamentos de la hipocresía sexual. Esto se atenúa un poco en las familias obreras, donde las funciones alimenticias y digestivas tienen menos relieve y la actividad genital vive más a sus anchas y es menos tabú. Las contradicciones se suavizan y el acceso a la genitalidad está más despejado para los niños de estas familias. Ahora bien, esto se debe únicamente a las condiciones económicas de la clase obrera. Si un obrero mejora de situación económica y se sitúa más alto en la jerarquía cambia de mentalidad y sus hijos están expuestos a una presión más fuerte de la moralidad conservadora.

Mientras que en la familia conservadora la represión sexual es más o menos completa, se mitiga su efecto en el ambiente obrero porque los niños, las más de las veces, viven abandonados a sí mismos.

La estructura triangular.

Por su estructura triangular, la familia transmite al niño la ideología social conservadora. Freud descubrió que el niño desarrolla afectos sexuales bien definidos, tiernos y sensuales, hacia sus padres; este descubrimiento es fundamental para comprender la evolución sexual del individuo. El llamado Complejo de Edipo designa todas estas relaciones, conocidas tanto por su intensidad como por las extremas consecuencias que tiene para la estructura familiar y el entorno social.

El niño dirige sus primeros impulsos afectivos genitales hacia las personas más cercanas, generalmente los padres. Típicamente el niño ama a su madre y odia a su padre, mientras que la niña hace lo contrario. Estos sentimientos de odio y de celos se impregnan pronto de temor y de culpabilidad. La imposibilidad de satisfacer el deseo incestuoso obliga a la represión del deseo, y de esta represión nacen casi todos los trastornos de la vida sexual posterior.

Sin embargo, no hay que olvidar dos hechos de la máxima importancia para el desenlace de esta experiencia infantil. En primer lugar, no habría represión si el muchacho, aunque forzado a renunciar al incesto, pudiera practicar el onanismo y los juegos genitales infantiles. Los adultos no admiten con agrado este tipo de juegos sexuales (el de los médicos, o el de ser novios) que aparecen de modo espontáneo cuando los niños permanecen largo tiempo reunidos a solas; y como ellos saben que a los mayores no les gustan, lo hacen a escondidas y con sentimientos de culpabilidad que determinarán fijaciones lúbricas perjudiciales. El niño que no participa en estos juegos cuando tiene ocasión demuestra ser un buen alumno del sistema educativo familiar, y al mismo tiempo un candidato seguro a sufrir graves trastornos en su futura vida sexual. Ya no es posible cerrar los ojos ante la evidencia de estos hechos ni escapar a sus consecuencias, imposibles de evitar por la educación autoritaria.

La represión de los impulsos sexuales primarios está condicionada, cualitativa y cuantitativamente, por la manera de pensar y de sentir de los padres, según sean más o menos severos, con una actitud más o menos contraria a la masturbación, etc.

El hecho de que el niño desarrolle su genitalidad en el hogar paterno, en la crítica edad que va de los cuatro a los seis años, le impone las soluciones típicas de la educación familiar. Un niño que desde los tres años fuera educado en la compañía de otros niños y sin la influencia de la fijación a los padres, desarrollaría una sexualidad completamente distinta. No se debe pasar por alto tampoco que la educación individualista de la familia malogra la educación colectiva, aun cuando el niño pase varias horas al día en la guardería. En realidad, la educación familiar tiene mucha más influencia sobre la guardería que al revés.

El niño no puede aludir, entonces, la fijación sexual y autoritaria a los padres. La autoridad paterna, severa o no, le oprime, aunque sólo sea por la desproporción extraordinaria que hay entre su talla y la de sus padres. Muy pronto, la fijación autoritaria se desembaraza de la fijación sexual y la reduce a la existencia inconsciente; luego, cuando los intereses sexuales se dirijan hacia el mundo extrafamiliar, esta fijación autoritaria se alzará entre los intereses sexuales y la realidad como una barrera inhibitoria infranqueable. Precisamente porque esta fijación autoritaria es en gran medida inconsciente, se sustrae a la voluntad. Poco importa que esta fijación inconsciente a la autoridad de los padres tome a menudo la apariencia de rebelión de tipo neurótico. Esta no puede suprimir los intereses sexuales si no es, quizás, bajo la forma de acciones sexuales impulsivas que muestran una conexión patológica entre sexualidad y los sentimientos de culpabilidad. Desarraigar esta fijación es un prerrequisito básico para una vida sexual sana; pero tal como están las cosas hoy en día, pocos lo consiguen.

La fijación a los padres, en su doble aspecto de fijación sexual y de sumisión a la autoridad paterna, hace muy difícil, si no imposible, que los púberes accedan a la realidad sexual y social. El ideal conservador de muchacho pacato y de la muchacha irreprochable, momificados en el infantilismo hasta bien entrada su vida de adultos, es diametralmente opuesto a la idea de una juventud libre e independiente.

Otro signo típico de la educación familiar es que los padres, y en particular la madre, si no está obligada a trabajar fuera de casa, buscan en sus hijos, para gran desgracia de ellos, la gran satisfacción de su vida. Los niños se convierten entonces en animalitos domésticos, a quienes se les puede amar, pero también maltratar a voluntad. Que la actitud emocional de los padres hace a los hijos ineptos para la tarea educativa es una verdad tan conocida que no merece más mención. La miseria conyugal, en la medida en que no se agota en las divergencias de la pareja, se derrama sobre los hijos; esto ya es en si un nuevo prejuicio para su independencia y para su estructura sexual. Pero además crea otro conflicto: su rechazo al matrimonio, por la miseria conyugal que han visto en sus padres. En la pubertad se producen frecuentes tragedias cuando los muchachos, felizmente a salvo ya de la peligrosa educación sexual infantil, intentan también liberarse de las ataduras familiares.

Así pues, la restricción sexual que los adultos deben imponerse para poder tolerar la existencia conyugal y familiar, influye en los hijos. Y como estos, a su vez, por razones económicas, tienen que zambullirse de nuevo en la vida familiar, la restricción sexual se perpetúa de generación en generación.

Puesto que la familia coercitiva, desde el punto de vista económico e ideológico es parte constitutiva de la sociedad autoritaria, sería ingenuo esperar que desaparezcan sus estragos en el marco de esta sociedad. Además, no hay que olvidar que estos estragos son inherentes a la constitución misma de la familia y están fuertemente anclados en cada individuo gracias a mecanismos inconscientes.

A la inhibición sexual que proviene directamente de la fijación a los padres se añaden los sentimientos de culpabilidad derivados del enorme odio acumulado en el transcurso de los muchos años de vida familiar. Si este odio permanece consciente, puede desencadenar una poderosa fuerza revolucionaria; hace que el individuo rompa sus ataduras familiares y podrá convertirse en fuerza motriz de para intervenciones racionales contra las causas reales de este odio.

Si por el contrario, el odio es reprimido, conduce a la fidelidad ciega y la obediencia infantil. Estas actitudes constituyen, más tarde, un inconveniente grave para aquellas personas que quieran alistarse en un movimiento progresista. Tal tipo de individuos podrá abogar por la libertad total y, al mismo tiempo, enviar a sus hijos a la catequesis dominical con la excusa de no hacer sufrir a sus ancianos padres, aunque todo ello vaya en contra de sus convicciones. Presentará todos los síntomas de indecisión y dependencia, consecuencia de su fijación a la familia, y no será un buen militante de la libertad. Idéntica situación familiar puede producir también un individuo revolucionario pero de raíz neurótica, que germina frecuentemente entre los intelectuales de clase media. Sus sentimientos de culpabilidad, mezclados con sus sentimientos revolucionarios, lo hacen un miembro poco seguro del movimiento revolucionario.

La educación sexual familiar daña, por necesidad, la sexualidad del individuo. Si una u otra persona logra desarrollar una vida sexual sana, es de ordinario a expensas de sus lazos familiares. La represión de las necesidades sexuales provoca una debilidad general en las facultades intelectuales y emocionales, sobre todo en lo que respecta a la independencia, a la fuerza de voluntad y a la capacidad crítica. La sociedad autoritaria no se preocupa por la moral en sí; atiende más bien a las alteraciones del organismo psicológico que determinan el anclaje de la moral sexual y forman esa específica estructura ideológica que es la base psíquica colectiva de todo orden social autoritario. La estructura servil es una mezcla de impotencia sexual, angustia, necesidad de contar con un apoyo, veneración a un führer, temor a la autoridad, miedo a la vida y misticismo. Se caracteriza por una lealtad devota, entremezclada con impulsos de rebeldía. El miedo a la sexualidad y la hipocresía sexual caracterizan al filisteo y a su ambiente. Los individuos así estructurados son incapaces de vivir en una auténtica democracia y anulan toda tentativa de instaurar y mantener organizaciones inspiradas en principios auténticamente democráticos. Son el terreno abonado sobre el cual pueden crecer las tendencias dictatoriales o burocráticas de los jefes elegidos democráticamente.

Resumiendo, la función de la familia es doble:

1- Se reproduce a sí misma mutilando sexualmente a los individuos; perpetuándose, la familia patriarcal también perpetúa la represión sexual y sus derivados: transtornos sexuales, neurosis, alienaciones mentales, perversiones y crímenes sexuales.

2- Es el semillero de individuos amedrentados ante la vida y temerosos de la autoridad; así, sin cesar, se perpetúa la posibilidad de que un puñado de dirigentes imponga su voluntad a las masas.

Por eso, la familia tiene para el conservador esa significación peculiar de fortaleza del orden social en el cual cree. Es por esa misma razón, una de las posiciones más encarnizadamente defendidas por la sexología conservadora. Y es que la familia garantiza el mantenimiento del Estado y del organismo social, en el sentido reaccionario.

El psicoanálisis heterodoxo de Otto Gross, extractos de "La concepción fundamentalmente comunista de la simbólica del Paraíso" (1918)




Otto Gross nace en Estiria, Austria, en 1877, hijo de un eminente criminólogo burgués de Graz que le encaminó hacia la psiquiatría. Gross sobresalió pronto en los medios psicoanalíticos de Viena y Zurich. C.G.Jung lo había cogido en análisis después de una cura de desintoxicación de cocaina y opio en Burghölzli, en 1902. En el congreso psicoanalista de Salzburg, en 1908, Gross defendió la tesis heterodoxa que situaba el origen de las enfermedades psíquicas no en la esencia misma de la sexualidad sino en su relación con la sociedad: la etiología de las neurosis pasa por la comprensión de la interacción conflictiva entre individuo y sociedad.

Instalado en Munich a partir de 1906, frecuenta los círculos artísticos y políticos de Schwabing, el barrio latino muniqués, y pronto formará parte del grupo anarquista de Monte Verità, en Ascona, con Mühsam, Landauer,... Ascona era un reducto de ideas y experiencias anarquistas y alternativas, entre la revuelta y la marginalidad. Según afirma Eric Mühsam , Gross fue una de las figuras clave del primer período de Ascona. Allí desarrolló sus ideas de llevar el psicoanálisis a reconocer el peso del condicionamiento social en la experiencia psíquica, concibiendo su trabajo de psicoanalista en el empeño de un cambio revolucionario de la sociedad. Desarrolló su crítica al patriarcado, inaugurado con la violación y basado en la vinculación jurídica de los individuos bajo el poder y la autoridad, y abogó por la vuelta al matriarcado comunitario, basado en la solidaridad entre los individuos. Criticó la familia y la monogamia (y su forma más patológica, la poligamia), iniciando formas de vida sexual libre.

Perseguido por su padre, que logrará internarlo varias veces, lleva una vida militante hasta que se establece en Berlín, donde entra en relación con Franz Pfemfert y el nucleo de la revista expresionista revolucionaria Die Aktion. Vive en casa de Franz Jung, donde es detenido en 1913, por la policía prusiana acusado de anarquista y es expulsado a Austria, donde, a instancias de su padre, es internado en un manicomio de Viena. Gracias a una extensa campaña de solidaridad entre los intelectuales más radicales de Europa, conseguirá la libertad. Durante la guerra se moviliza como médico en distintos frentes. Después lleva una vida errante y miserable junto sólo con la soledad y la droga. En estas condiciones muere en Berlin, el 13 de febrero de 1920, según la descripción que hemos anotado de Franz Jung.

Con todo, durante estos años logra publicar la mayoría de sus trabajos. En Die Aktion publica, en 1913, el manifiesto “Cómo superar la crisis cultural”, réplica a Gustav Landauer sobre la importancia revolucionaria del psicoanálisis. Para Gross, la revolución, apoyándose en la psicología del inconsciente puede contemplar la relación entre sexos bajo un plano más libre y feliz: lucha contra la violación, en su forma más original, contra el padre y contra el derecho patriarcal, para restablecer el derecho matriarcal. En 1918, en “La concepción fundamentalmente comunista de la simbología del paraíso”, desarrolla su análisis de la institución patriarcal, que pone el acento sobre la unión legal entre los individuos, y del sistema matriarcal que reparte derechos y deberes, responsabilidades y obligaciones entre individuos por un lado, y la sociedad por otro. El matriarcado, que la revolución comunista deberá restaurar, no conoce ni el poder ni la sumisión, ni la autoridad, ni el matrimonio, ni la prostitución.

En 1914, publica en la revista Zentralblatt, inspirándose en Sabina Spielrein, la amiga de Freud y de Jung (que la tuvo en análisis), que había empezado a hablar de la oposición entre el yo y la sexualidad, y a considerar que la naturaleza instintiva del hombre se divide entre la pulsión de autoconservación y la pulsión de conservación de la especie, “Lo simbólico de la destrucción”. En la família el niño no tiene otra opción que quedarse solo o adaptarse; así su voluntad de conservación se transforma en voluntad de poder del yo adaptado a la sociedad. Los dos componentes del instinto de conservación, no querer ser violado / no querer violar, entran en contradicción, resultando un conflicto interior entre la voluntad de poder (sadismo) y el abandono de sí (masoquismo) que explica lo simbólico de la destrucción ligada a la sexualidad. Este conflicto interior es el resultado del prejuicio social sobre la superioridad de lo masculino, del orden familiar patriarcal. En “Tres estudios sobre el conflicto interior”, de 1920, Gross desarrolla extensamente esta interpretación.


(datos biográficos y texto tomados del sitio web de Revista Etcétera -correspondencia de la guerra social-)



Me parece acertado llamar, precisamente en estos momentos, la atención sobre una obra que hace tres milenios ya formuló la idea de que toda la construcción de la civilización desde la destrucción de la sociedad matriarcal-comunista de los tiempos primitivos se basaba en un error fundamental y que veía como misión del futuro la recuperación del bien perdido mediante la subversión de sistema autoritativo construido desde aquel entonces. Las palabras del incomprendido que pronunció esta idea –las palabras más supremas que jamás se pronunciaran en la historia– fueron distorsionadas y utilizadas a lo largo de la historia para justificar las mismas instituciones autoritarias que había maldecido en un lenguaje preclaro. Es precisamente ahora, cuando el renacimiento del ideal comunista anunciado por él está comenzando a convertirse en hechos, que quizás se empiece a comprender a este pensador...

Si uno se imagina que se encuentra solo en un pueblo completamente ajeno y se quiere comunicar con este pueblo, entonces se verá ante el insondable problema del esfuerzo que cada niño tiene que realizar para aprender la lengua materna y que para el adulto resulta incomprensible. La función intelectual de la primera infancia, en la medida en la que se puede abarcar en el terreno de la conciencia, resulta de un rango incomparablemente superior a las funciones intelectuales de todas las demás etapas vitales. La etapa siguiente de la presión exterior, adaptación y represión separa al adulto de sus inicios y cubre con un manto de olvido aquellos primeros tiempos de la experiencia - aún no modificada - del mundo y del propio ser. Del ser innato y de sus dones sólo queda una imagen escondida en el inconsciente, un anhelo y una búsqueda continua y oscura, y la proyección de las posibilidades perdidas en lo sobrenatural.-

Naturalmente se puede partir de la existencia de semejanzas entre la evolución del individuo y la evolución general del género humano. La misma presión del exterior que el principio autoritario de las instituciones y el principio de poder en los mismos individuos imponen en cada uno, la presión que separa a cada uno de su propia individualidad, de sus calidades y valores innatos, separa también a la humanidad en su conjunto de su periodo inicial y del primer desarrollo de las posibilidades innatas del género humano. Parece haber un sentido profundo en los mitos que sitúan la raza de los superhombres en el remoto pasado del inicio de la humanidad.
No es casual – y un hecho casi incontestable - que la escritura alfabética fuera inventada por pueblos nómadas de cazadores del paleolítico que no practicaban la agricultura ni la artesanía, y que en este primer escalón de la civilización se produjera por primera vez arte verdadero que a lo largo de muchos milenios y con la creciente evolución en el campo de logros materiales, técnicos y políticos quedó relegado al olvido.

De esta era inicial de una organización rudimentaria y de un dominio primitivo de los materiales y de unas posibilidades ingentes de desarrollo de la mente humana nos separa la larga fase del desarrollo de la civilización, de la organización de la dominación sobre el material y la vida mediante una carga cada vez mayor sobre los individuos y las individualidades – es decir: el sacrificio de la propia mente en aras del poder.

La organización de la dominación sobre la naturaleza y el hombre, la creación de la cultura material y de las instituciones autoritarias obliga a cada individuo a desplegar fuerzas y conocimientos especiales a expensas del conjunto de su personalidad, le obliga a la diferenciación específica y a la actividad al mismo tiempo que a la adaptación y a la renuncia, dirige los afectos hacia el poder y la sumisión y no hacia la libertad, fomenta el desarrollo de aptitudes y capacidades pragmáticas en detrimento del experimentar y estar.-

Al igual que cada uno realiza su esfuerzo más sorprendente, el aprender a hablar, al principio de su vida, mientras persiste la plenitud productiva de las fuerzas libres innatas, también en la evolución del género humano los mayores actos creativos, la formación de las mismas cualidades humanas y la idea de la cultura, la concepción de comunidad y comunicación, de la abstracción y de la lengua pudieran concluir antes de que la domesticación progresiva haya podido reducir el intelecto a facultades de dominación y sujeción.-

Las ideas más elevadas de la humanidad llegan de estos tiempos primitivos al futuro. Nosotros las concebimos como el día venidero y como nuestra voluntad, la antigüedad aún las vivía como memoria. Los valores de la era humana más antigua, “el dorado periodo original”, son definidos por el romano Ovidio, con una sencilla grandeza, como programa ideal del futuro lejano:

“... Vindice nullo sponte sua sine lege bonum...”
Conciliando acervo y objetivo lejano, la versión artística más elaborada de la herencia de los tiempos primitivos, el Génesis de la Biblia, concede el valor supremo a la ausencia de autoridad y poder dentro de las relaciones humanas, especialmente en las relaciones entre hombre y mujer, y define de esta manera el problema global del destino humano desde el principio del pasado hasta la conclusión del futuro.-

No deja de ser ajeno que la presión interior impida una lectura despreocupada del Génesis... y más ajeno aún resulta que algunas partes especialmente expresivas no nos hayan hecho pensar más.

El Génesis expresa con unas palabras muy claras que el matrimonio y la dependencia de la mujer son efectos nefastos de actos contrarios a la voluntad de Dios. (A.T. III. 16).

El significado profundo de estas palabras aumenta si se repara en la expresión que condena el acto de los primeros seres humanos que no se puede interpretar como “maldición” o “aplicación de condenas” – la concepción que el Génesis tiene de Dios es demasiado elevada para ello -, sino sólo como manifestación de la comprensión divina de las leyes de causalidad y de las profundidades del alma, como la enunciación del efecto inevitable de una causa dada. Es decir, las palabras de Dios hay que leerlas como: “Serás, por haber hecho esto...”, por lo que determinan una consecuencia.

El nacimiento de la familia en su forma actual, la dependencia de la mujer del hombre, el matrimonio patriarcal, es una consecuencia interior – derivada de las leyes psicológicas - del pecado original. Mas en el resultado interior del acto queda encerrada la expresión de su propia naturaleza.

En el texto, el pecado original se designa simplemente con el símbolo ampliamente discutido: comer del árbol del conocimiento del Bien y del Mal. ¿Cuál es el significado de este símbolo? (II.17)

Sobre todo se constata un momento negativo. Las interpretaciones que apuntan a un pecado de la soberbia o de la desobediencia son poco serias. El Dios del Génesis “no es como un hombre que se enoja”.

Además: el símbolo del pecado original no hace de ninguna manera referencia a la relación sexual. No hace falta recordar las palabras previas: “Creced y multiplicaos”. Basta pensar en la creación de los humanos como seres sexuales diferenciados para entender que no tiene sentido la idea de que Dios pretendiera la renuncia a la sexualidad. Lo que sí es indudable es que el acto prohibido interfiere en la sexualidad ya que sus consecuencias afectan a este campo. Mas éstas son tan características que resulta difícil errar en la conclusión del tipo de pecado – no comprendo cómo la represión ha podido bloquear este camino...

El efecto psicológico inmediato es la creación del pudor sexual (III: 7). Tiene que haber habido pues un acto cuya primera consecuencia es la pérdida – a través de una modificación interior profunda - del saber de la pureza de toda sexualidad, de la libertad magnífica de la vivencia sexual. Dicho de otra manera, un acto que rebajaba la sexualidad, una desfiguración de la relación interior con la sexualidad – en cada caso un pecado contra la naturaleza y el sentido de la sexualidad.

Ahora bien, en todo el relato del pecado original se establece implícitamente, mediante una técnica artística inalcanzable en el tratamiento del símbolo, que cada expresión de las dos personas que representan los primeros hombres se convierte en un hecho definitivo que perdura. Con una fuerza apremiante se establece un nivel que no admite que algún elemento de lo acontecido se viva como algo único y limitado al momento. Se impone la impresión de que se trata de logros o desviaciones de vigencia para todos los tiempos.-

De modo que las consecuencias del acto prohibido, también allí donde sólo se narra algo que ha tenido lugar – como esta reacción automática de la ocultación repentina de la sexualidad -, devienen una transformación duradera y vigente hasta el presente.-

El pecado original es un acontecimiento de los tiempos originales que modificó de forma decisiva tanto la estructura de la sociedad como el carácter de cada persona y que ha impuesto a toda la humanidad unas normas nuevas en el plano social y psicológico. Es decir, a este acontecimiento se deben la negación de la sexualidad y el orden familiar dominado por el varón.

Ya no se pueden albergar dudas sobre la naturaleza de este acontecimiento. Éste sólo puede referirse a un solo hecho: el abandono del libre matriarcado de los tiempos originales, que el Génesis identifica como el error humano fundamental y que se valora como pecado contra el espíritu y la voluntad divinos.-

El motivo dominante de la tragedia del Génesis es pues la desviación del desarrollo de la humanidad acontecido en la fase inicial de la creación de la sociedad hacia un orden que paraliza el desarrollo de cualquier hecho, devenir y vivencia humanos: el cambio de orientación del espíritu matriarcal del desenvolvimiento sin límites a la construcción de una familia y una sociedad basadas en el principio de la autoridad.

Desde esta perspectiva, también la simbólica del relato del pecado original en el sentido estricto, la expresión “Conocer el Bien y el Mal” adquiere una importancia nueva.

Después de haber comprendido el problema fundamental de toda esta obra, se nos abre sin más el contenido del símbolo que el mismo relato expresa con una sencillez y claridad supremas. “Conocer el Bien y el Mal” sólo puede tener un contenido: la creación de un canon de valores y normas. Es la potencia creadora normativa divina la que necesariamente tiene que poseer el conocimiento de las consecuencias últimas de la nueva orientación que en el Génesis se eleva al nivel de la igualdad con Dios.

Casi huelga decir que, en oposición a lo expuesto aquí, no procede la interpretación que percibe la aplicación de un canon de valores ya existentes, es decir la diferenciación en bien y mal según normas tradicionales como algo que se sitúe encima de las medidas humanas.

La culpa trágica en el drama del Génesis es que el ser humano no es capaz de darse nuevos estatutos, poseído de motivos demasiado humanos e incapaz de abarcar las consecuencias de su innovación, aterrorizado por sus primeras secuelas, con su paso en falso desviando la evolución futura y, en tanto que usurpador de competencias divinas, dictando la ley que gravita sobre el mundo, que es obra de hombres y profanación eterna de la obra del Señor.

Hemos podido mostrar que el Génesis habla de aquella catástrofe cultural que convirtió el principio patriarcal en el principio dominante.

Es ésta la gran transmutación de todos los valores en la que la humanidad imprimió el carácter autoritativo actual a su vida y con la que creó las normas que hoy, como siempre, siguen siendo no orgánicas y no asimilables y que evidencian su naturaleza de cuerpo ajeno precisamente por el hecho de que siempre y en todas partes son la fuente de ilimitados conflictos interiores y de todas las formas de autodestrucción por enfermedad y decadencia.

La ciencia actual de la prehistoria atribuye la creación del orden patriarcal a un número excesivo de mujeres capturadas como esclavas y ha encontrado argumentos de peso para esta hipótesis en los viejos usos del matrimonio, en las leyendas y ceremonias de los raptos, etc. Sin embargo, hay que objetar que estos actos de violencia, de cuya realidad y universalidad no se puede dudar, también se podrían explicar – y hacerlos de esta manera psicológicamente más inteligibles - como efecto secundario de un deterioro ya en curso del antiguo matriarcado.

Es decir, según la prehistoria moderna un acto de violación perpetrado por el hombre sería el verdadero pecado original, el inicio de la catástrofe. Según la versión del Génesis fue la mujer la que, aconsejada por un principio malo – yo diría un símbolo del inconsciente - dio el primer impulso para crear el nuevo orden moral y jurídico cuyas consecuencias insospechadas eran la degradación de la sexualidad en un objeto del pudor, el establecimiento del patriarcado sobre la base de la destrucción de la libertad y de la dignidad humana de la mujer, y, como aire espiritual del mundo transformado - solo esto puede ser el sentido de las palabras divinas dirigidas a Adán! - la desolación interior de la actividad humana, también para el hombre, y el hundimiento del espíritu en la gravedad de materialidad terrenal.

El texto del Génesis reza que la mujer espera que el cambio previsto traiga comodidades y ventajas - se deja claro que se trata de ventajas nimias - y que por eso parte la fruta. No puede tratarse de una casualidad: nos vemos ante el símbolo antiguo y universal de cerrar un trato...

Queda por analizar la psicología que actúa aquí. Podemos reconstruir sus rasgos esenciales a partir del cuadro general de la sociedad matriarcal y de las condiciones de su ocaso.

El problema inicial y principal de toda economía es la utilización de una aportación suplementaria de trabajo exterior para permitir a la mujer asumir sus funciones maternas. La solución comunista de este problema es el matriarcado que, al mismo tiempo, es la forma más perfecta de la socialización ya que libera a cada uno y une a todos al convertir el mismo cuerpo social en centro y garantía de la libertad individual más elevada.

El matriarcado no impone barreras o normas, ni moral o control a la sexualidad. Desconoce el concepto de la paternidad y no precisa su comprobación en el caso concreto. Acepta la maternidad como el mayor trabajo prestado a la misma sociedad en tanto que representante legal legítima de las futuras generaciones y traslada a la sociedad la obligación de la compensación material; es decir, no tiene motivo para evidenciar la paternidad, justo lo contrario de lo que ocurre en el patriarcado que se basa en la determinación de un sujeto responsable y obligado a pagar y que, por tanto, necesita convertir las condiciones indispensables para conseguir tal evidencia - en primer lugar la obligación de la exclusividad sexual - en el contenido de su moral y de sus instituciones.

He aquí la diferencia decisiva y esencial. El matriarcado sitúa el conjunto de los derechos y obligaciones, de responsabilidad y vínculo, entre los individuos en un lado y la sociedad en el otro. La institución patriarcal, en cambio, desplaza el centro de gravedad al vínculo jurídico entre los individuos.

En el poderío del matriarcado toda entrega individual sólo puede hacerse valer en la relación del individuo con la sociedad y toda sensación de poder sólo existe en la colectividad.(3) En la relación mutua de los individuos se da el espacio para desarrollar unas relaciones que pueden mantenerse como fin en sí y que están libres de aspectos de autoridad y poder. El matriarcado no contamina las relaciones entre los sexos con obligaciones, moral y responsabilidad, con imperativos económicos, legales o morales. No conoce el poder ni la sumisión, ni la ley contractual, ni autoridad, ni matrimonio o prostitución.

Resulta harto difícil imaginarse los motivos que podían haber llevado a abandonar un orden positivo de estas características. Este hecho sólo se hace concebible partiendo de la negación recogida en el Génesis: que en el momento de la transformación no se alcanzaba a ver sus consecuencias. El Génesis ve precisamente en la empresa de inaugurar nuevos vínculos y, con ello, nuevos valores cuyas secuelas eran imprevisibles, la arrogación de la espiritualidad divina. La intervención sin distancia en la obra divina, el orgullo desmesurado de un intento de esta índole, constituye la culpa trágica para el Génesis, por lo que basta la elaboración del motivo para cumplir con la necesidad artística de su exposición. Por eso el Génesis se limita a indicar que la mujer se esperaba una ventaja de la introducción de un elemento legal y contractual entre los sexos.

Un tal espíritu supone la existencia de un periodo de transición, lleno de transformaciones civilizadoras e innovaciones técnicas, dentro de un ambiente de una incertidumbre naciente, un periodo de variaciones, lleno de caos de desviaciones y nuevas posibilidades. Se trata de uno de aquellos periodos, que para nosotros que llevamos el peso de nuestra historia, representan el horizonte de la esperanza, pero que situaban al borde del abismo a una humanidad a punto de perder lo mejor sin poder ganar nada comparable a cambio.

El punto crítico del matriarcado – también podríamos decir: la sociedad comunista a partir de su unidad más pequeña – es su complejidad social; la cohesión interior de los grupos que permite su establecimiento es al mismo tiempo la condición de su existencia. Reconstruirla sobre una base más amplia será la tarea principal en los tiempos venideros para rectificar la culpa original de haberla abandonado a la hora de la primera ola de incremento de complicaciones sociales...

Seguramente era una fase en la que el aumento del aprovechamiento de los recursos naturales parecía aconsejar la introducción de un sistema económico descentralizado. Era la primera sublevación del individualismo económico contra la vieja moral social: el nacimiento de la propiedad. Parece que el Génesis la relaciona también con el descubrimiento de la agricultura – así al menos se podría explicar la alusión al trabajo de la tierra a la hora de la predicción de la desdicha a venir.

Un periodo de desintegración social pues en el que se corrompe tanto la estructura social como el sentimiento de relación natural entre los individuos, la moral elemental. Este periodo de incertidumbre exterior e interior puede ser el contexto en el que la mujer, para afrontar la situación difícil de la maternidad, puede llegar a esperar una mayor seguridad y un apoyo más fuerte por parte de un individuo y puede llegar a pensar que estaría más segura y materialmente mejor situada si un solo individuo se responsabilizara de este apoyo. Contrato individual en vez de la garantía social hasta entonces natural... Persiste el problema de la contrapartida.

Todo el error del nuevo orden, todo el conflicto moral irreductible de la nueva moral, se concentra en este momento de la contrapartida. La contrapartida de la mujer para el apoyo económico por parte del individuo es fundamentalmente la sexualidad, y esta utilización de la sexualidad es el pecado contra la sexualidad del cual el Génesis nos muestra sus consecuencias inmediatas: la transformación de las sensaciones hasta tal punto de concebir la sexualidad como un objeto de pudor.
Es decir, el contenido de la nueva relación legal es que la mujer se vende en forma de prostitución y matrimonio y su primer resultado directo es el pudor sexual.
La consecuencia siguiente es la familia autoritaria, el elemento constitutivo de la autoridad como institución.

Es, sobre todo, un elemento accesorio inevitable que convierte la venta de la sexualidad en esta desgracia con secuelas terribles que origina la desviación hacia la vergüenza sexual. Esta consideración casi parece demasiado evidente: para que un acto se pudiera convertir en un objeto de compra, para poder reclamar una indemnización por un acto común, en primer lugar se tiene que poder negar que el acto común pude haber servido a un interés común y puede haber nacido de un deseo común.

Dicho de otra manera, por parte de la mujer que ha de ser resarcida de la sexualidad, la sexualidad ha de ser presentada como un mal, como algo que ella misma no desea, sino que sólo aguanta, a diferencia del carácter activo de la sexualidad masculina que se ha convertido en un fin en sí. De esta manera empieza a instaurarse una ficción que domina todo, que a lo largo de las generaciones se inscribe cada vez más hondo en el inconsciente y se considera cada vez más como algo dado por la naturaleza y una diferencia innata entre los sexos – la ficción de la oposición y de la imposibilidad de comprensión entre hombre y mujer; de esta manera se instaura la coacción a un comportamiento activo y pasivo, respectivamente, la obligación de la mujer al recato mentiroso y el derecho del hombre a la brutalidad posesiva – de esta manera empieza a instaurarse sobre todo el espantoso principio de que la sexualidad como tal es un mal y un acto alienado que una parte sufre y que la otra adquiere o impone, una colisión entre dos egoísmos en vez del símbolo natural de la abolición de las fronteras entre yo y tú.

El pudor sexual, la expresión abrumadora del conflicto del ser humano con todo lo que tiene de verdadero y vivo en sí, es la señal evidente de una sexualidad que ha dejado de ser de interés mutuo. Su lugar ha sido ocupado por una lucha entre intereses opuestos, es decir, una lucha por el poder, en virtud del cual la voluntad de poder se convierte cada vez más en un fin en sí, en un automatismo que acaba convirtiendo la lucha entre los sexos en un hecho natural.

La interminable lucha por el poder crea sus propios límites y coacciones exteriores dentro de una relación de autoridad claramente definida.

Al mismo tiempo, la sociedad ha dejado de ofrecer al individuo otras garantías esenciales que no sean las materiales.

Con el desarrollo del individuo en tanto que entidad económica se pierde la posibilidad de desarrollo de la individualidad y la posibilidad de relaciones verdaderas cuya condición previa es la interacción enriquecedora de dos individualidades intactas. La lucha individual por el poder, sobre todo en forma de propiedad, adquiere su forma duradera en la sociedad por intermediación de un estado de equilibrios más o menos estable, el derecho que, tal como sabemos desde Nietzsche, es un sistema de compensación entre quienes tienen poderes parecidos. De esta manera se ha consolidado el orden familiar y social basado en la autoridad y el derecho, el reconocimiento principal de la lucha de intereses de todos contra todos, ora en forma latente, ora en forma manifiesta – “hasta que te vuelvas a convertir en polvo”.

El pensador que descubría el error de la evolución general de la civilización debía tener una conciencia sobrehumana para poder prever la catástrofe irremediable y, como consecuencia, el reencuentro del ser humano consigo mismo y su renovación.

Efectivamente propagó por el mundo un pensamiento que con las deformaciones más extrañas y con las interpretaciones más absurdas y, en parte, más grotescas ha venido pasando de generación en generación: el pensamiento de la redención.

Tanto para el Génesis como para nosotros, la redención sólo podía y puede tener un significado: la abolición de todos los efectos del camino de evolución que la humanidad tomó desde su abandono de la sociedad matriarcal comunista de los tiempos originales y desde la constitución de la familia y de la sociedad en base a la autoridad y la jerarquía.

El Génesis anuncia el advenimiento de la redención mediante la elevación interior de la mujer. La mujer machacará la cabeza del mismo principio del mal por el que el monstruoso error penetró en el mundo: el principio de poder, dentro de todas las relaciones humanas, transformado en equilibrio de la lucha perpetua de poder, solidificado en una fría tranquilidad de derechos y deberes, el principio estéril de la autoridad.

El Génesis tendrá razón: la renovación verdadera e indestructible será realizada por la revolución que destruya el principio original de la autoridad y que aporte una solución comunista al problema original de toda economía. Se tratará de la revolución que inicie la transformación desde el interior y que vuelva a encargar el entramado económico de la sociedad con el cuidado de madre y niño.

Esta revolución que reconducirá la economía a su razón fundamental y a la sociedad a grupos que representan sus unidades naturales tiene que estar inspirada por un espíritu que, superando las necesidades de subsistencia y esquivando la voluntad de poder, reconozca en la libertad la única posibilidad para establecer relaciones humanas verdaderas y que regale a cada uno el bien supremo, no tanto de su libertad individual, sino de la libertad de todos los demás.

La verdadera liberación de la mujer, la abolición de la familia patriarcal existente mediante la responsabilidad comunitaria y social de la maternidad, restituirá el interés vital de cada uno en una sociedad que le garantizará la posibilidad de la libertad suprema e ilimitada, y cada uno, independientemente de donde venga, tendrá el mismo interés en combatir las instituciones que conocemos hoy día.

El trabajo preparatorio para tal revolución tiene que originar la liberación de cada uno del principio de autoridad interiorizado, la liberación de toda adaptación al espíritu de las instituciones autoritarias que nos fue inculcado en el transcurso de una infancia en el seno de una familia autoritaria, la liberación de todas las instituciones que el niño había adoptado de personas de su entorno que estaban enfrascadas en la eterna lucha por el poder tanto contra él como entre sí; la liberación de todo rasgo servil que padece indefectiblemente cualquiera que ha pasado una infancia de estas características: la liberación del mismo pecado original, de la voluntad de poder.