jueves, 17 de enero de 2008

El psicoanálisis heterodoxo de Otto Gross, extractos de "La concepción fundamentalmente comunista de la simbólica del Paraíso" (1918)




Otto Gross nace en Estiria, Austria, en 1877, hijo de un eminente criminólogo burgués de Graz que le encaminó hacia la psiquiatría. Gross sobresalió pronto en los medios psicoanalíticos de Viena y Zurich. C.G.Jung lo había cogido en análisis después de una cura de desintoxicación de cocaina y opio en Burghölzli, en 1902. En el congreso psicoanalista de Salzburg, en 1908, Gross defendió la tesis heterodoxa que situaba el origen de las enfermedades psíquicas no en la esencia misma de la sexualidad sino en su relación con la sociedad: la etiología de las neurosis pasa por la comprensión de la interacción conflictiva entre individuo y sociedad.

Instalado en Munich a partir de 1906, frecuenta los círculos artísticos y políticos de Schwabing, el barrio latino muniqués, y pronto formará parte del grupo anarquista de Monte Verità, en Ascona, con Mühsam, Landauer,... Ascona era un reducto de ideas y experiencias anarquistas y alternativas, entre la revuelta y la marginalidad. Según afirma Eric Mühsam , Gross fue una de las figuras clave del primer período de Ascona. Allí desarrolló sus ideas de llevar el psicoanálisis a reconocer el peso del condicionamiento social en la experiencia psíquica, concibiendo su trabajo de psicoanalista en el empeño de un cambio revolucionario de la sociedad. Desarrolló su crítica al patriarcado, inaugurado con la violación y basado en la vinculación jurídica de los individuos bajo el poder y la autoridad, y abogó por la vuelta al matriarcado comunitario, basado en la solidaridad entre los individuos. Criticó la familia y la monogamia (y su forma más patológica, la poligamia), iniciando formas de vida sexual libre.

Perseguido por su padre, que logrará internarlo varias veces, lleva una vida militante hasta que se establece en Berlín, donde entra en relación con Franz Pfemfert y el nucleo de la revista expresionista revolucionaria Die Aktion. Vive en casa de Franz Jung, donde es detenido en 1913, por la policía prusiana acusado de anarquista y es expulsado a Austria, donde, a instancias de su padre, es internado en un manicomio de Viena. Gracias a una extensa campaña de solidaridad entre los intelectuales más radicales de Europa, conseguirá la libertad. Durante la guerra se moviliza como médico en distintos frentes. Después lleva una vida errante y miserable junto sólo con la soledad y la droga. En estas condiciones muere en Berlin, el 13 de febrero de 1920, según la descripción que hemos anotado de Franz Jung.

Con todo, durante estos años logra publicar la mayoría de sus trabajos. En Die Aktion publica, en 1913, el manifiesto “Cómo superar la crisis cultural”, réplica a Gustav Landauer sobre la importancia revolucionaria del psicoanálisis. Para Gross, la revolución, apoyándose en la psicología del inconsciente puede contemplar la relación entre sexos bajo un plano más libre y feliz: lucha contra la violación, en su forma más original, contra el padre y contra el derecho patriarcal, para restablecer el derecho matriarcal. En 1918, en “La concepción fundamentalmente comunista de la simbología del paraíso”, desarrolla su análisis de la institución patriarcal, que pone el acento sobre la unión legal entre los individuos, y del sistema matriarcal que reparte derechos y deberes, responsabilidades y obligaciones entre individuos por un lado, y la sociedad por otro. El matriarcado, que la revolución comunista deberá restaurar, no conoce ni el poder ni la sumisión, ni la autoridad, ni el matrimonio, ni la prostitución.

En 1914, publica en la revista Zentralblatt, inspirándose en Sabina Spielrein, la amiga de Freud y de Jung (que la tuvo en análisis), que había empezado a hablar de la oposición entre el yo y la sexualidad, y a considerar que la naturaleza instintiva del hombre se divide entre la pulsión de autoconservación y la pulsión de conservación de la especie, “Lo simbólico de la destrucción”. En la família el niño no tiene otra opción que quedarse solo o adaptarse; así su voluntad de conservación se transforma en voluntad de poder del yo adaptado a la sociedad. Los dos componentes del instinto de conservación, no querer ser violado / no querer violar, entran en contradicción, resultando un conflicto interior entre la voluntad de poder (sadismo) y el abandono de sí (masoquismo) que explica lo simbólico de la destrucción ligada a la sexualidad. Este conflicto interior es el resultado del prejuicio social sobre la superioridad de lo masculino, del orden familiar patriarcal. En “Tres estudios sobre el conflicto interior”, de 1920, Gross desarrolla extensamente esta interpretación.


(datos biográficos y texto tomados del sitio web de Revista Etcétera -correspondencia de la guerra social-)



Me parece acertado llamar, precisamente en estos momentos, la atención sobre una obra que hace tres milenios ya formuló la idea de que toda la construcción de la civilización desde la destrucción de la sociedad matriarcal-comunista de los tiempos primitivos se basaba en un error fundamental y que veía como misión del futuro la recuperación del bien perdido mediante la subversión de sistema autoritativo construido desde aquel entonces. Las palabras del incomprendido que pronunció esta idea –las palabras más supremas que jamás se pronunciaran en la historia– fueron distorsionadas y utilizadas a lo largo de la historia para justificar las mismas instituciones autoritarias que había maldecido en un lenguaje preclaro. Es precisamente ahora, cuando el renacimiento del ideal comunista anunciado por él está comenzando a convertirse en hechos, que quizás se empiece a comprender a este pensador...

Si uno se imagina que se encuentra solo en un pueblo completamente ajeno y se quiere comunicar con este pueblo, entonces se verá ante el insondable problema del esfuerzo que cada niño tiene que realizar para aprender la lengua materna y que para el adulto resulta incomprensible. La función intelectual de la primera infancia, en la medida en la que se puede abarcar en el terreno de la conciencia, resulta de un rango incomparablemente superior a las funciones intelectuales de todas las demás etapas vitales. La etapa siguiente de la presión exterior, adaptación y represión separa al adulto de sus inicios y cubre con un manto de olvido aquellos primeros tiempos de la experiencia - aún no modificada - del mundo y del propio ser. Del ser innato y de sus dones sólo queda una imagen escondida en el inconsciente, un anhelo y una búsqueda continua y oscura, y la proyección de las posibilidades perdidas en lo sobrenatural.-

Naturalmente se puede partir de la existencia de semejanzas entre la evolución del individuo y la evolución general del género humano. La misma presión del exterior que el principio autoritario de las instituciones y el principio de poder en los mismos individuos imponen en cada uno, la presión que separa a cada uno de su propia individualidad, de sus calidades y valores innatos, separa también a la humanidad en su conjunto de su periodo inicial y del primer desarrollo de las posibilidades innatas del género humano. Parece haber un sentido profundo en los mitos que sitúan la raza de los superhombres en el remoto pasado del inicio de la humanidad.
No es casual – y un hecho casi incontestable - que la escritura alfabética fuera inventada por pueblos nómadas de cazadores del paleolítico que no practicaban la agricultura ni la artesanía, y que en este primer escalón de la civilización se produjera por primera vez arte verdadero que a lo largo de muchos milenios y con la creciente evolución en el campo de logros materiales, técnicos y políticos quedó relegado al olvido.

De esta era inicial de una organización rudimentaria y de un dominio primitivo de los materiales y de unas posibilidades ingentes de desarrollo de la mente humana nos separa la larga fase del desarrollo de la civilización, de la organización de la dominación sobre el material y la vida mediante una carga cada vez mayor sobre los individuos y las individualidades – es decir: el sacrificio de la propia mente en aras del poder.

La organización de la dominación sobre la naturaleza y el hombre, la creación de la cultura material y de las instituciones autoritarias obliga a cada individuo a desplegar fuerzas y conocimientos especiales a expensas del conjunto de su personalidad, le obliga a la diferenciación específica y a la actividad al mismo tiempo que a la adaptación y a la renuncia, dirige los afectos hacia el poder y la sumisión y no hacia la libertad, fomenta el desarrollo de aptitudes y capacidades pragmáticas en detrimento del experimentar y estar.-

Al igual que cada uno realiza su esfuerzo más sorprendente, el aprender a hablar, al principio de su vida, mientras persiste la plenitud productiva de las fuerzas libres innatas, también en la evolución del género humano los mayores actos creativos, la formación de las mismas cualidades humanas y la idea de la cultura, la concepción de comunidad y comunicación, de la abstracción y de la lengua pudieran concluir antes de que la domesticación progresiva haya podido reducir el intelecto a facultades de dominación y sujeción.-

Las ideas más elevadas de la humanidad llegan de estos tiempos primitivos al futuro. Nosotros las concebimos como el día venidero y como nuestra voluntad, la antigüedad aún las vivía como memoria. Los valores de la era humana más antigua, “el dorado periodo original”, son definidos por el romano Ovidio, con una sencilla grandeza, como programa ideal del futuro lejano:

“... Vindice nullo sponte sua sine lege bonum...”
Conciliando acervo y objetivo lejano, la versión artística más elaborada de la herencia de los tiempos primitivos, el Génesis de la Biblia, concede el valor supremo a la ausencia de autoridad y poder dentro de las relaciones humanas, especialmente en las relaciones entre hombre y mujer, y define de esta manera el problema global del destino humano desde el principio del pasado hasta la conclusión del futuro.-

No deja de ser ajeno que la presión interior impida una lectura despreocupada del Génesis... y más ajeno aún resulta que algunas partes especialmente expresivas no nos hayan hecho pensar más.

El Génesis expresa con unas palabras muy claras que el matrimonio y la dependencia de la mujer son efectos nefastos de actos contrarios a la voluntad de Dios. (A.T. III. 16).

El significado profundo de estas palabras aumenta si se repara en la expresión que condena el acto de los primeros seres humanos que no se puede interpretar como “maldición” o “aplicación de condenas” – la concepción que el Génesis tiene de Dios es demasiado elevada para ello -, sino sólo como manifestación de la comprensión divina de las leyes de causalidad y de las profundidades del alma, como la enunciación del efecto inevitable de una causa dada. Es decir, las palabras de Dios hay que leerlas como: “Serás, por haber hecho esto...”, por lo que determinan una consecuencia.

El nacimiento de la familia en su forma actual, la dependencia de la mujer del hombre, el matrimonio patriarcal, es una consecuencia interior – derivada de las leyes psicológicas - del pecado original. Mas en el resultado interior del acto queda encerrada la expresión de su propia naturaleza.

En el texto, el pecado original se designa simplemente con el símbolo ampliamente discutido: comer del árbol del conocimiento del Bien y del Mal. ¿Cuál es el significado de este símbolo? (II.17)

Sobre todo se constata un momento negativo. Las interpretaciones que apuntan a un pecado de la soberbia o de la desobediencia son poco serias. El Dios del Génesis “no es como un hombre que se enoja”.

Además: el símbolo del pecado original no hace de ninguna manera referencia a la relación sexual. No hace falta recordar las palabras previas: “Creced y multiplicaos”. Basta pensar en la creación de los humanos como seres sexuales diferenciados para entender que no tiene sentido la idea de que Dios pretendiera la renuncia a la sexualidad. Lo que sí es indudable es que el acto prohibido interfiere en la sexualidad ya que sus consecuencias afectan a este campo. Mas éstas son tan características que resulta difícil errar en la conclusión del tipo de pecado – no comprendo cómo la represión ha podido bloquear este camino...

El efecto psicológico inmediato es la creación del pudor sexual (III: 7). Tiene que haber habido pues un acto cuya primera consecuencia es la pérdida – a través de una modificación interior profunda - del saber de la pureza de toda sexualidad, de la libertad magnífica de la vivencia sexual. Dicho de otra manera, un acto que rebajaba la sexualidad, una desfiguración de la relación interior con la sexualidad – en cada caso un pecado contra la naturaleza y el sentido de la sexualidad.

Ahora bien, en todo el relato del pecado original se establece implícitamente, mediante una técnica artística inalcanzable en el tratamiento del símbolo, que cada expresión de las dos personas que representan los primeros hombres se convierte en un hecho definitivo que perdura. Con una fuerza apremiante se establece un nivel que no admite que algún elemento de lo acontecido se viva como algo único y limitado al momento. Se impone la impresión de que se trata de logros o desviaciones de vigencia para todos los tiempos.-

De modo que las consecuencias del acto prohibido, también allí donde sólo se narra algo que ha tenido lugar – como esta reacción automática de la ocultación repentina de la sexualidad -, devienen una transformación duradera y vigente hasta el presente.-

El pecado original es un acontecimiento de los tiempos originales que modificó de forma decisiva tanto la estructura de la sociedad como el carácter de cada persona y que ha impuesto a toda la humanidad unas normas nuevas en el plano social y psicológico. Es decir, a este acontecimiento se deben la negación de la sexualidad y el orden familiar dominado por el varón.

Ya no se pueden albergar dudas sobre la naturaleza de este acontecimiento. Éste sólo puede referirse a un solo hecho: el abandono del libre matriarcado de los tiempos originales, que el Génesis identifica como el error humano fundamental y que se valora como pecado contra el espíritu y la voluntad divinos.-

El motivo dominante de la tragedia del Génesis es pues la desviación del desarrollo de la humanidad acontecido en la fase inicial de la creación de la sociedad hacia un orden que paraliza el desarrollo de cualquier hecho, devenir y vivencia humanos: el cambio de orientación del espíritu matriarcal del desenvolvimiento sin límites a la construcción de una familia y una sociedad basadas en el principio de la autoridad.

Desde esta perspectiva, también la simbólica del relato del pecado original en el sentido estricto, la expresión “Conocer el Bien y el Mal” adquiere una importancia nueva.

Después de haber comprendido el problema fundamental de toda esta obra, se nos abre sin más el contenido del símbolo que el mismo relato expresa con una sencillez y claridad supremas. “Conocer el Bien y el Mal” sólo puede tener un contenido: la creación de un canon de valores y normas. Es la potencia creadora normativa divina la que necesariamente tiene que poseer el conocimiento de las consecuencias últimas de la nueva orientación que en el Génesis se eleva al nivel de la igualdad con Dios.

Casi huelga decir que, en oposición a lo expuesto aquí, no procede la interpretación que percibe la aplicación de un canon de valores ya existentes, es decir la diferenciación en bien y mal según normas tradicionales como algo que se sitúe encima de las medidas humanas.

La culpa trágica en el drama del Génesis es que el ser humano no es capaz de darse nuevos estatutos, poseído de motivos demasiado humanos e incapaz de abarcar las consecuencias de su innovación, aterrorizado por sus primeras secuelas, con su paso en falso desviando la evolución futura y, en tanto que usurpador de competencias divinas, dictando la ley que gravita sobre el mundo, que es obra de hombres y profanación eterna de la obra del Señor.

Hemos podido mostrar que el Génesis habla de aquella catástrofe cultural que convirtió el principio patriarcal en el principio dominante.

Es ésta la gran transmutación de todos los valores en la que la humanidad imprimió el carácter autoritativo actual a su vida y con la que creó las normas que hoy, como siempre, siguen siendo no orgánicas y no asimilables y que evidencian su naturaleza de cuerpo ajeno precisamente por el hecho de que siempre y en todas partes son la fuente de ilimitados conflictos interiores y de todas las formas de autodestrucción por enfermedad y decadencia.

La ciencia actual de la prehistoria atribuye la creación del orden patriarcal a un número excesivo de mujeres capturadas como esclavas y ha encontrado argumentos de peso para esta hipótesis en los viejos usos del matrimonio, en las leyendas y ceremonias de los raptos, etc. Sin embargo, hay que objetar que estos actos de violencia, de cuya realidad y universalidad no se puede dudar, también se podrían explicar – y hacerlos de esta manera psicológicamente más inteligibles - como efecto secundario de un deterioro ya en curso del antiguo matriarcado.

Es decir, según la prehistoria moderna un acto de violación perpetrado por el hombre sería el verdadero pecado original, el inicio de la catástrofe. Según la versión del Génesis fue la mujer la que, aconsejada por un principio malo – yo diría un símbolo del inconsciente - dio el primer impulso para crear el nuevo orden moral y jurídico cuyas consecuencias insospechadas eran la degradación de la sexualidad en un objeto del pudor, el establecimiento del patriarcado sobre la base de la destrucción de la libertad y de la dignidad humana de la mujer, y, como aire espiritual del mundo transformado - solo esto puede ser el sentido de las palabras divinas dirigidas a Adán! - la desolación interior de la actividad humana, también para el hombre, y el hundimiento del espíritu en la gravedad de materialidad terrenal.

El texto del Génesis reza que la mujer espera que el cambio previsto traiga comodidades y ventajas - se deja claro que se trata de ventajas nimias - y que por eso parte la fruta. No puede tratarse de una casualidad: nos vemos ante el símbolo antiguo y universal de cerrar un trato...

Queda por analizar la psicología que actúa aquí. Podemos reconstruir sus rasgos esenciales a partir del cuadro general de la sociedad matriarcal y de las condiciones de su ocaso.

El problema inicial y principal de toda economía es la utilización de una aportación suplementaria de trabajo exterior para permitir a la mujer asumir sus funciones maternas. La solución comunista de este problema es el matriarcado que, al mismo tiempo, es la forma más perfecta de la socialización ya que libera a cada uno y une a todos al convertir el mismo cuerpo social en centro y garantía de la libertad individual más elevada.

El matriarcado no impone barreras o normas, ni moral o control a la sexualidad. Desconoce el concepto de la paternidad y no precisa su comprobación en el caso concreto. Acepta la maternidad como el mayor trabajo prestado a la misma sociedad en tanto que representante legal legítima de las futuras generaciones y traslada a la sociedad la obligación de la compensación material; es decir, no tiene motivo para evidenciar la paternidad, justo lo contrario de lo que ocurre en el patriarcado que se basa en la determinación de un sujeto responsable y obligado a pagar y que, por tanto, necesita convertir las condiciones indispensables para conseguir tal evidencia - en primer lugar la obligación de la exclusividad sexual - en el contenido de su moral y de sus instituciones.

He aquí la diferencia decisiva y esencial. El matriarcado sitúa el conjunto de los derechos y obligaciones, de responsabilidad y vínculo, entre los individuos en un lado y la sociedad en el otro. La institución patriarcal, en cambio, desplaza el centro de gravedad al vínculo jurídico entre los individuos.

En el poderío del matriarcado toda entrega individual sólo puede hacerse valer en la relación del individuo con la sociedad y toda sensación de poder sólo existe en la colectividad.(3) En la relación mutua de los individuos se da el espacio para desarrollar unas relaciones que pueden mantenerse como fin en sí y que están libres de aspectos de autoridad y poder. El matriarcado no contamina las relaciones entre los sexos con obligaciones, moral y responsabilidad, con imperativos económicos, legales o morales. No conoce el poder ni la sumisión, ni la ley contractual, ni autoridad, ni matrimonio o prostitución.

Resulta harto difícil imaginarse los motivos que podían haber llevado a abandonar un orden positivo de estas características. Este hecho sólo se hace concebible partiendo de la negación recogida en el Génesis: que en el momento de la transformación no se alcanzaba a ver sus consecuencias. El Génesis ve precisamente en la empresa de inaugurar nuevos vínculos y, con ello, nuevos valores cuyas secuelas eran imprevisibles, la arrogación de la espiritualidad divina. La intervención sin distancia en la obra divina, el orgullo desmesurado de un intento de esta índole, constituye la culpa trágica para el Génesis, por lo que basta la elaboración del motivo para cumplir con la necesidad artística de su exposición. Por eso el Génesis se limita a indicar que la mujer se esperaba una ventaja de la introducción de un elemento legal y contractual entre los sexos.

Un tal espíritu supone la existencia de un periodo de transición, lleno de transformaciones civilizadoras e innovaciones técnicas, dentro de un ambiente de una incertidumbre naciente, un periodo de variaciones, lleno de caos de desviaciones y nuevas posibilidades. Se trata de uno de aquellos periodos, que para nosotros que llevamos el peso de nuestra historia, representan el horizonte de la esperanza, pero que situaban al borde del abismo a una humanidad a punto de perder lo mejor sin poder ganar nada comparable a cambio.

El punto crítico del matriarcado – también podríamos decir: la sociedad comunista a partir de su unidad más pequeña – es su complejidad social; la cohesión interior de los grupos que permite su establecimiento es al mismo tiempo la condición de su existencia. Reconstruirla sobre una base más amplia será la tarea principal en los tiempos venideros para rectificar la culpa original de haberla abandonado a la hora de la primera ola de incremento de complicaciones sociales...

Seguramente era una fase en la que el aumento del aprovechamiento de los recursos naturales parecía aconsejar la introducción de un sistema económico descentralizado. Era la primera sublevación del individualismo económico contra la vieja moral social: el nacimiento de la propiedad. Parece que el Génesis la relaciona también con el descubrimiento de la agricultura – así al menos se podría explicar la alusión al trabajo de la tierra a la hora de la predicción de la desdicha a venir.

Un periodo de desintegración social pues en el que se corrompe tanto la estructura social como el sentimiento de relación natural entre los individuos, la moral elemental. Este periodo de incertidumbre exterior e interior puede ser el contexto en el que la mujer, para afrontar la situación difícil de la maternidad, puede llegar a esperar una mayor seguridad y un apoyo más fuerte por parte de un individuo y puede llegar a pensar que estaría más segura y materialmente mejor situada si un solo individuo se responsabilizara de este apoyo. Contrato individual en vez de la garantía social hasta entonces natural... Persiste el problema de la contrapartida.

Todo el error del nuevo orden, todo el conflicto moral irreductible de la nueva moral, se concentra en este momento de la contrapartida. La contrapartida de la mujer para el apoyo económico por parte del individuo es fundamentalmente la sexualidad, y esta utilización de la sexualidad es el pecado contra la sexualidad del cual el Génesis nos muestra sus consecuencias inmediatas: la transformación de las sensaciones hasta tal punto de concebir la sexualidad como un objeto de pudor.
Es decir, el contenido de la nueva relación legal es que la mujer se vende en forma de prostitución y matrimonio y su primer resultado directo es el pudor sexual.
La consecuencia siguiente es la familia autoritaria, el elemento constitutivo de la autoridad como institución.

Es, sobre todo, un elemento accesorio inevitable que convierte la venta de la sexualidad en esta desgracia con secuelas terribles que origina la desviación hacia la vergüenza sexual. Esta consideración casi parece demasiado evidente: para que un acto se pudiera convertir en un objeto de compra, para poder reclamar una indemnización por un acto común, en primer lugar se tiene que poder negar que el acto común pude haber servido a un interés común y puede haber nacido de un deseo común.

Dicho de otra manera, por parte de la mujer que ha de ser resarcida de la sexualidad, la sexualidad ha de ser presentada como un mal, como algo que ella misma no desea, sino que sólo aguanta, a diferencia del carácter activo de la sexualidad masculina que se ha convertido en un fin en sí. De esta manera empieza a instaurarse una ficción que domina todo, que a lo largo de las generaciones se inscribe cada vez más hondo en el inconsciente y se considera cada vez más como algo dado por la naturaleza y una diferencia innata entre los sexos – la ficción de la oposición y de la imposibilidad de comprensión entre hombre y mujer; de esta manera se instaura la coacción a un comportamiento activo y pasivo, respectivamente, la obligación de la mujer al recato mentiroso y el derecho del hombre a la brutalidad posesiva – de esta manera empieza a instaurarse sobre todo el espantoso principio de que la sexualidad como tal es un mal y un acto alienado que una parte sufre y que la otra adquiere o impone, una colisión entre dos egoísmos en vez del símbolo natural de la abolición de las fronteras entre yo y tú.

El pudor sexual, la expresión abrumadora del conflicto del ser humano con todo lo que tiene de verdadero y vivo en sí, es la señal evidente de una sexualidad que ha dejado de ser de interés mutuo. Su lugar ha sido ocupado por una lucha entre intereses opuestos, es decir, una lucha por el poder, en virtud del cual la voluntad de poder se convierte cada vez más en un fin en sí, en un automatismo que acaba convirtiendo la lucha entre los sexos en un hecho natural.

La interminable lucha por el poder crea sus propios límites y coacciones exteriores dentro de una relación de autoridad claramente definida.

Al mismo tiempo, la sociedad ha dejado de ofrecer al individuo otras garantías esenciales que no sean las materiales.

Con el desarrollo del individuo en tanto que entidad económica se pierde la posibilidad de desarrollo de la individualidad y la posibilidad de relaciones verdaderas cuya condición previa es la interacción enriquecedora de dos individualidades intactas. La lucha individual por el poder, sobre todo en forma de propiedad, adquiere su forma duradera en la sociedad por intermediación de un estado de equilibrios más o menos estable, el derecho que, tal como sabemos desde Nietzsche, es un sistema de compensación entre quienes tienen poderes parecidos. De esta manera se ha consolidado el orden familiar y social basado en la autoridad y el derecho, el reconocimiento principal de la lucha de intereses de todos contra todos, ora en forma latente, ora en forma manifiesta – “hasta que te vuelvas a convertir en polvo”.

El pensador que descubría el error de la evolución general de la civilización debía tener una conciencia sobrehumana para poder prever la catástrofe irremediable y, como consecuencia, el reencuentro del ser humano consigo mismo y su renovación.

Efectivamente propagó por el mundo un pensamiento que con las deformaciones más extrañas y con las interpretaciones más absurdas y, en parte, más grotescas ha venido pasando de generación en generación: el pensamiento de la redención.

Tanto para el Génesis como para nosotros, la redención sólo podía y puede tener un significado: la abolición de todos los efectos del camino de evolución que la humanidad tomó desde su abandono de la sociedad matriarcal comunista de los tiempos originales y desde la constitución de la familia y de la sociedad en base a la autoridad y la jerarquía.

El Génesis anuncia el advenimiento de la redención mediante la elevación interior de la mujer. La mujer machacará la cabeza del mismo principio del mal por el que el monstruoso error penetró en el mundo: el principio de poder, dentro de todas las relaciones humanas, transformado en equilibrio de la lucha perpetua de poder, solidificado en una fría tranquilidad de derechos y deberes, el principio estéril de la autoridad.

El Génesis tendrá razón: la renovación verdadera e indestructible será realizada por la revolución que destruya el principio original de la autoridad y que aporte una solución comunista al problema original de toda economía. Se tratará de la revolución que inicie la transformación desde el interior y que vuelva a encargar el entramado económico de la sociedad con el cuidado de madre y niño.

Esta revolución que reconducirá la economía a su razón fundamental y a la sociedad a grupos que representan sus unidades naturales tiene que estar inspirada por un espíritu que, superando las necesidades de subsistencia y esquivando la voluntad de poder, reconozca en la libertad la única posibilidad para establecer relaciones humanas verdaderas y que regale a cada uno el bien supremo, no tanto de su libertad individual, sino de la libertad de todos los demás.

La verdadera liberación de la mujer, la abolición de la familia patriarcal existente mediante la responsabilidad comunitaria y social de la maternidad, restituirá el interés vital de cada uno en una sociedad que le garantizará la posibilidad de la libertad suprema e ilimitada, y cada uno, independientemente de donde venga, tendrá el mismo interés en combatir las instituciones que conocemos hoy día.

El trabajo preparatorio para tal revolución tiene que originar la liberación de cada uno del principio de autoridad interiorizado, la liberación de toda adaptación al espíritu de las instituciones autoritarias que nos fue inculcado en el transcurso de una infancia en el seno de una familia autoritaria, la liberación de todas las instituciones que el niño había adoptado de personas de su entorno que estaban enfrascadas en la eterna lucha por el poder tanto contra él como entre sí; la liberación de todo rasgo servil que padece indefectiblemente cualquiera que ha pasado una infancia de estas características: la liberación del mismo pecado original, de la voluntad de poder.

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