jueves, 17 de enero de 2008

"La familia autoritaria como aparato de educación", por el doctor Wilhelm Reich


(extracto de "La sexualidad en el combate cultural", 1936).


La familia coercitiva es el primer lugar donde se gesta la atmósfera conservadora. Su prototipo es el triángulo padre-madre-hijo. Dado que la familia es la base o núcleo de la sociedad humana, estudiar sus transformaciones a lo largo de la historia y su función social nos permite comprobar que es el resultado de estructuras económicas determinadas. Nosotros no la consideramos como la piedra angular o la base de la sociedad, sino más bien como un resultado de ciertas condiciones económicas: familia matriarcal, patriarcal, zadruga, patriarcado polígamo o monógamo... Cuando la sexología, la moral y el derecho señalan a la familia como la base del Estado y de la sociedad no se equivocan: la familia autoritaria coercitiva es de modo indisoluble parte integrante y condición sine qua non del Estado y la sociedad autoritarias.

Su cometido de primer orden, aquel por el cual la familia es defendida a ultranza por la ciencia y el derecho conservadores, es el de servir como fábrica de ideologías autoritarias y de estructuras mentales conservadoras. Es el aparato de educación por el que ha de pasar, casi sin excepciones, todo miembro de nuestra sociedad desde el primer hálito de vida. Inculca en el niño la ideología reaccionaria, no únicamente por ser una institución de carácter autoritario, sino como vamos a ver enseguida, por su propia estructura. La familia es el enlace entre la estructura económica de la sociedad conservadora y su superestructura ideológica; su atmósfera reaccionaria se incrusta inexorablemente en cada uno de sus miembros. Por su propia forma y por influencia directa transmite las ideas y actitudes conservadoras al orden social; además, por la estructura sexual de la que nace y que a su vez reproduce, la familia ejerce un influjo conservador directo sobre la sexualidad de los niños. No es un azar que la juventud más reaccionaria sea también la más adicta a la familia, mientras que la juventud revolucionaria es por principio hostil a ella.

Todo esto está en íntima correspondencia con la atmósfera y estructura antisexuales de la familia, así como con las relaciones que tienen sus miembros entre sí.

Por tanto, si consideramos la labor educativa de la familia, debemos examinar dos hechos distintos: primero, la influencia de las ideologías sociales concretas sobre la juventud por medio de la familia; segundo, la influencia inmediata que tiene su estructura triangular por sí misma.

La influencia de la ideología social

Las familias de la alta y de la baja burguesía se diferencian entre sí, y estas a su vez de las de los obreros industriales. Pero en todas ellas predomina la misma atmósfera sexual moralizante. Este moralismo sexual no excluye la moral peculiar de cada clase social; en este punto viven y crecen en compañía. Por ello tomaremos como referencia el tipo predominante de familia: la de clase media baja.

La base de la familia de clase media es la relación al estilo patriarcal del padre con la esposa y con los hijos. El padre es, por así decirlo, el portavoz y representante de autoridad estatal en la familia. Es una especie de sargento, subordinado en el proceso de producción y jefe en su función familiar. Mira desde abajo a sus superiores, se impregna de la ideología dominante, a la que imita, y es todopoderoso con sus inferiores. No se limita a transmitir las ideas de la jerarquía y de la sociedad, sino que las impone.

En cuanto a la ideología sexual, no hay diferencia entre la concepto de matrimonio que tienen las clases medias y la idea básica de familia predominante: el del matrimonio monógamo de por vida. Por miserable y desesperada, por dolorosa e insoportable que sea la situación conyugal y la convivencia familiar, sus miembros están obligados ideológicamente a justificarla tanto hacia dentro como hacia fuera. Por necesidad social se coloca una máscara en el rostro de la miseria y, para idealizar la familia y el matrimonio, se saca de la manga el sentimentalismo familiar omnipresente con sus marbetes de hogar feliz y protector, de puerto tranquilo que, según dicen, es la familia para los niños. Y por el hecho de que en nuestra propia sociedad la situación es aún peor, ya que la sexualidad carece por completo de apoyo material, legal o ideológico, se concluye a la ligera que la familia es una institución natural biológica. El juego de engañarse a sí mismo, así como las proclamas sentimentales, de capital importancia para la creación de esta atmósfera ideológica, son psicológicamente indispensables, ya que contribuyen a que el psiquismo sobrelleve la intolerable situación familiar. Así se explica que el tratamiento de la neurosis, al barrer las ilusiones y poner la cruda verdad ante los ojos, pueda romper los lazos conyugales y familiares.

El fin primordial de la educación desde sus pasos iniciales es preparar a los niños para el matrimonio y para la familia. La formación profesional viene mucho más adelante. La educación negadora de la sexualidad no es un solo un dictado de la atmósfera social; es también la consecuencia necesaria de la represión sexual de los adultos. Sin un alto grado de resignación sexual, la existencia en el ambiente de la familia coercitiva sería imposible.

En la familia conservadora típica, la sexualidad se reviste de una forma específica que moldea la mentalidad del individuo para el matrimonio y la familia. En realidad, el niño queda fijado a sus fases eróticas pregenitales porque la actividad sexual es drásticamente inhibida, al quedar prohibida la masturbación, y desviada hacia las funciones alimenticias y excretoras. La fijación pregenital y la inhibición genital son las causas de un desplazamiento del interés sexual en la dirección del sadismo. Además, se reprime activamente la curiosidad sexual infantil, lo cual entra en abierta contradicción con las condiciones de la vivienda, donde se desarrolla la conducta sexual de los padres y hay un ambiente cargado de sexualidad. Desde luego, los niños se dan cuenta de la situación, aunque la desfiguren e interpreten a su manera.

La inhibición ideológica y educativa de la sexualidad, combinada con la observación de los actos íntimos de los adultos, van enseñando al niño los fundamentos de la hipocresía sexual. Esto se atenúa un poco en las familias obreras, donde las funciones alimenticias y digestivas tienen menos relieve y la actividad genital vive más a sus anchas y es menos tabú. Las contradicciones se suavizan y el acceso a la genitalidad está más despejado para los niños de estas familias. Ahora bien, esto se debe únicamente a las condiciones económicas de la clase obrera. Si un obrero mejora de situación económica y se sitúa más alto en la jerarquía cambia de mentalidad y sus hijos están expuestos a una presión más fuerte de la moralidad conservadora.

Mientras que en la familia conservadora la represión sexual es más o menos completa, se mitiga su efecto en el ambiente obrero porque los niños, las más de las veces, viven abandonados a sí mismos.

La estructura triangular.

Por su estructura triangular, la familia transmite al niño la ideología social conservadora. Freud descubrió que el niño desarrolla afectos sexuales bien definidos, tiernos y sensuales, hacia sus padres; este descubrimiento es fundamental para comprender la evolución sexual del individuo. El llamado Complejo de Edipo designa todas estas relaciones, conocidas tanto por su intensidad como por las extremas consecuencias que tiene para la estructura familiar y el entorno social.

El niño dirige sus primeros impulsos afectivos genitales hacia las personas más cercanas, generalmente los padres. Típicamente el niño ama a su madre y odia a su padre, mientras que la niña hace lo contrario. Estos sentimientos de odio y de celos se impregnan pronto de temor y de culpabilidad. La imposibilidad de satisfacer el deseo incestuoso obliga a la represión del deseo, y de esta represión nacen casi todos los trastornos de la vida sexual posterior.

Sin embargo, no hay que olvidar dos hechos de la máxima importancia para el desenlace de esta experiencia infantil. En primer lugar, no habría represión si el muchacho, aunque forzado a renunciar al incesto, pudiera practicar el onanismo y los juegos genitales infantiles. Los adultos no admiten con agrado este tipo de juegos sexuales (el de los médicos, o el de ser novios) que aparecen de modo espontáneo cuando los niños permanecen largo tiempo reunidos a solas; y como ellos saben que a los mayores no les gustan, lo hacen a escondidas y con sentimientos de culpabilidad que determinarán fijaciones lúbricas perjudiciales. El niño que no participa en estos juegos cuando tiene ocasión demuestra ser un buen alumno del sistema educativo familiar, y al mismo tiempo un candidato seguro a sufrir graves trastornos en su futura vida sexual. Ya no es posible cerrar los ojos ante la evidencia de estos hechos ni escapar a sus consecuencias, imposibles de evitar por la educación autoritaria.

La represión de los impulsos sexuales primarios está condicionada, cualitativa y cuantitativamente, por la manera de pensar y de sentir de los padres, según sean más o menos severos, con una actitud más o menos contraria a la masturbación, etc.

El hecho de que el niño desarrolle su genitalidad en el hogar paterno, en la crítica edad que va de los cuatro a los seis años, le impone las soluciones típicas de la educación familiar. Un niño que desde los tres años fuera educado en la compañía de otros niños y sin la influencia de la fijación a los padres, desarrollaría una sexualidad completamente distinta. No se debe pasar por alto tampoco que la educación individualista de la familia malogra la educación colectiva, aun cuando el niño pase varias horas al día en la guardería. En realidad, la educación familiar tiene mucha más influencia sobre la guardería que al revés.

El niño no puede aludir, entonces, la fijación sexual y autoritaria a los padres. La autoridad paterna, severa o no, le oprime, aunque sólo sea por la desproporción extraordinaria que hay entre su talla y la de sus padres. Muy pronto, la fijación autoritaria se desembaraza de la fijación sexual y la reduce a la existencia inconsciente; luego, cuando los intereses sexuales se dirijan hacia el mundo extrafamiliar, esta fijación autoritaria se alzará entre los intereses sexuales y la realidad como una barrera inhibitoria infranqueable. Precisamente porque esta fijación autoritaria es en gran medida inconsciente, se sustrae a la voluntad. Poco importa que esta fijación inconsciente a la autoridad de los padres tome a menudo la apariencia de rebelión de tipo neurótico. Esta no puede suprimir los intereses sexuales si no es, quizás, bajo la forma de acciones sexuales impulsivas que muestran una conexión patológica entre sexualidad y los sentimientos de culpabilidad. Desarraigar esta fijación es un prerrequisito básico para una vida sexual sana; pero tal como están las cosas hoy en día, pocos lo consiguen.

La fijación a los padres, en su doble aspecto de fijación sexual y de sumisión a la autoridad paterna, hace muy difícil, si no imposible, que los púberes accedan a la realidad sexual y social. El ideal conservador de muchacho pacato y de la muchacha irreprochable, momificados en el infantilismo hasta bien entrada su vida de adultos, es diametralmente opuesto a la idea de una juventud libre e independiente.

Otro signo típico de la educación familiar es que los padres, y en particular la madre, si no está obligada a trabajar fuera de casa, buscan en sus hijos, para gran desgracia de ellos, la gran satisfacción de su vida. Los niños se convierten entonces en animalitos domésticos, a quienes se les puede amar, pero también maltratar a voluntad. Que la actitud emocional de los padres hace a los hijos ineptos para la tarea educativa es una verdad tan conocida que no merece más mención. La miseria conyugal, en la medida en que no se agota en las divergencias de la pareja, se derrama sobre los hijos; esto ya es en si un nuevo prejuicio para su independencia y para su estructura sexual. Pero además crea otro conflicto: su rechazo al matrimonio, por la miseria conyugal que han visto en sus padres. En la pubertad se producen frecuentes tragedias cuando los muchachos, felizmente a salvo ya de la peligrosa educación sexual infantil, intentan también liberarse de las ataduras familiares.

Así pues, la restricción sexual que los adultos deben imponerse para poder tolerar la existencia conyugal y familiar, influye en los hijos. Y como estos, a su vez, por razones económicas, tienen que zambullirse de nuevo en la vida familiar, la restricción sexual se perpetúa de generación en generación.

Puesto que la familia coercitiva, desde el punto de vista económico e ideológico es parte constitutiva de la sociedad autoritaria, sería ingenuo esperar que desaparezcan sus estragos en el marco de esta sociedad. Además, no hay que olvidar que estos estragos son inherentes a la constitución misma de la familia y están fuertemente anclados en cada individuo gracias a mecanismos inconscientes.

A la inhibición sexual que proviene directamente de la fijación a los padres se añaden los sentimientos de culpabilidad derivados del enorme odio acumulado en el transcurso de los muchos años de vida familiar. Si este odio permanece consciente, puede desencadenar una poderosa fuerza revolucionaria; hace que el individuo rompa sus ataduras familiares y podrá convertirse en fuerza motriz de para intervenciones racionales contra las causas reales de este odio.

Si por el contrario, el odio es reprimido, conduce a la fidelidad ciega y la obediencia infantil. Estas actitudes constituyen, más tarde, un inconveniente grave para aquellas personas que quieran alistarse en un movimiento progresista. Tal tipo de individuos podrá abogar por la libertad total y, al mismo tiempo, enviar a sus hijos a la catequesis dominical con la excusa de no hacer sufrir a sus ancianos padres, aunque todo ello vaya en contra de sus convicciones. Presentará todos los síntomas de indecisión y dependencia, consecuencia de su fijación a la familia, y no será un buen militante de la libertad. Idéntica situación familiar puede producir también un individuo revolucionario pero de raíz neurótica, que germina frecuentemente entre los intelectuales de clase media. Sus sentimientos de culpabilidad, mezclados con sus sentimientos revolucionarios, lo hacen un miembro poco seguro del movimiento revolucionario.

La educación sexual familiar daña, por necesidad, la sexualidad del individuo. Si una u otra persona logra desarrollar una vida sexual sana, es de ordinario a expensas de sus lazos familiares. La represión de las necesidades sexuales provoca una debilidad general en las facultades intelectuales y emocionales, sobre todo en lo que respecta a la independencia, a la fuerza de voluntad y a la capacidad crítica. La sociedad autoritaria no se preocupa por la moral en sí; atiende más bien a las alteraciones del organismo psicológico que determinan el anclaje de la moral sexual y forman esa específica estructura ideológica que es la base psíquica colectiva de todo orden social autoritario. La estructura servil es una mezcla de impotencia sexual, angustia, necesidad de contar con un apoyo, veneración a un führer, temor a la autoridad, miedo a la vida y misticismo. Se caracteriza por una lealtad devota, entremezclada con impulsos de rebeldía. El miedo a la sexualidad y la hipocresía sexual caracterizan al filisteo y a su ambiente. Los individuos así estructurados son incapaces de vivir en una auténtica democracia y anulan toda tentativa de instaurar y mantener organizaciones inspiradas en principios auténticamente democráticos. Son el terreno abonado sobre el cual pueden crecer las tendencias dictatoriales o burocráticas de los jefes elegidos democráticamente.

Resumiendo, la función de la familia es doble:

1- Se reproduce a sí misma mutilando sexualmente a los individuos; perpetuándose, la familia patriarcal también perpetúa la represión sexual y sus derivados: transtornos sexuales, neurosis, alienaciones mentales, perversiones y crímenes sexuales.

2- Es el semillero de individuos amedrentados ante la vida y temerosos de la autoridad; así, sin cesar, se perpetúa la posibilidad de que un puñado de dirigentes imponga su voluntad a las masas.

Por eso, la familia tiene para el conservador esa significación peculiar de fortaleza del orden social en el cual cree. Es por esa misma razón, una de las posiciones más encarnizadamente defendidas por la sexología conservadora. Y es que la familia garantiza el mantenimiento del Estado y del organismo social, en el sentido reaccionario.

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