viernes, 30 de mayo de 2008

El aparato represivo del estado contra los nuevos "sujetos de derechos".







Dado que murió el Director General de Carabineros de forma trágica, los AIE mediáticos y políticos en pleno están dedicados a impulsar la "unidad nacional" en torno a su figura (hasta le han inventado el apodo de "El General del pueblo"). De esta forma, el notable incremento de la brutalidad represiva en los últimos años, y sobre todo a partir de este año (desde marzo opera la Ley de agenda corta antidelincuencia, que es abiertamente regresiva en términos de garantías penales y procesales), quedó en el olvido. Pero las movilizaciones estudiantiles siguen, y el nivel de violencia policial aumenta (están usando el desalojo inmediato de liceos, y los estudiantes han optado por la táctica de retirarse justo cuando la policía va a ingresar). A continuación, para hacerse una idea del estilo institucional tan celebrado en estos momentos, agrego una noticia de hace dos días, tomada de www.lanacion.cl. (las fotos son de la toma del Liceo 7 de niñas el día de ayer, y están tomadas de Indymedia Santiago).

En tela de juicio está a esta hora el duro accionar de Carabineros en la represión de la marcha que estudiantes secundarios y universitarios intentaron iniciar por la Alameda desde la avenida Ricardo Cumming.

El operativo, que deja hasta ahora más de cien detenidos, y que persiste en otros puntos del centro de Santiago, es cuestionado por estimarse desmedido y porque alcanzó sin contemplación a miembros de la prensa y transeúntes.

Entrevistado por radio Bío Bío, el informador de radio El Canelo de Nos, Marco Rodríguez, denuncia una "brutal golpiza" sufrida al ser detenido mientras cubría la protesta.

El reportero, que logró contactarse con la emisora nacional, desde el interior del bus de Fuerzas Especiales al que subido policial, a través de un teléfono celular que llevaba entre sus ropas, relató en directo la actitud policial.
"Estoy a bordo de la micro de Carabineros, fuimos violentamente golpeados por los Carabineros de Fuerzas Especiales. Voy con mi mano sangrando y nos agredieron a patadas al momento de subir al bus", apuntó.

Recalcó que cada escolar que subían al vehículo "lo golpeaban en la cara y cuerpo" y que él fue detenido cuando cumplía su trabajo y a pesar de llevar su brazalete amarillo con la palabra Prensa y su chaqueta con la misma señal.

"Nos llevan a la Tercera Comisaría y arriba vamos unas 16 personas. Nos siguen amenazando", dijo. Llamado a emitir dichas agresiones, respondió "me quieren quitar la cámara y el celular" y abruptamente se interrumpió la comunicación, ignorándose su suerte arriba del vehículo policial.

En tanto, un anciano de unos 70 años de edad que cruzaba la Alameda junto a su nieto, a centímetros de distancia recibió en su rostro el golpe de gas lacrimógeno arrojado desde un vehículo.

Aviso a escolares y estudiantes (fragmento), por Raoul Vaneigem




Odiosa ayer, la escuela es ya sólo algo ridículo.

¿Hay que destruirla? Pregunta doblemente absurda. En primer lugar porque ya está destruida. Cada vez menos concernidos por lo que enseñan y estudian -y sobre todo por la manera de instruir y de instruirse-, ¿no se afanan conjuntamente profesores y alumnos en hundir voluntariamente el viejo paquebote pedagógico que hace aguas por todas partes? El hastío engendra la violencia, la fealdad de los edificios incita al vandalismo, las construcciones modernas, cimentadas por el desprecio de los promotores inmobiliarios, se agrietan, se vienen abajo, arden, según el desgaste programado de sus materiales de pacotilla. Además, porque el reflejo de aniquilación se inscribe en la lógica de muerte de una sociedad mercantil cuya necesidad lucrativa consume lo vivo de los seres y de las cosas, lo degrada, lo contamina, lo mata. Acentuar el deterioro no beneficia sólo a los carroñeros de lo inmobiliario, a los ideólogos del miedo y de la seguridad, a los partidos del odio, de la exclusión, de la ignorancia, sino que, además, da razones a ese inmovilismo que no deja de cambiarse de ropaje y enmascara su nulidad con reformas tan espectaculares como efímeras.

En adelante, cada niño, cada adolescente, cada adulto, se encuentra en la encrucijada de una elección: consumirse en un mundo que agota la lógica de una rentabilidad a cualquier precio, o crear su propia vida creando un ambiente que asegure su plenitud y su armonía. Porque la existencia cotidiana no puede ya confundirse por más tiempo con esta supervivencia adaptativa a la que la han reducido los hombres que producen la mercancía y que son producidos por ella.

Una sociedad que no tiene otra respuesta a la miseria que el clientelismo, la caridad y el cambalache, es una sociedad mafiosa. Poner la escuela bajo el signo de la competitividad es incitar a la corrupción, y ésa es la moral de los negocios.

Después de haber arrancado al escolar de sus pulsiones de vida, el sistema educativo intenta cebarlo artificialmente para llevarlo al mercado de trabajo, donde seguirá balbuceando hasta la repugnancia el leitmotiv de su juventud: ¡Que gane el mejor! ¿Que gane qué? ¿Más inteligencia sensible, más afecto, más serenidad, más lucidez sobre sí y sobre las circunstancias, más medios para actuar sobre su propia existencia, más creatividad? No; más dinero y más poder, en un universo que ha consumido el dinero y el poder de tanto ser consumido por ellos.

Nos hundimos en las ciénagas de una burocracia parasitaria y mafiosa en la que el dinero se acumula y gira en un círculo cerrado en lugar de invertirse en la fabricación de productos de calidad, útiles para mejorar la vida y su entorno. El dinero es lo que menos falta, en contra de lo que os aseguran esos a los que habéis elegido; pero la enseñanza no es un sector rentable.

El bestia arribista venciendo al ser sensible y generoso; a eso es a lo que mercachifles en el poder llaman, también ellos, como los brillantes pensadores de antaño, una selección natural.

¿Acaso sólo habremos revocado el absurdo despotismo de los dioses para tolerar el fatalismo de una economía que corrompe y degrada la vida sobre el planeta y nuestra existencia cotidiana? La única arma de la que disponemos es la voluntad de vivir, aliada con la consciencia que la propaga. Si se la juzga por la capacidad del hombre de subvertir lo que le mata, puede ser un arma absoluta. La lógica de los negocios que intenta gobernarnos exige que toda retribución, subvención o limosna consentida se pague con una mayor obediencia al sistema mercantil. No tenéis más elección que seguirla o rechazarla siguiendo vuestros deseos. O entráis como clientes en el mercado europeo del saber lucrativo -dicho de otro modo, como esclavos de una burocracia parasitaria, condenada a hundirse bajo el peso creciente de su inutilidad-, o peleáis por vuestra autonomía, sentáis las bases de una escuela y de una sociedad nuevas, y recuperáis, para invertirlo en la calidad de la vida, el dinero dilapidado cada día en la corrupción ordinaria de las operaciones financieras.

El dinero robado a la vida es puesto al servicio del dinero. Ésa es la realidad oculta por la sombra absurda y amenazante de las grandes instituciones económicas: Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, Acuerdo General sobre las Tarifas Aduaneras y el Comercio, Comisión Europea, Banco de Francia y tutti quanti. Su apoyo a las fundaciones y a los centros universitarios de investigación implica a cambio que sea propagado el evangelio del beneficio, fácilmente transfigurado en verdad universal por la venalidad de la prensa, de la radio, de la televisión.

Hemos nacido, decía Shakespeare, para pisotear la cabeza de los reyes. Los reyes y sus ejércitos de verdugos no son más que polvo. Aprended a avanzar solos y aplastaréis con el pie a los que, en este mundo suyo que se muere, sólo tienen la ambición de morir con él.

lunes, 26 de mayo de 2008

los derechos del hombre y los derechos del caballo, por Paul Lafargue




El yerno de Marx...,nacido en Cuba y no muy querido por el suegro, según se dice. Autor del clásico y totalmente necesario libro "El derecho a la pereza". Suicidado junto a la hija de Karl en un evento acordado y planificado por ambos para cuando ya tuvieran 70 años. En este lapidario escrito Lafargue sigue demoliendo la mayor victoria ideológica de la burguesía: el culto al trabajo. Y en su crítica del "derecho igual" me atrevo a decir que va más allá que el Marx de "La cuestión judía". La inutilidad de los llamados "derechos del hombre" para proteger la maternidad y la infancia es tratada con sarcasmo en una comparación con los derechos no escritos de ciertos animales.


Los derechos del caballo y los derechos del hombre
Paul Lafargue

La Civilización Capitalista ha gratificado a los trabajadores a sueldo con los metafísicos Derechos del Hombre, pero esto es tan sólo para sujetarlos más cerca y más firmemente a sus tareas económicas. "Libre te hago" dicen los Derechos del Hombre al trabajador, "libre de ganarte miserablemente la vida y transformar a tu empleador en millonario; libre de venderle tu libertad por una puñado de pan. Él te encarcelará diez o doce horas en sus talleres; no te dejará ir hasta que extenuado hasta médula de tus huesos, tan sólo te quede fuerza para engullir un poco de sopa y hundirte en un pesado sueño. Tienes tan sólo un derecho que no has de poder vender, y ese es el derecho a pagar impuestos".

El Progreso y la Civilización puede que sean duros para la humanidad que trabaja a sueldo pero tienen toda la ternura de una madre para los animales a quienes los estúpidos bípedos denominan "inferiores". La Civilización ha favorecido especialmente a la raza equina: sería una descomunal tarea recorrer la larga lista de beneficios; nombraré tan sólo algunos, de notoriedad general, que pueden despertar e inflamar los deseos pasionales de los trabajadores, ahora aletargados en su miseria.

Los caballos están divididos en distintas clases. La aristocracia equina disfruta de tantos y tan opresivos privilegios, que si las bestias de facciones humanas que les sirven de jockeys, entrenadores, criados y mozos de establos no estuvieran degradados moralmente hasta el punto de no sentir vergüenza propia, se hubiesen rebelado contra sus amos y señores, a quienes almohazan, acicalan, cepillan y peinan, también hacen sus camas, limpian sus excrementos y reciben sus mordidas y patadas a modo de agradecimiento.

Los caballos aristocráticos, al igual que los capitalistas, no trabajan; y cuando se ejercitan en los campos miran con desdeño, con desprecio, a los animales humanos que aran y siembran los campos, siegan y rastrillan las praderas, para proveerles de avena, tréboles, forrajes y otras suculentas plantas. Estos cuadrúpedos favoritos de la Civilización ejercen tal influencia social que imponen su voluntad a los capitalistas, sus hermanos en privilegio; obligan a los más excelsos de ellos a venir con sus hermosas damas a tomar el té en los establos, inhalando los ácidos perfumes de sus sólidas y líquidas evacuaciones. Y cuando estos lores acceden a desfilar en público, exigen que de diez a veinte mil hombres y mujeres se apilen en incómodos asientos, bajo el sol ardiente, para admirar sus exquisitas formas cinceladas y sus proezas en salto y corrida. No respetan ninguna de las dignidades sociales frente a las cuales los devotos de los Derechos del Hombre se reverencian. En Chantilly hace no mucho tiempo uno de los favoritos para el primer premio le lanzó una patada al rey de Bélgica, porque no le gustó como lucía su cabeza. Su real majestad, que adora a los caballos, murmuró una disculpa y se retiró.

Es una fortuna que estos caballos, que pueden contar más auténticos antecesores que las casas de Orleans y Hohenzollenrn, no hayan sido corrompidos por su alto rango social; de haberse empecinado en competir con los capitalistas en pretensiones estéticas, lujo libertino y gustos perversos, tales como vestir de encaje y diamantes, y beber champaña y Chateau-Margaux, una desgracia más negra y faenas aún más abrumadoras, habrían caído sobre la clase de trabajadores a sueldo. Tanto mejor para humanidad proletaria es que esos aristócratas equinos no hayan tomado el fastuoso gusto de alimentarse de carne humana, como los viejos tigres de Bengala que merodeaban alrededor de las aldeas de la India para hacerse de mujeres y niños; si desgraciadamente los caballos hubieran sido comedores de hombres, los capitalistas, que no pueden negarles nada, hubieran construido mataderos para trabajadores a sueldo, donde hubieran trinchado y preparado solomillos de niños, brazos de mujeres y asados de niñas para satisfacer sus gustos antropófagos.

Los caballos proletarios, no tan bien dotados, han de trabajar por su ración de avena, pero la clase capitalista, a pesar de su estima por los aristócratas de la raza equina, concede a los caballos trabajadores derechos que son mucho más sólidos y reales que aquellos inscriptos en los "Derechos del Hombre". El primer derecho, el derecho a la existencia, que ninguna sociedad civilizada reconocerá para los trabajadores, es poseído por los caballos.

El potrillo, incluso antes de nacer, aún en el estadio de feto, comienza a disfrutar del derecho a la existencia; su madre, cuando su embarazo apenas ha comenzado, es relevada de todo trabajo y enviada al campo para formar este nuevo ser en paz y tranquilidad; ella permanece cerca suyo para criarlo y enseñarle a escoger deliciosos pastos en la pradera, donde juguetea hasta que crece.

Los moralistas y políticos de los "Derechos del Hombre" piensan que sería monstruoso conceder tales derechos a los trabajadores; levanté una tormenta en la Cámara de Diputados cuando solicité que las mujeres, dos meses antes y dos meses después del parto, debieran tener el derecho y los medios para ausentarse de la fábrica. Mi propuesta trastocó la ética de la civilización y sacudió el orden capitalista. Qué abominable abominación -demandar para los bebés los derechos de los potrillos. En cuanto a los jóvenes proletarios, apenas pueden caminar sobre sus pequeños piececitos son condenados al trabajo duro en las prisiones del capitalismo, mientras los potrillos se desarrollan libremente bajo la noble Naturaleza; se toman los recaudos necesarios para que estén completamente formados antes de ser puestos a trabajar y sus tareas son proporcionales a su fuerza con tierno cuidado.

Este cuidado por parte de los capitalistas los acompaña a lo largo de toda su vida. Podemos recordar aún la noble indignación de la prensa burguesa cuando conoció que las compañías de ómnibus estaban utilizando restos de estiércol y curtiduría en las casillas de establo en vez de paja: ¡Pensar a los tristes caballos teniendo tan pobres literas! Las almas más delicadas de la burguesía han organizado en cada país capitalista sociedades de protección a los animales, para probar que no pueden ser agitados por el devenir de las pequeñas víctimas de la industria. Schopenhauer, el filósofo de la burguesía, en quien se encarnó tan perfectamente el grosso egoísmo de los filisteos, no podía oír el crujir de un látigo sin que su corazón se partiera con el mismo.

La misma compañía de ómnibus, que hace trabajar a sus obreros de catorce a dieciséis horas al día, requiere de sus queridos caballos tan sólo de cinco a siete horas. Les ha proporcionado verdes praderas en las que pueden recuperarse de la fatiga o indisposición. Es política suya la de gastar más en el entrenamiento de un cuadrúpedo que en pagar el salario de un bípedo. Jamás se le ocurrió a ningún legislador ni a ningún abogado fanático de los "Derechos del Hombre" el reducir las raciones diarias del caballo para así asegurarle un retraimiento que le servirá tan sólo después de su muerte.

Los Derechos de los Caballos no fueron notificados; son "derechos no escritos", del modo en que llamaba Sócrates a las leyes implantadas por la Naturaleza en la conciencia de todos los hombres.

El caballo ha demostrado su sabiduría al contentarse a sí mismo con estos derechos, sin pensar en demandar aquellos de los ciudadanos; ha juzgado que sería tan estúpido como el hombre si hubiera sacrificado su plato de lentejas por el metafísico banquete de Derechos a la Revuelta, a la Igualdad, a la Libertad, y otras trivialidades que para el proletariado son tan útiles como un cauterio en una pierna de madera.

La Civilización, aunque parcial respecto de la raza equina, no se ha mostrado indiferente respecto del destino de otros animales. Las ovejas, pasan sus días en una ociosidad placentera y abundante; son alimentados en el establo con cebada, alfalfa, nabos y otras raíces, cultivadas por los trabajadores a sueldo; los pastores las conducen para alimentarse en copiosas pasturas, y cuando el sol abrasa la planicie, son llevadas a dónde pueden pacer sobre los tiernos pastos de las montañas.

La Iglesia, que ha quemado a sus herejes, y lamenta no poder educar nuevamente a sus fieles hijos en el amor al "cordero", representa a Jesús, bajo la forma de un buen pastor, cargando sobre sus hombros a un fatigado cordero. Cierto, el amor por el cordero padre y la oveja es en última instancia sólo el amor por la pierna de cordero y el costillar, tal como la Libertad de los Derechos del Hombre no es más que la esclavitud del trabajador a sueldo, en tanto nuestra jesuítica Civilización siempre disfraza la explotación capitalista con principios eternos y al egoísmo burgués con nobles sentimientos; aunque al menos la burguesía guarda y ceba la oveja hasta el día del sacrificio, mientras que apresa al trabajador todavía tibio de los talleres y agotado por la labor para enviarlo a los mataderos de Tonquin o Madagascar.

Trabajadores de todos los oficios, ustedes que se afanan tanto para crear su pobreza al producir la riqueza de los capitalistas, ¡levántense, levántense! En tanto los bufones del parlamento despliegan los Derechos del Hombre, demanden en conjunto por ustedes, sus esposas y sus hijos, los Derechos del Caballo.

lunes, 19 de mayo de 2008

"Principales visiones sobre la construcción socio-histórica de la infancia", por Julio Cortés M.

(Texto escrito en el año 2000, incluido en el libro "Infancia y derechos humanos: discurso, realidad y perspectivas", LOM/Opción, 2001).

En relación al tema de la historia de la infancia se plantean una serie de problemas a raíz de la compleja relación entre sujeto y objeto, que en el ámbito de los niños y la infancia adquieren dimensiones particulares dadas por el hecho de que todo lo que se ha escrito sobre ellos se hace desde el mundo adulto, con una visión adulta que necesariamente es externa al objeto de análisis, y en la que no siempre están claramente delimitadas la consideración hacia los niños concretos, de carne y hueso, individual o colectivamente. De la consideración de la niñez o infancia como categoría específica a nivel de las macroestructuras sociales, y en que se confunden, con frecuencia, la consideración y análisis de la realidad vivida por los niños, con la atención a los cambios producidos a nivel de las representaciones sociales sobre la infancia en el plano ideológico, del discurso y de los sentimientos.

A efectos de este documento de estudio, nos interesa conocer las principales visiones o enfoques entre los historiadores en relación a la infancia como construcción social. Con este fin, se señalarán los aspectos centrales de los planteamientos de Philippe Aries, Lloyd Demause, Elizabeth Badinter, Linda Pollock y Hugh Cunningham. El objetivo de este repaso, más que la definición a favor o en contra de determinadas tesis, es conocer la diversidad de opiniones acerca de un tema en el que en el ámbito del sentido común, predominan generalizaciones que universalizan el sentimiento actual acerca de la infancia. De esta forma, se pretende tener más elementos de análisis que permitan descifrar las concepciones ideológicas e históricas presentes en los discursos actuales sobre la infancia y que sirvan para el análisis de los contextos en que se ha producido en Latinoamérica la historia del control social de los niños.

Phillippe Ariès

Este autor francés es considerado un pionero de la historiografía de la infancia, y su tesis principal, que la infancia fue inventada o descubierta entre fines del siglo XVII e inicios del XVIII, ha tenido una enorme influencia desde que la formulara en 1960 hasta nuestros días, así como también ha suscitado una gran sucesión de críticas en los autores posteriores.

Para entender adecuadamente la tesis de Aries es necesario tener en cuenta que su trabajo se enmarca en una corriente de revalorización de la época medieval, período comúnmente asociado a oscuridad e ignorancia, pero que de acuerdo a investigaciones de historiadores como Aries, se caracterizó por una rica vida comunitaria con altos niveles de participación en la vida pública por todas las personas y en que las instituciones propias de la vida privada, como la familia, se encontraban bastante reducidas en sus funciones e importancia. Aries opta por una investigación que atienda no a los grandes eventos de la historia, sino que al entramado social existente a nivel popular y cotidiano, sobre el cual dichos eventos se producen. En ese marco comunitario, los niños no eran percibidos como una categoría específica, diferente, y pasaban de un período relativamente breve de estricta dependencia física, a ser socializados directamente en el mundo adulto a través del contacto con la comunidad.

Existían niños pero no infancia y, paradójicamente, los niños gozaban de mayor libertad que luego de la invención o descubrimiento de la infancia.
Las fuentes a las que acude Aries para fundamentar sus planteamientos son bastante heterodoxas, consistiendo principalmente en un análisis del arte medieval y renacentista. Durante la mayor parte de la Edad Media la infancia no era considerada en el plano de las representaciones artísticas. Hasta el siglo XIII los niños eran representados como adultos en miniatura, sin rasgos ni vestimentas propios de un infante. A partir del siglo XIII comienzan a aparecer formas de representación pictórica de niños en tres formas típicas: ángeles, el niño Jesús y niños desnudos. Para Aries esta evolución refleja un cambio en la mentalidad colectiva dando cuenta de la aparición de sentimientos hada la infancia. En el siglo XIV la iconografía religiosa incluye la figura del niño Jesús, la infancia de la Virgen y otros santos. La iconografía laica evoluciona posteriormente en un sentido similar, en los siglos XV y XVI, desde la representación de niños en compañía de adultos hasta la representación de niños solos, que comienza a ser usual a partir del siglo XVII. Este siglo marcaría, según el autor, el comienzo de la nueva sensibilidad colectiva hacia la infancia, expresándose en el arte en formas de representación de niños desconocidas en la Edad Media, que pasan a tener un rol predominante. Este cambio no se produjo como consecuencia de variaciones en la situación demográfica, como han afirmado varios autores, sino que por el contrario, habría anticipado dichas variaciones en más de un siglo.

El "descubrimiento" propiamente tal de la infancia se produjo, según Aries, en el siglo XVIII. En esto el autor se apoya en otro tipo de fuentes, cuales son la constancia en la literatura de referencias a la jerga y personalidad propias de los niños, alusiones que en los siglos XV y XVI eran aisladas y pasan a ser abundantes recién en el siglo XVIII.



Un elemento central en Aries se refiere a que la infancia pagó por su descubrimiento un precio bastante alto, el de su control mediante instituciones y mecanismos específicos. El proceso de moralización de la sociedad se manifestó en relación a la infancia, en la creación de un régimen especial para los niños dentro del cual debían ser preparados para la entrada en la vida adulta. La escuela, donde en la Edad Media convivían niños de diferentes edades con adultos, pasa a ser el espacio propio de los niños y jóvenes, exclusivamente diseñado para ellos. Así la infancia es recluida en el mundo privado, en las instituciones específicas para niños, la escuela y la familia, lugares en que los niños gozaron de una libertad bastante menor que la que habían disfrutado antes de su descubrimiento, y se les asignaron roles específicos diferentes del resto de las personas. Un rol primordial lo cumplen los internados, cuyo uso comienza a masificarse desde fines del sigo XVII, separando radicalmente a niños de adultos, con lo que comienza un "largo proceso de internación de los niños (como de los locos, los pobres y las prostitutas), que no dejará de extenderse hasta nuestros días" (Aries, 1973).

Con base en esta tesis, autores como Emilio García Méndez han planteado que en el descubrimiento de la infancia se encontraban las bases de la "situación irregular", en el sentido que se construyó culturalmente una incapacidad de la infancia que luego fue consagrada jurídicamente, y así este descubrimiento trajo aparejado no sólo la pérdida de libertad de los niños sino su posterior división entre "niños y adolescentes" y "menores", siendo estos últimos los que quedaban fuera del circuito familia-escuela, para los cuales hubo que diseñar instrumentos específicos de control de carácter socio-penal (García Méndez, 1994).

Lloyd Demause

Compartiendo con Aries la tesis de un cambio drástico en la consideración de la infancia, Demause postula una evolución más bien inversa, en la que la consideración de los adultos hacia los niños habría avanzado desde etapas de negación y violencia a una relación cada vez más óptima y respetuosa de la infancia. Demause, cuya obra fue escrita en los 70, pertenecía a la escuela psicogénica norteamericana, que pretendió aplicar métodos psicológicos a la investigación histórica, mediante un análisis de la evolución de los sentimientos. Esta escuela propone una teoría del cambio histórico denominada teoría psicogénica de la historia, que postula que "la fuerza central del cambio no es la tecnología ni la economía, sino los cambios psicogénicos de la personalidad resultantes de interacciones de padres e hijos en sucesivas generaciones" (Demause, 1982).

En el plano de los sentimientos de los padres hacia sus hijos, Demause distinguió seis etapas que dan cuenta de un progreso lineal en las prácticas de crianza, derivadas de una superación creciente de la ansiedad originaria que el contacto con niños produce naturalmente en los adultos, y un progreso también creciente en las capacidades de crianza. Estas etapas, partiendo en la Antigüedad, serían las de infanticidio, abandono, ambivalencia, intrusión, socialización y ayuda, comenzando la sexta y última recién a mediados del siglo XX, y cada una de ellas resulta de la forma en que operan las tres reacciones posibles frente a los niños en los adultos: respuesta proyectiva, reacción de inversión, y reacción empática. La reacción empática sería la predominante desde mediados del siglo XX, aunque según el autor aún es posible encontrar ejemplos de otros tipos de respuestas en algunas personas, que estarían ancladas en etapas anteriores. En esta etapa de ayuda los padres deben esforzarse en una crianza no dirigida a formar hábitos ni a corregir, sino a aportar todo lo necesario para el pleno desarrollo del niño, método que Demause señalaba haber aplicado a su hijo con óptimos resultados.



Los planteamientos de Demause no gozaron de mucho apoyo entre otros historiadores, lo cual se debe, en parte, a las debilidades de su método "psico-histórico", a su evolucionismo excesivamente lineal, y a un uso arbitrario de fuentes, que habría destacado del pasado los episodios más dramáticos, sin demostrar que correspondieran a los usos generalizados de la época. La idea general tras su tesis, sin embargo, subsiste en el nivel del sentido común y los discursos oficiales, en cuanto se proclama una nueva era de respeto sin precedentes por la infancia y los derechos de los niños, que terminaría con las prácticas anteriores de indiferencia y malos tratos, visión optimista que se contrapone a la perspectiva más nostálgica y pesimista de Aries que ve un control creciente sobre la infancia en relación a la libertad pre-descubrimiento.

Elizabeth Badinter

A través de un análisis que cuestiona la existencia del amor maternal como valor universal, natural y espontáneo, Badinter, en su libro "¿Existe el amor maternal? Historia del amor maternal. Siglos XVII al XX", explora gran cantidad de datos que revelan cambios en las prácticas de crianza influidos por ideologías o "modas" culturales y por variaciones en el contexto económico, social y político.
Las fuentes utilizadas por Badinter revelan que en Francia y otros países de Europa en los siglos XVII y XVIII existieron prácticas generalizadas de indiferencia hacia los niños. Estas prácticas y señales de indiferencia a las que se refiere la autora son básicamente la entrega de niños a nodrizas apenas producido el nacimiento, la negativa a amamantar, la poca tristeza e incluso la insensibilidad frente a la muerte de niños pequeños, el amor selectivo hacia el primogénito, la educación confiada a preceptores y gobernantas, la extensión generalizada de los internados. Muchas de estas prácticas surgieron en las clases acomodadas, para extenderse posteriormente a otros segmentos por vía de imitación. Lo que Badinter concluye de toda esta información, es que las prácticas de crianza y los sentimientos hacia los hijos sufrieron grandes cambios como resultado de otros factores presentes en la vida de la sociedad, que fueron modificando las prioridades de los adultos, en particular de las mujeres.

Un énfasis particular está puesto en la relación de todo este tema con el proceso de emancipación de las mujeres. En los siglos XVI y XVII se verifica un creciente interés de las mujeres -particularmente las de clase alta de sectores urbanos- por aprovechar todos los medios a su alcance con el fin de salir de los estrechos límites impuestos a su género y adquirir notoriedad y autonomía en esferas tradicionalmente reservadas a los hombres. Luchando contra un medio hostil, muchas de ellas se dedicaron al estudio y la vida cultural de manera muchas veces autodidacta, inspirando con su ejemplo un proceso gradual de emancipación en otras mujeres. “…precisamente en los siglos XVII y XVIII la mujer que tenía recursos para ello intentó definirse como mujer. El hecho de que la sociedad no hubiera acordado todavía al niño el sitio que le otorga en la actualidad facilitó la empresa. Para llevarla a cabo, fue preciso olvidar las dos funciones que antes definían la totalidad de la mujer: La esposa y la madre, que sólo le daban existencia en relación con otro” (Badinter, 1981). Este proceso de emancipación no alcanzó a llegar a la dimensión del poder, este segundo paso fue obstaculizado mediante el nuevo discurso que a partir del siglo XVIII tiende a redirigir a la mujer a su rol “natural” de madre, momento en el que surge ideológicamente el mito del “amor maternal”.

Es importante aclarar que Badinter no niega la existencia del amor maternal en toda época y lugar, lo que cuestiona es su categoría de valor universal y permanente enlazado en la naturaleza humana y necesario tanto para la especie como para la sociedad. En su libro consigue demostrar que en busca de otros objetivos sociales, se dejó a los niños prácticamente abandonados a su suerte, con padres y madres que hacían lo mínimo para ayudarlos a ganar la batalla por la sobrevivencia. Badinter invierte la explicación tradicional de la indiferencia paterna y materna hacia los niños que según algunos autores era resultado de la alta mortalidad infantil que impedía la formación de vínculos afectivos, dada la enorme probabilidad de muerte en los recién nacidos y niños pequeños. Para ella es precisamente la actitud y sentimiento de los padres hacia los hijos lo que produjo como resultado una alta mortalidad infantil. En el caso de las mujeres, señala que “ganaron las primeras batallas feministas, en detrimento, preciso es decirlo, de sus hijos” (Badinter, 1981). La extensión a intensidad de la indiferencia hacia los niños alcanzó características tales que la autora utiliza los conceptos de “sustituto inconsciente de nuestro aborto” y de “infanticidio encubierto” para calificar dichas prácticas de crianza.

En el análisis de Badinter, incluso el auge de la educación, que Ariès interpreta como muestra de una creciente valorización de la infancia, es visto como manifestación de un interés de los padres en sí mismos (tanto al ver la educación como medio de promoción social como en la idea de lucirse a través de los éxitos de los niños), y hasta como una forma especialmente apta para librarse de la preocupación por los niños, lo que explicaría el uso cada vez mayor del internado.

Junto con los factores de tipo cultural e ideológico, Badinter considera también factores de tipo político y económico. Así, señala que mientras en el Antiguo Régimen se insistía en el valor de la autoridad paterna y en la educación de los que sobrevivían a la primera etapa de la infancia, en razón de que interesaba asegurar la existencia de súbditos dóciles y leales al Rey, a fines del siglo XVIII lo que importaba era la existencia de la mayor cantidad de gente que serviría como riqueza para los Estados. En este contexto el imperativo pasó a ser la supervivencia de la mayor cantidad posible de niños, para lo cual "había que convencer a las mujeres de que se consagraran a sus tareas olvidadas" (Badinter, 1981), labor en la cual se concentraron los especialistas y moralistas, y a la cual se sumó una gran cantidad de mujeres que se mostraron sensibles a estos nuevos requerimientos.

Linda Pollock



En su libro "Los niños olvidados", Linda Pollock hace un repaso crítico de los autores anteriores, y plantea un uso diferente y más riguroso de las fuentes, concluyendo que, en general, la relación concreta entre adultos y niños se ha mantenido invariable en lo esencial, pese a los cambios operados en el plano de la ideología o de las imágenes de la infancia. Pollock se refiere a los planteamientos anteriores como la "tesis histórica", que habría señalado básicamente que en el pasado los padres trataron a sus hijos con indiferencia, que no se concebía a la niñez como algo diferente de la adultez, y que los niños eran severamente disciplinados como regla general. La autora critica el uso de fuentes, que consistieron en manuales de orientación sobre educación y crianza de niños, por no distinguir si reflejaban una realidad existente o si su valor era meramente indicativo, sobre todo en una época en que la mayor parte de la gente era analfabeta y en que comprar libros era un lujo. Otra fuente usual fueron los relatos de viajes, que como fuente presenta el problema de los prejuicios culturales del viajero y suelen referirse a la vida de las clases altas, generalmente con observaciones fugaces. El análisis de pinturas y grabados, base de los trabajos de Aries, merece severas objeciones a Pollock, que apoyándose en diversos autores plantea que no tiene por qué haber una conexión tan estrecha entre la representación y lo representado, que muchos de los cambios observados obedecen más a razones técnicas y artísticas, antes que a cambios en el modo de considerar a la infancia por la comunidad en general.

En definitiva, Pollock critica a Aries y otros autores el haberse limitado a comentar la prueba iconográfica sin analizarla. Ella prefiere el uso de fuentes más directas tales como cartas, diarios de vida y autobiografías, y utiliza todas las fuentes de forma crítica, teniendo en cuenta los defectos inherentes a cada tipo de fuente, examinándolas en conjunto para tratar de llegar a una síntesis.
Pollock considera que no está demostrado que los hechos del pasado, en los que se basan los autores para construir la tesis histórica, hayan correspondido a la conducta predominante en el común de la población. Con base en la teoría socio-biológica, la autora sostiene la existencia de una constante en el desarrollo de las sociedades humanas en cuanto a la necesidad que tienen los niños del cuidado de sus padres para paliar su indefensión originaria, y para que se les transmita la cultura de su sociedad. Lo que cambiaría es la forma en que los padres cumplen este rol, pero dentro de metas universales a las que cada cultura da sus respuestas específicas. Un argumento de peso esgrimido por la autora contra afirmaciones relativas a la existencia de maltrato infantil generalizado en el pasado es que, estando comprobado el daño individual y social producido por estas prácticas, no hay evidencia en el funcionamiento colectivo de las sociedades que permita afirmar que estos malos tratos fueran una práctica masiva, de lo cual se concluye más bien que, en general, las distintas sociedades han dado respuestas satisfactorias en este tema.

A diferencia de los autores previamente comentados, Pollock considera que en la historia de la infancia ha existido una continuidad más que cambios drásticos, que son más los elementos comunes que las diferencias en los distintos períodos y sociedades, y que ésta no ha sabido ser explicada por los otros autores. Esta continuidad estaría dada porque la conducta normal de los padres hacia sus hijos ha sido siempre la de otorgar un cuidado adecuado. Los malos tratos y el abandono han tenido lugar aisladamente, casi siempre frente a situaciones sociales extremadamente graves. Sólo estaría comprobado que "algunos padres del pasado carecieron del concepto de niñez, y algunos fueron también crueles con sus hijos" (Pollock, 1990), y únicamente en este sentido la tesis histórica sería correcta.

Lo que sí ha experimentado cambios en el tiempo es la existencia de un discurso sobre la infancia, y el contenido del discurso, pero la conducta real de los padres hacia los hijos y la experiencia concreta de los niños y adolescentes no registran cambios tan dramáticos como los señalados por Aries y Demause.

En todo caso, el análisis de Pollock, que escribió en los 80, se centra entre los años 1500 y 1900, no alcanza a referirse a los cambios más recientes.

Hugh Cunningham

Cunningham, autor de libros como "The children of the poor" y "Children and Childhood in Western Society since 1500", es uno de los autores más recientes en el tema, y presenta la ventaja de distinguir con claridad lo que es la historia de los niños, de la historia de la infancia como concepto. Además, gran parte de su análisis se centra en cómo los cambios operados en la percepción de la infancia como concepto han afectado, sobre todo en el siglo XX, la experiencia concreta de niños y niñas.

En "Children and childhood in Western Society..." Cunningham plantea que los temas definidos por Aries fueron las relaciones entre la acción pública, el pensamiento y experiencias privadas, cuestiones que él trata de abordar en este libro. En la mayor parte de la historiografía reciente, por el contrario, el énfasis ha estado puesto en la cuestión del amor paterno-filial y la historia de la vida privada. Cunningham trata de mantener un equilibrio, teniendo en cuenta, por un lado, que ha existido una interacción entre desarrollo económico, políticas públicas y formas de imaginar el mundo y, por otro, lo que se piensa sobre la infancia y la experiencia de ser un niño. Refiriéndose a la contradicción entre las dos tesis principales, de Aries y Pollock, Cunningham señala que, mientras el primero casi no analizó el siglo XIX y Pollock detuvo su análisis antes del siglo XX, es precisamente en el siglo XX donde se han producido los cambios más rápidos tanto en la conceptualización como en la experiencia de la infancia, cambios que para ser comprendidos deben ser considerados a la luz de las influencias del pensamiento de los siglos anteriores que han dado forma a la concepción dominante de la infancia (o "ideología de la infancia").
En la concepción de infancia Cunningham aprecia una continuidad desde la época medieval a los siglos XVI y XVII, marcada por el predominio del cristianismo. En el siglo XVIII comienza a ser dominante una visión secular de la infancia y los niños, y comienzan a operarse cambios significativos tanto en la conceptualización de la infancia como en el trato hacia los niños. En particular, las visiones más influyentes fueron las de Locke y Rousseau, planteando la necesidad de formar hábitos y modelar la tabula rasa que cada persona era al momento de nacer, dando especial importancia a la educación (Locke), o considerando a la infancia como la etapa propia de la felicidad, que se perdería con el contacto con el mundo adulto y planteando la consiguiente necesidad de protegerla instalando barreras y dejando que los niños sean niños (Rousseau). Ambas visiones confluyen hasta el día de hoy en el pensamiento común sobre el tema.

La consideración de la infancia como etapa crucial de la cual dependería el futuro de las naciones y de la humanidad, dio paso a intervenciones cada vez más fuertes del Estado, tratando de asegu-rar condiciones sanitarias mínimas, legislando en materia de trabajo infantil, y asegurando la educación obligatoria. Al mismo tiempo, a principios de siglo van surgiendo especializaciones profesionales relativas a la infancia, expertos en niños (pedagogos, pediatras, psicólogos, etc.) Estos cambios produjeron transformaciones sustanciales en la experiencia de niños y niñas, que fueron perdiendo gradualmente su valor económico, y se difundió masivamente la idea de asegurar a los niños una infancia apropiada que era concebida en la escuela. Por otra parte, recién en el siglo XX se produce una disminución drástica en las tasas de mortalidad infantil, que habría sido precedida de los cambios a nivel ideológico. El proceso operado a fines del siglo XIX y principios del XX en cuanto a la pérdida de valor productivo de los niños y la consiguiente valorización emocional de que fueron objeto en sus familias, en que los padres comenzaron a preferir tener menos niños y asegurarles un trato mejor es, según Cunningham, probablemente la transición más grande operada en la historia de la infancia pero, agrega, los niños no la percibieron necesariamente como una liberación.



Mientras a principios de siglo se producía la fijación del territorio conocido como "infancia", con la influencia de las ideas de Locke y Rousseau y del pensamiento romántico, desde la mitad del siglo XX hasta ahora ha venido operando un proceso inverso que tiende a la desaparición de la infancia (al menos en el concepto aún predominante en el plano conceptual). Este proceso actualmente en curso estaría marcado por el juego de varios elementos que, objetivamente, tienden a eliminar las barreras tradicionales instaladas entre la infancia y la adultez. Estos elementos o fuerzas consisten principalmente en los medios de comunicación masivos, la tendencia a la transformación de niños en consumidores, y el debilitamiento de la autoridad de los adultos. En su conjunto, este proceso tiende a erosionar la idea de infancia como un "jardín de felicidad", indefensa y necesitada de protección. Se estaría así cerrando el ciclo descubierto por Aries, volviendo a una época en que las fronteras entre ambos mundos eran tan fluidas que parecían no existir.

En cuanto al elemento comunicacional, Cunningham cita a Neil Postman en el análisis de la relación entre la forma principal de comunicación con el concepto ideal de infancia. Postman señala que con la invención de la imprenta surgió un sentido de infancia, ya que la lectura y escritura pasaron a ser habilidades centrales que debían ser enseñadas y entrenadas en una etapa específica que era la niñez, y en un lugar privilegiado que era la escuela, Para aprender a leer y escribir se necesitan atributos como la persistencia, capacidad de concentración y atención, mantenerse sentado y quieto, etc. En cambio, en una cultura audiovisual esas habilidades no son necesarias, y tampoco lo es que a las personas se les enseñe a observar. Sumado a ello, la televisión ocupa un rol central en la conformación de los niños como consumidores de mercancías, y se ha generado un mercado especializado en la infancia (en 1933 Disney vendió más de 10 millones de dólares en mercancías ligadas a personajes de sus producciones; a fines de los 80 obtuvo unos 3-44 billones de dólares por licencias de sus personajes; datos señalados por Cunningham, 1995). Los medios de comunicación se instalan en el espacio privado y generan brechas en la relación padres-hijos, socavando la autoridad parental.

En los tiempos actuales, el proceso de crianza descansa cada vez menos en la imposición de la autoridad de los padres, y cada vez más en una especie de negociación entre padres e hijos.

Actualmente podemos presenciar, según Cunningham, una tensión entre la tendencia objetiva a la desaparición de la infancia y el discurso predominante aún anclado en la "ideología de la infancia". Esta tensión se agrava con la introducción reciente de derechos de los niños, que podrían operar incluso en contra de sus padres. Cunningham señala: "cuando la gente empezó a proclamar que los niños tenían derechos, aquello que tenían en mente eran derechos a una infancia protegida. La Convención de las Naciones Unidas sobre derechos del niño de 1989 no sólo atiende a la protección del niño sino que también a su derecho a ser oído en cualquier decisión que pueda afectarlo o afectarla en su vida". "La peculiaridad de fines del siglo XX, y la raíz de mucha de la actual confusión y angustia en relación a la infancia, es que un discurso público que señala que los niños son personas con derecho a un cierto grado de autonomía choca con los resabios de la visión romántica de que el derecho de un niño es a ser niño. La implicancia de lo primero es fusionar los mundos del adulto y del niño, y a lo de lo segundo mantener la separación (Cunningham, 1995)

lunes, 12 de mayo de 2008

siglo XVIII: Rousseau y Lichtenberg





De entre los pensadores del siglo XVIII, Rousseau es bastante conocido en general como uno de los más originales expositores de la doctrina del contrato social, como padre de la noción de soberanía popular y, particularmente, por la atención que prestó en su reflexión a la infancia y la pedagogía.

Se le atribuye una fuerte influencia en la noción moderna y aún predominante sobre la infancia, la que en gran medida se basa en lo que él definía como "pedagogía negativa", es decir, un reconocimiento de la infancia como una edad diferente que merecía ser entendida en sus propios términos y no desde el punto de vista adulto, y, por ende, la misión central de la pedagogía consistiría en garantizar el espacio adecuado para la expresión del ser niño. Dejar al niño ser niño antes que tratar de modelarlo, en definitiva.

Esta concepción se entiende muy bien en una frase del prefacio a su "Emilio o de la educacion":

"Desconocemos la infancia, y con las falsas ideas que de ella tenemos, cuanto más avanzamos en su conocimiento, más nos desviamos. Los más juiciosos se afanan en lo que importa a los hombres saber, sin considerar lo que los niños son capaces de aprender; buscan siempre al hombre en el niño, sin comprender lo que es antes de ser hombre".

Más adelante, en el Libro II de El Emilio, Rousseau insiste en la diferencia: "La humanidad tiene su lugar en el orden de las cosas; la infancia tiene también el suyo en el orden de la vida humana; es preciso considerar al hombre en el hombre, y al niño en el niño".

De dicha diferencia "natural" emanan consecuencias pedagógicas: "Mantened al niño dentro de la sola dependencia de las cosas, y habréis seguido el orden de la naturaleza en el progreso de su educación".

Esta concepción lo ubica frente a frente con Locke, tal como él mismo lo explicita cuando nos recomienda que "no se debe razonar con los niños": "Razonar con los niños es la máxima principal de Locke y la que más en boga está hoy, pero no me parece sin embargo muy apropiado para hacerla digna de crédito, y yo no veo nada más necio que esos niños con quienes tanto se ha razonado. Entre todas las facultades del hombre, la razón, que por así decirlo es un compuesto de todas las demás, es lo que se desarrolla con más dificultad y tardíamente, ¡y de ella se quieren servir para desarrollar las primeras! La obra maestra de una buena educación consiste en formar a un hombre racional, ¡y se pretende educar a un niño por medio de la razón! Eso es empezar por el final, y querer hacer del instrumento la obra. Si los niños discernieran qué es la razón, no tendrían necesidad de ser educados, pero al hablarles desde su más tierna edad una lengua que no entienden, se les acostumbra a contentarse con palabras, a controlar todo cuanto les dicen, a creerse tan sapientes como sus maestros, a hacerse disputadores y revoltosos, y todo cuanto piensan obtener de ellos por motivos razonables, nunca lo obtienen sino por los de la coodicia, el temor o la vanidad, que siempre se ve uno forzado a juntarlos".

Cómo se ve, luego de la afirmación - en principio totalmente correcta- de la naturaleza diferente del niño en relación al adulto, queda el espacio para que esta diferencia sea entendida o construida como la inferioridad esencial de un ser irracional. En el fondo, ambigüedad total del resultado, que bien puede seguir siendo adultocéntrico...

Trás esto, en las propias palabras de Rousseau, no se disimula demasiado el temor de fondo de todos los pedagogos de ayer y de hoy:

"Escuchad a un mozuelo al que se acaba de adoctrinar; dejadle parlotear, preguntar, disparatar a su gusto, y quedaréis sorprendido del extraño giro que vuestros razonamientos han tomado en su espíritu: lo confunde todo, lo transforma todo, os impacienta, os aflige a veces con objeciones imprevistas, os calláis, o les hacéis callar; ¿y qué puede pensar de ese silencio de un hombre que tanto gusta de hablar? Si alguna vez se alza con esta ventaja, y se da cuenta de ella, adios educación: todo ha terminado desde ese momento; ya no procura instruirse, procura refutaros".

---
Sobre otras dimensiones e implicancias de la pedagogía en esa época, se pronuncia en algunos de sus numerosos aforismos otro hombre del siglo XVIII, don Georg Cristoph Lichtenberg -según algunos, el verdadero descubridor del inconsciente-:

"En Roma hubo un tiempo en que se educaba mejor a los peces que a los niños. Nosotros educamos mejor a los caballos. Nada puede ser más extraño que el hombre que amaestra a los caballos de palacio disponga de un sueldo de mil taleros y que los encargados de amaestrar a los súbditos, los maestros de escuela, se mueran de hambre".

"Un maestro de escuela no educa a individuos, educa a un género. Esta idea merece un atento análisis".

"Creo que Rousseau dijo 'un niño qué sólo conoce a sus padres, ni a ellos los conoce bien'. Esta idea se puede aplicar a muchos otros conocimientos, de hecho a todos los que no tienen un carácter puro: quien sólo entiende de química, ni de eso entiende bien".

"El asesinato de ciegos recién nacidos es una prueba fehaciente de cuan lejos puede llegar el espíritu cuando se le presentan dificultades".

"14 de junio de 1791. Me pregunto si al imponerle a un asesino el castigo de la rueda no caemos en el error del niño que golpea la silla con la que se tropieza".

"Si se toma a la naturaleza como maestra y a los pobres hombres como alumnos, se llega a una curiosa idea del género humano. Estamos en un colegio, disponemos de los principios necesarios para entender, y sin embargo atendemos más al chismorreo de nuestros condiscípulos que a la lección de la maestra; copiamos lo que el compañero escribe a nuestro lado, robamos algo que tal vez otro escuchó imprecisamente, multiplicamos nuestros errores ortgráficos e intelectuales".

(Estos 6 aforismos están tomados de la edición de Juan Villoro, en el FCE, sección VI: "La barbarie ilustrada").
(Las dos imágenes de arriba retratan a Félix, mi amigo más pequeño, en cuyo contacto he pensado que en la realidad, lejos de la etimología que se refiere a que los infantes no tienen voz, pareciera que muchas veces los adultos no tenemos ya un oído adecuado...pero es cosa de abrirlo y acostumbrarlo).