viernes, 7 de agosto de 2009

Dr.W. Reich dixit

Desde un punto de vista médico y educacional, el hecho ignominioso que habrá de remediarse es que el destino de cada nueva generación esté en manos de pediatras y profesores que no han adquirido el más ligero conocimiento del desarrollo biosexual del infante. Esto es todavía así, 40 años después del descubrimiento de la sexualidad infantil. Cada día y cada hora, esta ignorancia de pediatras y profesores crea una mentalidad fascista en millones de niños y adolescentes. Dos requisitos son inmediatamente evidentes.

Primero: todo médico de familia, profesor o trabajador social que tenga que ver con niños debe mostrar pruebas de que el o ella misma es sexual-económicamente saludable y que ha adquirido un conocimiento exacto de la sexualidad infantil y adolescente. Esto es, la instrucción en economía sexual debe ser obligatoria para médicos y profesores. La formación de conceptos sobre la sexualidad no debe dejarse a la suerte o a moralistas neuróticos.

Segundo: Se necesitan leyes más rigurosas para la protección de la sexualidad infantil y adolescente. Esto puede sonar revolucionario. Pero debería ser evidente para cualquiera que el fascismo, que creció de la represión de la sexualidad infantil y adolescente, ha sido mucho más radical y revolucionario, en un sentido negativo, de lo que la sociedad puede serlo en un sentido positivo protegiendo el desarrollo natural. En toda sociedad democrática hay innumerables intentos de sacar adelante un cambio a este respecto. Pero estas islas de entendimiento y buena voluntad son eclipsadas por las ofuscaciones que médicos y profesores moralistas, biológicamente rígidos, extienden sobre el conjunto de la sociedad.
No tiene sentido entrar en detalles aquí. Cada medida individual se formulará espontáneamente una vez que el principio de la afirmación de la sexualidad y de la protección social de la sexualidad infantil y adolescente sea establecido.

Desde un punto de vista económico, sólo las relaciones laborales naturales, es decir, la interdependencia económica natural de las personas, puede formar la base y el marco de una reestructuración biológica de las masas.

La suma total de todas las relaciones de trabajo naturales la llamamos democracia del trabajo. Estas relaciones de trabajo son funcionales y no mecánicas. No pueden establecerse u organizarse arbitrariamente; sólo pueden desarrollarse espontáneamente desde el proceso de trabajo mismo. La interdependencia mutua del carpintero y el herrero, el investigador y el pulidor de cristal, el pintor y el productor de pintura, etc., resulta en sí misma del entrelazamiento de las funciones del trabajo. No se podría inventar una ley arbitraria que cambiase estas relaciones naturales de trabajo. No se puede hacer al trabajador de laboratorio independiente del pulidor de cristal. La naturaleza de las lentes está dictada sólo por las leyes de la óptica y mediante la técnica, la forma de las bobinas de inducción por las leyes de la electricidad, las actividades del hombre por la naturaleza de sus necesidades.

Las funciones naturales del proceso de trabajo están fuera del alcance de la arbitraria acción humana autoritaria. Funcionan libremente y son libres en el sentido estricto de la palabra. Ellas solas son racionales. Sólo ellas, por consiguiente, pueden determinar racionalmente la existencia social. El amor, el trabajo y el conocimiento comprenden todo el significado del concepto de democracia del trabajo.

Es cierto, las funciones naturales del trabajo, el amor y el conocimiento pueden ser mal empleadas y asfixiadas. Sin embargo, se regulan ellas mismas intrínsecamente; lo han hecho así desde que hubo trabajo humano y lo harán mientras haya un proceso social. Estas funciones naturales constituyen el hecho (en modo alguno el “postulado”) de la democracia del trabajo. La democracia del trabajo no es un programa político o la anticipación de un “nuevo orden”. Es un hecho, aunque sea uno de esos hechos que hasta ahora han escapado de la atención humana. La democracia del trabajo no puede ser organizada más de lo que la libertad puede ser organizada, o el crecimiento de un árbol, un animal o un humano. El crecimiento de un organismo es, por la fortaleza de su función biológica, libre en el sentido más estricto de la palabra. Así es el crecimiento natural de la sociedad. Se autorregula y no necesita legislación o regulación. De nuevo, únicamente puede ser obstaculizado o mal empleado.

La esencia de todos los tipos de gobierno autoritario es que éstos inhiben las funciones autorregulatorias naturales. La tarea de un genuino orden libre no puede ser nada más que la de impedir cualquier inhibición de las funciones naturales. Esto hace necesarias leyes estrictas. La democracia, si es seria y genuina, es idéntica a la autorregulación natural del amor, el trabajo y el conocimiento. La dictadura y el irracionalismo humano, en el otro extremo, son idénticos a la inhibición de esta autorregulación natural.

De esto se sigue que la lucha contra las dictaduras y el anhelo irracional de la autoridad por parte de las masas únicamente puede consistir en dos medidas fundamentales: 1) en la elucidación de todas las fuerzas vitales naturales en el individuo y en la sociedad; y 2) la elucidación de todos los obstáculos que contrarrestan el funcionamiento espontáneo de esas fuerzas vitales. Las fuerzas vitales deben ser promovidas, los obstáculos deben ser eliminados.

La regulación humana de la existencia social no puede extenderse a las funciones naturales del trabajo. La civilización en el buen sentido de la palabra no puede consistir sino en el establecimiento de las condiciones óptimas para el desarrollo de las funciones naturales del amor, el trabajo y el conocimiento. Aunque la libertad no puede organizarse -es más, cualquier organización contradice la libertad- pueden y deben organizarse las condiciones que garanticen el libre desarrollo de las fuerzas vitales.

En nuestra organización profesional no les decimos a nuestros trabajadores qué y cómo deben pensar. No organizamos su pensamiento. Pero demandamos de cada trabajador en nuestro campo que se libre de esa falta de libertad en el pensamiento y la acción que ha adquirido como resultado de su educación. Si lo hace, sus reacciones racionales espontáneas se liberan. Es un sinsentido interpretar la libertad en el sentido de que la mentira tiene el mismo derecho ante un tribunal que la verdad. Una genuina democracia del trabajo no dará al irracionalismo místico el mismo derecho que a la verdad, ni dará a la represión de los niños el mismo poder que a su libertad. Es un sinsentido negociar con un asesino en relación a su derecho a asesinar. Pero este sinsentido está constantemente perpetrándose en nuestras relaciones con los fascistas. El fascismo, en lugar de ser reconocido como el irracionalismo y la indecencia organizadas, es considerado una forma de “Estado” como cualquier otra. Esto, la gente lo hace debido al fascismo en ellos mismos. Por supuesto, incluso el fascismo “está bien, en algún lugar”, justo como el paciente mental; solo que no sabe donde.

Vista desde este punto de partida, la libertad deviene un simple hecho, fácil de entender y de manejar. De hecho, la libertad no tiene que lograrse primero; existe espontáneamente en todas las funciones naturales de la vida. Lo que tiene que lograrse es la eliminación de todos los obstáculos que están en el camino de la libertad.

Visto desde este punto de partida, el arsenal de la libertad humana es gigantesco y siempre abundante en medios, biológicos tanto como mecánicos. No hay que luchar por nada extraordinario. La vida ha de ser liberada; eso es todo. El antiguo sueño de la libertad puede volverse realidad una vez la realidad sea comprendida. En este arsenal de libertad encontramos: El conocimiento espontáneo, vivo, de las leyes naturales de la vida, que cualquiera tiene en algún lugar, no importa cuál sea su edad, posición social o color. Lo que ha de eliminarse es la distorsión y la represión de este conocimiento por las concepciones e instituciones enemigas de la vida, rígidas, mecánicas y místicas.

(Fragmento de "El arsenal de la libertad humana", capítulo 3 de El error de cálculo biológico en la lucha humana por la libertad, 1946).

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