Julio Cortés Morales
“Creo en el niño, y en
el niño que vive en cada ser humano adulto” (Eva Reich).
“Cada niño viene con el
mensaje de que Dios no se deja desanimar (Rabindranath Tagore).
Como cada año desde hace 30 años, atravesamos el crudo
invierno llegando al mes de los gatos, y con él se nos viene encima el “día del
niño”, que aparece justo antes de la primavera como una gran fiesta familiar
centrada en el consumo especializado de comida rápida, ropa, juguetes y
videojuegos para niños y niñas.
Todo el mundo parece incrédulo cuando uno recuerda que el
“día internacional del niño” se estableció primero por Naciones Unidas para
conmemorar la aprobación de la Declaración de los Derechos del Niño el 19 de
noviembre de 1959.
En Chile se celebra en agosto para conmemorar la ratificación
de la Convención sobre los Derechos del Niño aprobada en Naciones Unidas en
1989. El 14 de agosto de 1990, primer año de gobierno y de actividad
legislativa postdictatorial, mediante el Decreto Supremo 830 del Ministerio de
Relaciones Exteriores se incorporó al ordenamiento jurídico nacional este
tratado internacional, proceso en que recibió una aprobación unánime en el
recién re-instalado Congreso nacional.
En tiempo record la Convención sobre Derechos del Niño pasó a
ser el tratado internacional de derechos humanos más ratificado de la historia:
hasta ahora sólo los Estados Unidos de Norteamérica no lo han hecho suyo.
De inmediato se anunciaron una serie de reformas profundas e
integrales a todo nivel de la sociedad y el Estado. El 2001 se diseñó en Chile un
ambicioso plan de acción para la década, que incluía aprobar una Ley de
Protección Integral de Derechos de la Infancia y Adolescencia, la derogación de
la Ley de Menores, la abolición del SENAME y creación de nuevos y modernos servicios
especializados en su reemplazo.
¿En qué quedó todo eso?
SENAME, creado en 1979 y que fuera uno de los primeros
servicios públicos “neoliberalizados” en implementación del recetario de
Chicago, sigue ahí como triste depósito de la “infancia en riesgo social” en
medio de una profunda crisis que implica además como “externalidad negativa” la
muerte de miles de niños y niñas bajo custodia del Estado y/o de los organismos
privados que reciben sus subvenciones[1].
Existe una Ley de Responsabilidad Penal Adolecente y también
se crearon Tribunales de Familia (que reemplazaron sin mayor desbarajuste a los
antiguos Tribunales de Menores). La primera reconoce que los adolescentes
tienen la autonomía suficiente como para ser criminalizados e internados en
cárceles especiales, en el marco de un sistema jurídico que aún no les permite
votar y en que ni siquiera pueden ser puestos en libertad desde las comisarías
cuando son detenidos por movilizarse, si es que no va a buscarlos su “adulto
responsable”[2].
TV 13 informa que “la Cámara Nacional de Comercio,
Servicios y Turismo (CNC) aclaró la fecha en que se
celebrará el Día del Niño 2020 en Chile, un día dedicado a celebrar
los derechos de la infancia”. La fecha escogida es el 16 de agosto, primer “día
del niño” en estado de catástrofe por pandemia de covid-19.
Este giro no es meramente anecdótico: la sociedad mercantil toma
y transforma el contenido del discurso jurídico (en este caso el de los
“derechos humanos de la infancia”), y se lo reapropia y transforma en función
de sus determinaciones más poderosas. En nuestro caso, el día del niño ha sido
traspaso del Estado al Mercado, y lo que se homenajea así ya no tiene mayor
relación con la idea de entender a niños y niñas como “sujetos de derecho”,
sino que ha pasado a ser la celebración abierta de la cada vez más intensa
interacción entre infancia, familia y mercado.
Algunos visionarios ya lo hacían notar a inicios de los 90, coincidiendo
con la ratificación y difusión de la novedosa Convención Internacional. James
MacLean, en el best seller “Marketing de productos para niños”, llamaba a “dar
su voto por Kid Kliente”, haciendo ver que los niños representan tres mercados
en uno: el mercado primario (en que consumen directamente sus “mesadas”), el
mercado de influencia (mediante las peticiones de compra que dirigen a padres y
parientes), y el mercado futuro (sintetizado por el autor en la siguiente fórmula:
“cuando sea grande voy a tener un Lamborghini”).
Se trata obviamente de la versión liberal-individualista de
los derechos de los niños entendidos como adultos y consumidores en miniatura.
Por eso la fallecida socióloga uruguaya Susana Iglesias decía que el ingreso
directo de los niños al mundo del consumo era el verdadero factor social que
impulsaba un cierto reconocimiento de sus derechos en nuestro tiempo. Mucho más
que los discursos lacrimógenos en favor de la infancia, que tal como los
lamentos generalizados cuando este sistema social mata niños/as, son siempre
sospechosos de hipocresía.
Pero no es la única opción.
En un país como el nuestro donde el Estado ni siquiera ha
tomado muy en serio su obligación de “dar a conocer ampliamente los principios
y disposiciones de la Convención por medios eficaces y apropiados, tanto a los
adultos como a los niños” (art. 43), no es casual que quien mejor haya cumplido
hasta ahora esa función es el personaje de 31 Minutos “Calcetín con Rombos
Man”, que lleva desde el año 2003 proclamando en todas sus aventuras distintas
declaraciones de derechos del niño que de otro modo casi nadie conocería[3].
Desde entonces, varias oleadas sucesivas de niños/as y
adolescentes han sido capaces de irrumpir el continuo de la dominación,
logrando contagiar en distintas intensidades a todo al resto de la sociedad.
Así fue en el 2001 con el “mochilazo”, cuando reclamaron sencillamente por el derecho
al pase escolar pero usando formas de acción colectiva tan masivas y acéfalas que
parecían inéditas u olvidadas tras tantos años de “realpolitik” adultocéntrica
y autoritaria. Volvió a ocurrir el 2006 y el 2011, a veces junto a otros
protagonistas como los estudiantes universitarios (mucho más proclives a ser
cooptados por el sistema desde el inicio), y volvió a ocurrir en el 2019,
cuando la evasión liceana como respuesta al aumento de las tarifas del metro
terminó contagiando el virus de la rebelión al conjunto del cuerpo social.
En estos procesos los niños y niñas se han constituido a sí
mismos en sujetos individuales y colectivos, actores para nada “secundarios”, que
han aprendido a existir por fuera y en contra de lo que las instituciones, la sociedad
oficial y el Estado esperan de ellos.
El costo no es menor: de las 8.827 víctimas de violencia
institucional registradas por el Ministerio Público entre octubre de 2019 y
marzo de 2020, 1.362 son menores de 18 años.
Nuestra sociedad deberá enfrentar en algún momento la
siguiente contradicción grosera: a pesar de que fueron sus niños/as y
adolescentes quienes generaron a partir de octubre de 2019 un nuevo escenario
social y político en que se ha abierto la posibilidad de una profunda
reconfiguración institucional de la República de Chile, el mismo Estado que les
venía obsequiando leyes como “aula segura” y que además les quería hacer
aplicable el “control preventivo de identidad”, los excluye ahora del proceso
constituyente dada su “incapacidad” declarada en razón de su minoría de edad.
La condición jurídica y política de la infancia como
colectivo, y la posición social de los/as niños y niñas como sujetos
individuales y colectivos, es tal vez el problema más importante que una
comunidad humana debería enfrentar en cada momento. Pero en Chile pareciera que
nada de eso importa, mientras celebremos adecuadamente el “día del niño” en el
local de comida rápida más cercano, que de seguro sabrá cómo atender a la
clientela en este nuevo intento de “retorno seguro” a la normalidad del
capital.
[1]
Sobre el origen y trasformaciones del SENAME en dictadura es recomendable la siguiente
sección del blog de Jorge Álvarez Chuart: https://jalvarezchuart.blogspot.com/2018/06/los-origenes-de-sename.html
[2] A más de 10 años de aplicación de la Ley Penal Adolescente hay que destacar un dato bastante sorprendente que por no ser funcional al “populismo punitivo” permanece oculto en el discurso público: la cantidad de jóvenes en contacto con el sistema penal ha ido bajando sostenidamente, hasta llegar a ser 60% menos en el 2018 que en comparación al 2008. Del total de la población entre 14 y 17 años, el 96% no ha participado en una actividad delictual, mientras los adultos están en 90% (Censo 2017 y Ministerio Publico 2017). En la franja de 14/15 años, los ingresos al sistema de RPA habían bajado de 22.665 en el 2008 a 12.747 en el 2016, mientras en la franja de 16/17 años disminuyeron desde 48.096 a 28.014.
[3] La
Enciclopedia de 31 Minutos lo define como
“un popular superhéroe que siempre defiende los derechos del niño”. http://www.31minutos.cl/codex/calcetin-con-rombos-man/